QUINT CUPPAMULE
También tenía el sello de prohibido en la portada. Al igual que los libros anteriores, Brystal lo abrió al azar para echar un vistazo a los temas que trataba:
Si el Libro de la Fe es tan puro como los monjes dicen, entonces no habría necesidad de enmendarlo o de publicar diferentes versiones con el tiempo. Sin embargo, si comparamos una versión nueva con una de hace cien años, descubriremos que hay grandes diferencias entre la religión de hoy en día y la de entonces.
¿Qué significa esto, pues? ¿Acaso el Señor ha cambiado de parecer con los años? ¿Acaso el Gran Todopoderoso corrigió sus errores tras convencerse de que estaba equivocado? Pero ¿la mera noción de estar «equivocado» no contradice las cualidades «omniscientes» que se supone que posee el Señor?
La verdad es que lo que comenzó como una fe alegre y amorosa se ha convertido en una treta motivada por la política para controlar al pueblo del Reino del Sur. Cuando el miedo a ir a prisión no es suficiente para hacer que la gente obedezca las leyes, los jueces alteran los principios de religión y usan el miedo a la condena eterna para reforzar su labor.
La ley y el Señor deberían ser entidades independientes, pero, por pura estrategia, el Reino del Sur las ha convertido en lo mismo. Por eso, cualquier actividad u opinión que cuestione al gobierno es considerada un pecado y todo estilo de vida o preferencia que no sirva para expandir la población es considerada una práctica demoníaca.
El Libro de la Fe ya no refleja la voluntad del Señor, sino la voluntad de unos hombres que utilizan al Señor como herramienta para manipular a la gente.
Brystal quedó absolutamente fascinada con el modo de escribir de Quint Cuppamule. Durante todos los años en los que había asistido a la iglesia, nunca había cuestionado los sermones de los monjes que denunciaban asesinatos y robos, pero siempre se había preguntado por qué predicaban con tanta pasión la importancia de pagar impuestos. Ahora, al parecer, Brystal tenía la respuesta.
Colocó Perder la fe en la fe encima de la pila y continuó inspeccionando los estantes. El siguiente libro prohibido que le resultó de interés se titulaba de la siguiente manera:
LAS INJUSTICIAS DE LOS JUECES:
El rey, apenas un peón en una falsa monarquía
Sherple Hinderback
Mientras sacaba el libro del estante, Brystal tiró por accidente el montón de papeles que había junto a él. Se arrodilló para reordenar el desastre, y aunque hasta ese momento no había demostrado mucho interés en esos documentos, no pudo evitar leerlos mientras los recogía.
Entre ellos encontró un perfil detallado de Sherple Hinderback, adjunto a un registro de los paraderos del autor a lo largo de unos años. Con el paso del tiempo, sus lugares de residencia eran cada vez más extraños: lo que comenzó siendo casas y posadas acabó convirtiéndose en puentes y cavernas. Las fechas de las entradas también se acercaban más entre sí, como si Hinderback hubiera estado cambiando de paradero con mayor frecuencia. El registro terminaba con una garantía del arresto del autor y concluía con su certificado de defunción. La causa de la muerte se catalogaba como «ejecutado por conspirar contra el reino».
Brystal se puso de pie e inspeccionó los archivos que se encontraban junto a los libros de Robbeth Flagworth, Daisy Peppernickel y Quint Cuppamule. Al igual que los documentos del archivo de Hinderback, encontró los perfiles de los autores, registros de sus lugares de residencia, garantías de sus arrestos y, en último lugar, sus certificados de defunción. Al igual que Sherple Hinderback, la causa de muerte de cada uno de ellos se catalogaba como «ejecutado por conspirar contra el reino».
Como si la hubiera envuelto una brisa helada, Brystal sintió escalofríos y se tensó. Sintió que se le formaba un nudo en el estómago y miró a su alrededor. De pronto, entendió lo que aquella pequeña habitación era en realidad. No se trataba de una biblioteca secreta, sino de un cementerio de la verdad y un registro de la gente a la que los jueces habían silenciado.
—Los mataron —dijo Brystal, impactada—. Los mataron a todos.
Con el tiempo, los libros de la habitación secreta originarían en Brystal el nacimiento de una gran cantidad de ideas diversas y perturbadoras. Su perspectiva del mundo cambiaría para siempre, pero lo más perturbador de todo era que uno de esos libros iba a cambiar la visión que Brystal tenía de sí misma. Y una vez que lo leyera, nunca volvería a mirarse al espejo de la misma manera...
4
La verdad sobre la magia
Cada noche, cuando terminaba de limpiar la biblioteca, Brystal subía a la primera planta y entraba en la habitación privada de los jueces para devorar otro libro prohibido. Ese ritual nocturno era con diferencia la actividad más peligrosa en la que se había embarcado. Cada vez que dejaba atrás el letrero que decía «solo jueces», Brystal sabía que estaba jugando con fuego pero también que había encontrado oro intelectual. Quizá esa fuera la única vez que estaría ante tal tesoro de la verdad y las ideas. Si no se arriesgaba a sufrir las consecuencias ahora, estaba segura de que se arrepentiría durante el resto de su vida.
Cuando hubo leído todos los libros prohibidos, Brystal se sintió como si se hubiera quitado un nuevo velo de los ojos. Todo lo que creía saber sobre el Reino del Sur, las leyes, la economía, la historia, el funcionamiento del ejército, el sistema de clases, estaba lleno de conspiraciones que los jueces habían usado para preservar su influencia y control. Todos los cimientos sobre los que había sido criada se fueron derrumbando debajo de ella con cada página que pasaba.
Lo más incómodo de todo era preguntarse qué papel habría desempeñado su padre en los planes malignos que había leído. ¿Estaría al corriente de la información que Brystal estaba descubriendo o era incluso el líder de toda la corrupción? ¿Había jueces que eran silenciados o todos participaban del engaño? Y, en tal caso, ¿significaba eso que sus hermanos acabarían convirtiéndose en las personas deshonestas y hambrientas de poder que parecían ser todos los jueces?
Su mundo había dado un giro radical, pero las obras prohibidas también dejaban claro algo que Brystal encontraba profundamente reconfortante: no estaba tan sola como había temido.
Todos los libros de la habitación secreta habían sido escritos por personas que sentían y pensaban lo mismo que ella, que cuestionaban la información, que criticaban las restricciones sociales, que desafiaban al sistema de turno y que no tenían miedo de decir lo que pensaban. Por cada persona a la que los jueces habían logrado silenciar, debía de haber montones que seguían en libertad. Brystal solo esperaba que llegara el día en que las pudiera conocer.
A pesar de aquel descubrimiento tan afortunado, estaba lista para que todo terminara en un desastre. Si la sorprendían con las manos en la masa, decidió que seguir interpretando su papel de sirvienta simple e inocente era la mejor opción para evitar cualquier problema. Dedicó gran parte de su tiempo a imaginar cómo sería la conversación:
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Yo, señor? Pues... soy la sirvienta. Estoy aquí para limpiar, claro.
—¡No tienes permitido entrar en esta habitación! ¡El letrero de la puerta dice con claridad que es solo para jueces!
—Lo siento, señor, pero las instrucciones de mi jefe son que limpie todas y cada una de las zonas de la biblioteca. Nunca me ha mencionado que haya habitaciones que queden fuera de mi competencia. Incluso las privadas pueden llenarse de polvo.
Por suerte, la biblioteca siguió tan vacía y tranquila como siempre, lo cual permitió a Brystal leer segura.