La conceptualización de estas fuentes sigue siendo problemática. La mayoría de los trabajos citados tienden a centrarse en la «autobiografía», que normalmente definen como un género literario cuya mayor particularidad es su naturaleza híbrida entre realidad y ficción. «Memoria(s)» también se ha utilizado para escritos autobiográficos que cubren una parte específica de la vida del autor.
El más amplio de todos los términos es el de egodocumento, que ha sido definido como «a source or “document” –understood in the widest sense– providing an account of, or revealing privileged information about, the “self” who produced it» (Fulbrook y Rublak, 2010: 263). Dejando aparte la discusión sobre qué significa «información privilegiada», este concepto incluiría correspondencia, testamentos, peticiones personales a las autoridades o declaraciones judiciales.
En este trabajo utilizaremos los términos «relatos de vida», «relatos personales» o «narrativas personales» para referirnos a los egodocumentos más extensos, estructurados y elaborados (autobiografías, diarios, memorias y libros de viaje). Dejamos fuera la correspondencia, que permite una mejor reconstrucción diacrónica para un solo individuo, pero corre un mayor peligro de fragmentación y permite ofrecer menos sujetos observados para el mismo tiempo de trabajo.
A pesar de su diversidad, las narrativas personales presentan dos elementos comunes: primero, son narraciones, lo cual implica la existencia de personajes, argumento(s), tiempo(s) y espacio(s); segundo, en algún momento, en algún lugar, hubo uno o más sujetos que las elaboraron y que se presentan en una relación de identidad con el narrador, que es usualmente uno de los personajes principales. Estos dos elementos están presentes en las principales limitaciones hermenéutico-epistémicas de estos relatos: las relativas a la veracidad y autenticidad, así como la unidad, continuidad y consistencia. Posteriormente trataremos las cuestiones de representatividad e interseccionalidad.
En primer lugar, la preocupación clásica es la identificación autor-narrador. Desde luego, no se pueden descartar nombres falsos o inventados. Tampoco narraciones de eventos que nunca ocurrieron o alteraciones de cualquier elemento de la narración, de acuerdo con distintos intereses o motivaciones (o, más bien, aquello que se percibe como tales). Sin embargo, por mucho que esto ocurra, el resultado no deja de ser un producto cultural real. Los historiadores de los fenómenos nacionales pueden no necesitar esta «veracidad» entendida como «correspondencia» entre autor real, nominal y narrador, entre el mundo representado y el mundo vivido, entre lo que el autor «quería escribir» y lo que el investigador encuentra en su texto editado o manuscrito. Si fuera posible controlar la cuestión de las modificaciones a posteriori no identificables, se podría decir que, para lo que aquí buscamos, la propia representación de la realidad es ya una posición auténtica en el mundo representado, una huella de ese «filtro codificador» que nos interesa y que pone de manifiesto que las narrativas personales nunca son actos puramente individuales (Malena, 2012; Maynes, Pierce y Laslett, 2008).17 En este sentido, la preocupación por la separación existente entre lo que los sujetos piensan y sienten, por un lado, y lo que dicen o escriben, por otro, no supone realmente una destrucción de las potencialidades de las fuentes, sino más bien lo contrario.
Ciertamente, la mayoría de las veces, el nombre del productor real es menos importante que otras referencias contextuales relativas al autor y que permiten entender el relato: nacimiento y crianza, educación, condiciones materiales de vida, ideología política, etc. Algunos datos pueden deducirse (no sin riesgos) de la propia narrativa, pero otros necesitan de información externa que no siempre está disponible o es sólida. Además, la audiencia esperada tiene una influencia significativa. Obviamente, escribir una narrativa personal para publicarla y vender copias, obtener un premio o prestigio social no es lo mismo que elaborar un diario familiar para los descendientes. Las reivindicaciones de patriotismo más abundantes y declamatorias son más probables en el primer caso, mientras que el material más íntimo y privado normalmente muestra la nación de una manera más sutil y tácita, en el caso de que muestre algún tipo de identificación nacional.
