Una mañana, la despertaron las campanas de la catedral, pero esa vez sonaron de un modo distinto. En lugar del habitual tintineo distante que la iba despertando poco a poco, un estruendo metálico la hizo poner de pie enseguida. El ruido fue tan repentino y alarmante que se quedó desconcertada. Cuando al fin fue consciente de su paradero fue cuando recibió la segunda sorpresa de la mañana: no estaba en su habitación. ¡Seguía en la biblioteca!
—¡Ay, no! —suspiró—. ¡Me quedé dormida leyendo! ¡Papá se pondrá furioso si se entera de que he pasado la noche fuera! ¡Tengo que llegar a casa antes de que mamá se dé cuenta de que no estoy en mi habitación!
Brystal se guardó las gafas de lectura debajo del vestido, colocó los libros que había estado leyendo en un estante cercano y salió de la biblioteca tan rápido como pudo. Fuera, las campanas de la catedral provocaban un huracán de ruido en la Plaza Mayor. Brystal se tapó los oídos, pero aun así le resultó difícil mantenerse erguida, ya que el sonido la azotaba onda tras onda. Corrió por el camino del este y llegó a casa justo con la última campanada. La señora Evergreen estaba de pie en el porche delantero, mirando frenéticamente en todas direcciones en busca de su hija. Los hombros casi se le desplomaron hasta los pies cuando vio que Brystal corría hacia ella.
—¡¿Dónde demonios estabas?! —le gritó—. ¡Casi me matas del susto! ¡Casi llamo a la Guardia Real!
—¡Lo siento, mamá! —respondió Brystal, respirando con dificultad—. Pu..., pue..., puedo explicarlo...
—¡Será mejor que tengas una buena razón para no haber estado en la cama esta mañana!
—¡Ha..., ha..., ha sido un accidente! —dijo Brystal, y rápidamente se inventó una excusa—. Me quedé despierta hasta tarde haciendo las camas en la Casa para los Desamparados... Esas camas parecen tan cómodas que no pude evitar acostarme en una de ellas... ¡Lo siguiente que he oído han sido las campanas esta mañana! Ay, por favor, ¡perdóname! ¡Entro y lavo los platos de la cena enseguida!
Brystal intentó entrar en la casa, pero su madre le bloqueó el paso.
—¡Esto no es por los platos! —le dijo—. ¡No te imaginas el miedo que me has hecho pasar! ¡Estaba convencía de que estabas muerta, tirada en algún callejón de por ahí! ¡No me vuelvas a hacer esto!
—No lo haré, lo prometo —dijo Brystal—. En realidad, solo ha sido un accidente estúpido. No quería que te preocuparas. Por favor, no le cuentes nada a papá. Si se entera de que he pasado la noche fuera, no me dejará volver a la Casa para los Desamparados.
Brystal sentía tanto pánico que no estaba segura de si su actuación estaba resultando convincente. La mirada de su madre era difícil de descifrar. La señora Evergreen parecía convencida y escéptica a la vez, como si fuera consciente de que su hija no estaba diciendo la verdad pero aun así eligiera creerse sus mentiras.
—Ese voluntariado... —empezó la señora Evergreen—. Sea lo que sea, debes ser más cuidadosa si no quieres perderlo. Tu padre no tendría problema en prohibirte seguir con él si creyera que te está volviendo irresponsable.
—Lo sé —dijo Brystal—. No volverá a ocurrir. Lo prometo.
La señora Evergreen asintió y rebajó la tensión de su mirada.
—Está bien. Puede que solo te vea unos minutos por la mañana, pero me he dado cuenta de que ese voluntariado te está haciendo feliz —dijo—. Eres distinta desde que empezaste. Y es bueno verte tan alegre. No me gustaría que algo cambiara eso.
—Me hace muy feliz, mamá —dijo Brystal—. De hecho, jamás pensé que podría serlo tanto.
