La presente biografía fue traducida al inglés por la eminente estudiosa Clarisse Doris Hellman, autora famosa de una clásica investigación sobre el cometa de 1577 que Kepler dice haber observado de la mano de su madre cuando apenas tenía 6 años.2 En el prólogo a su traducción, Hellman constataba la dificultad que la ausencia de referencias a las fuentes ocasionaba al lector interesado en profundizar en el conocimiento de la vida y obra de Kepler, por lo que añadió unas pocas notas aclaratorias. Pero fue la reedición de 19933 lo que puso remedio a estos inconvenientes, transformando así la biografía de Caspar en una vía plenamente abierta y fácilmente transitable a la obra de Kepler. Owen Gingerich y Alain Segonds identificaron con precisión todas las referencias de Caspar a las diferentes obras de Kepler y a su correspondencia, así como a otras fuentes, en un Apéndice de «Bibliographical Citations» (pp. 398-431) que después se incorporó a las nuevas ediciones alemanas y que aparece en esta traducción española bajo el epígrafe «Índice de fuentes» (infra, pp. 419-480). A Gingerich se debe también la sección de «Bibliographical References» (pp. 391-397) que constituye la base de la «Bibliografía» recogida en la presente traducción (infra, pp. 481-492).4
La biografía de Caspar, con anterioridad incluso al imprescindible complemento aportado por Gingerich y Segonds, mostró su utilidad y riqueza en los estudios sobre el pensamiento cosmológico y astronómico de Kepler que aparecieron en los años inmediatamente posteriores: es el caso del amplio estudio que dedica a Kepler –sin duda mejor que los dedicados a Copérnico y Galileo– Arthur Koestler en su obra The Sleepwalkers: A History of Man’s Changing Vision of the Universe (1959)5 y para quien «la única biografía moderna seria es la de Max Caspar»; es también la opinión de Alexandre Koyré en su lucidísimo estudio de Kepler en su obra La révolution astronomique: Copernic, Kepler, Borelli, Hermann, París, 1961 (reedición en Les Belles Lettres, París, 2016), donde es calificada de «excelente» y se remite a ella «para todos los detalles biográficos». Ninguna obra posterior ha pretendido ocupar el puesto de la biografía de Caspar y todos los estudios históricos y científicos hasta el día de hoy siguen apoyándose en ella como autoridad indiscutible y obra de conjunto fundamental, a pesar de los indudables enriquecimientos que nuestro conocimiento de la obra y contexto intelectual de Kepler ha experimentado en el último medio siglo como consecuencia de las aportaciones de estudiosos de diversas nacionalidades y lenguas.
La reedición de esta traducción castellana del Johannes Kepler de Max Caspar, cuya primera edición apareció en 2003 (editorial Acento, Madrid), es una feliz iniciativa de Publicacions de la Universitat de València que, sin duda alguna, contribuirá a mantener vivo y a estimular el interés por la vida de Kepler y su ingente obra entre el público hispanohablante; y ello tanto en el ámbito de un público general movido por la sana curiosidad y el deseo de conocer como en el de los estudiosos de la revolución científica y filosófica a la que Kepler contribuyó de manera decisiva. A ambos grupos de lectores la presente obra de Caspar ofrece un riquísimo cuadro del itinerario biográfico e intelectual de Kepler en su más amplio contexto –familiar, social, religioso, filosófico y científico– en la convulsa sociedad alemana y europea de finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, con la Guerra de los Treinta Años como conclusión trágica que arrastró consigo a Kepler. Así, el relato que Caspar hace de su muerte, en noviembre de 1630 en Ratisbona, a donde había llegado desde su retiro en Sagan (Silesia) en el empeño infructuoso de cobrar unas deudas que aliviaran la penosa situación económica familiar, no podrá ser leído por el lector sin un vivo sentimiento de compasión y piedad.6