Las narrativas personales tampoco son un reflejo completo, unitario y consistente de un «yo» igualmente completo, unitario y consistente, a partir del cual podamos inferir identidades directa y completamente. Está claro que los individuos siempre están «en proceso» (in the making). La vida humana es un devenir experiencial, no una situación estática. Así, nuestros recuerdos evolucionan y cambian, a la par que nuestras identidades (incluso cuando tendemos a pensar lo contrario). Como parte de este proceso, pueden producirse narrativas escritas que, en cierto modo, son fotos fijas de algo dinámico. Este contraste entre un «yo» cambiante y un texto supuestamente cerrado y permanente, entre las cronologías internas y externas, genera también un problema metodológico en la fase de reconstrucción interpretativa.
No obstante, por el momento la cuestión principal es si podemos confiar en la unidad empírica tanto del «yo» como de la narrativa. La respuesta es negativa en ambos casos, pero la clave es que esto no anula sus potencialidades gnoseológicas. Incluso dejando aparte la no menor cuestión de la autoría, es cierto que nuevas experiencias pueden acontecer, quizá produciendo nuevos cambios en nuestras identidades. Así, una narración escrita justo después de la vivencia nunca puede ser lo mismo que treinta años más tarde, cuando las líneas de fractura de la memoria, preexistentes o nuevas, han tenido más tiempo para actuar. Algo originalmente carente de sentido nacional puede nacionalizarse tiempo después. Los eventos sentidos e interpretados en términos nacionales en ese momento pueden perder esos significados y adquirir otros. Precisamente, las narrativas se utilizan para reflexionar sobre y disputar el «¿qué ocurrió?», pudiendo combinarse la nación con otras respuestas de una manera más o menos conflictiva. El problema para el investigador es que estos elementos intermedios de transformación son con frecuencia imposibles de encontrar y controlar completamente. Como indicador general, se puede decir que, cuanto mayor sea el tiempo transcurrido entre vivencia y escritura, más difícil será manejar la narrativa en este sentido.
Tal aislamiento de factores es más fácil de formular que de aplicar en casos concretos. La materialidad clásica del texto puede transmitir una idea de «cierre» o «finalización», pero la elaboración de la narrativa es un proceso en sí con múltiples variables. Los llamados «momento de la experiencia» y «momento de la escritura» no son estadios claramente delimitados, toda vez que la búsqueda de una suerte de realidad primordial, original y escondida detrás del texto no tiene sentido una vez que hemos descartado la existencia de unas nociones prístinas e inmanentes de «experiencia» e «individuo», independientes de un procesamiento intelectual consciente.18
El «momento de escritura» no tiene por qué coincidir con el fechado, si es que hay alguna manera de fechar el documento. De hecho, puede ser que ni siquiera sea «un momento», ya que el texto puede haber sido escrito por varias manos y/o en varias fases, quizás el autor lo haya revisado, los editores lo hayan «enmendado» o «corregido» para la primera edición o para ediciones posteriores, etc. Careciendo del manuscrito original, lo cual para los siglos XVIII y XIX no es raro, todos estos cambios son imposibles de contrastar con seguridad; incluso disponiendo de un original hológrafo, de un autor verificado y con fecha, no hay ninguna garantía de que no haya habido versiones previas y/o alternativas.
Por lo tanto, es mucho más importante y plausible conseguir información sobre el mundo personal y social en el que se produjo ese documento y qué modificaciones posteriores ha habido, que obsesionarse con ese tipo de detalles. Cuanto más impreciso sea nuestro control de esos factores, más arriesgada será la interpretación y más probable será la necesidad de descartar esa fuente. Dos elementos clave, aparte de la localización espacio-temporal de la escritura, son la instrucción del autor y si la narrativa se concibió para publicarse o no. En función de esto, podemos encontrar añadidos al texto puramente narrativo, como recortes de periódico, cartas, panfletos, fragmentos de discursos e incluso fotografías, estadísticas o información enciclopédica, según las épocas.
Dados estos problemas, creemos que el arreglo metodológico óptimo para el trabajo con narrativas personales lo conforma una adaptación del análisis del discurso y de la historia conceptual. El análisis del discurso cuantitativo y cualitativo utilizado en prensa o