A pesar de la felicidad de su hija, algo en el entusiasmo de Brystal hacía que la señora Evergreen se sintiera visiblemente triste.
—Bueno, eso es maravilloso, cariño —dijo con una sonrisa poco convincente—. Me alegra oírlo.
—Pues no pareces muy alegre —le dijo Brystal—. ¿Qué ocurre, mamá? ¿Se supone que no debo ser feliz?
—¿Qué? No, claro que no. Todos merecemos un poco de felicidad de vez en cuando. Todos. Y nada me alegra más que saber que eres feliz, es solo que..., que...
—¿Qué?
La señora Evergreen volvió a esbozarle una sonrisa a su hija, pero esta vez Brystal supo que era auténtica.
—Que echo de menos tenerte cerca, eso es todo —confesó—. Ahora, ve arriba antes de que tu padre o tus hermanos te vean. Yo prepararé los platos mientras tú limpias. Cuando hayas terminado, ven a ayudarme en la cocina. Felices o no, el desayuno no se prepara solo.
La semana siguiente, Brystal se tomó muy en serio el consejo de su madre. Para evitar quedarse dormida de nuevo en la biblioteca, limitó su franja de lectura nocturna a una hora cuando hubiera terminado con las tareas de limpieza (dos horas como mucho si encontraba algo que le pareciera muy interesante) antes de regresar a casa. No podía leer todo lo que quería, pero cada segundo que pasaba en la biblioteca era mejor que nada.
Un día, ya entrada la noche, Brystal se encontraba dando un paseo por un pasillo largo y serpenteante de la primera planta, en busca de algo para leer. De todos los sectores de la biblioteca, comprendió que ese era el que menos le gustaba, porque siempre requería mucha más limpieza que el resto. Los estantes estaban repletos de colecciones de registros públicos viejos y ordenanzas desactualizadas, por eso no era ningún misterio que ese lugar estuviera prácticamente olvidado.
Mientras Brystal revisaba los estantes del final del pasillo, un libro que se encontraba en el último de todos le llamó la atención. A diferencia de los registros con tapa de cuero que lo rodeaban, ese tenía la cubierta de madera y prácticamente se confundía con el estante.
Nunca había visto un libro tan extraño, por lo que, maravillada por su particular camuflaje, comenzó a preguntarse si alguien habría reparado en él.
—¿Es posible que en esta biblioteca haya libros que nadie haya leído? —se preguntó en voz alta—. ¿Y si yo soy la primera persona que lee alguno?
La idea le pareció muy estimulante. Llevó la escalera hacia el final del pasillo y subió hasta el último estante. Intentó sacar el libro con la cubierta de madera, pero este no cedió.
—Probablemente lleve aquí siglos —imaginó.
Brystal lo intentó de nuevo con todas sus fuerzas, pero el ejemplar no se movió. Un pie se le resbaló de la escalera, ya que había usado todo su peso para aflojarlo, pero ni siquiera así cedió. Por más fuerza que hiciera, el libro no salía del estante.
—¡Debe de estar atornillado! ¿Qué clase de persona enferma clavaría un libro a...? ¡Aaaaaahhh!
De repente, algo grande y pesado empujó a Brystal y la escalera, que cayeron al suelo. Cuando la joven levantó la vista, descubrió que la estantería entera se había apartado de la pared y dejaba a la vista un pasadizo secreto largo y oscuro. Al momento comprendió que el libro de madera no era un libro, sino ¡una palanca que abría una puerta secreta!
—¿Hola? —preguntó Brystal con nerviosismo hacia el pasadizo—. ¿Hay alguien ahí?
Lo único que oyó fue el eco de su voz.
—Si alguien puede oírme, lo siento —dijo—. Estaba limpiando el estante y se ha abierto. Nada más. No esperaba encontrar una puerta que diera..., que diera... a donde sea que lleve este pasadizo aterrador.
Tampoco esta vez obtuvo respuesta. Brystal supuso que el pasillo oculto estaba