Las razones de la peculiar excelencia de esta biografía quedan de manifiesto en las mismas palabras de Caspar en el Prólogo del autor. Allí nos dice (p. 29) que su trabajo está construido sobre el conocimiento y la cita explícita de los «documentos [cartas y Nachlass manuscrito] y las obras publicadas por el propio Kepler. [...] Aunque el libro que nos ocupa satisface las demandas del rigor científico, he evitado cubrirlo con el manto de una ostentación docta para atribuirle un crédito mayor. [...] Pero como no he escrito la obra tan solo con fines eruditos, quise presentarla sin interrumpir constantemente la lectura con notas de aclaraciones críticas [...] Por la misma razón, tampoco aparecen las referencias de las innumerables citas textuales en las que cedo la palabra al propio Kepler. Estas se reproducen, eso sí, con la mayor fidelidad posible, de manera que se puede confiar en su legitimidad». La obra, pues, está construida mediante el uso de toda la documentación kepleriana, inédita y publicada, conocida en el momento y responde a las exigencias de la investigación científica. Pero, dado que va dirigida no solo a «los especialistas» en Kepler, sino al mucho más amplio «círculo de sus simpatizantes» (p. 27), Caspar decidió omitir las referencias eruditas a las fuentes para aligerar la obra del peso farragoso de «la abundancia de erudición» (p. 29) y llevar a cabo una exposición fundada pero ágil y viva, capaz de conseguir ante un amplio público de lectores cultos, pero no especialistas en la disciplina de historia de la ciencia, lo que Caspar sabe que ocurre a todos aquellos que se acercan a la figura de Kepler, a pesar de las grandes dificultades que plantea la complicada escritura latina de sus obras –obstáculo que entorpece el acceso a sus textos, frente a la mayor facilidad de la obra, en gran medida escrita en lengua vulgar, de contemporáneos como Galileo y Descartes–: «el aura de su personalidad cautiva a muchos con su hechizo; la nobleza de su humanidad le granjea amistades; las vicisitudes de su vida mueven a la solidaridad; el misterio de su compenetración con la naturaleza seduce a todos los que buscan en el universo algo más y distinto a lo que ofrece la ciencia rigurosa. Todos ellos sienten en su interior aprecio y cariño hacia este hombre singular. Porque quien penetra una sola vez a la zona de radiación que lo circunda, nunca más vuelve a salir» (p. 27).
Sin duda esto es verdad y refleja lo que siempre sintió Caspar ante Kepler y le llevó a identificarse con él y a dedicarse por entero al estudio, edición y traducción de su obra, como el lector de su Prólogo verá con toda claridad. El trabajo llevado a cabo por Gingerich y Segonds en la edición de 1993 de la traducción inglesa permitió recuperar para el lector «especialista» –y, en general, para todo aquel que, incitado por la biografía trazada por Caspar, quisiera ir más allá– las fuentes en que confirmar el relato y profundizar en su conocimiento de Kepler y su obra. Sin embargo, puesto que esta aportación –que nunca será suficientemente agradecida– se recoge, como hemos señalado, en un «Índice de fuentes» colocado tras la biografía, nada impide que también el «especialista» pueda disfrutar y enriquecerse con los estímulos y el cuadro biográfico-intelectual construido por Caspar, más allá de todo ulterior accessus ad fontes.
Creemos sin sombra de duda que el lector novel que haga la lectura de esta biografía experimentará en su fuero interno los sentimientos que Caspar menciona en el pasaje de su prólogo que hemos citado poco más
arriba. Porque Caspar aporta, desde una rigurosa y completa perspectiva interdisciplinar, un relato vibrante de lo que fue en Kepler una verdadera odisea intelectual en búsqueda de la verdad, de la estructura de la obra divina de creación –Opus Dei creationis, como rezaba el título de una obra publicada en 1597 por su amigo y detractor Helisäus Röslin, a quien el lector encontrará en diferentes momentos–, en medio de dificultades sin cuento: obstáculos de su misma alma mater –la universidad de Tubinga, que desconfiando de su ortodoxia, lo desvió del ejercicio de pastor luterano a la profesión de matemático y astrónomo-astrólogo–; obstáculos emanados de su condición de miembro de la minoría protestante de Estiria en los dominios de la católica Austria; obstáculos derivados de su difícil relación con Tycho Brahe –él, un joven copernicano convencido y confeso de la verdad del heliocentrismo y del movimiento de la tierra por profundas razones filosóficas, teológicas, matemáticas,