—Señor Woolsore, tengo catorce años. ¿Qué interés podría tener yo en los libros?
A juzgar por el lenguaje corporal del bibliotecario, la psicología inversa funcionó a la perfección. El señor Woolsore se rió para sí mismo, como si se sintiera tonto por haber pensado eso de entrada. Brystal sabía que estaba cerca de convencerlo, solo necesitaba ofrecerle algo que lo beneficiara para terminar de endulzar la oferta.
—¿Cuánto pagan por el puesto, señor? —le preguntó.
—Seis monedas de oro a la semana —le contestó—. Se trabaja cinco días a la semana. Sin contar los fines de semanas o los festivos reales del día de Acción de Gracias a la Realeza y la Nochebuena de Campeón.
—Le propongo una cosa, señor Woolsore. Como usted me estará haciendo un favor, yo le haré un favor a usted. Si me contrata para limpiar la biblioteca, lo haré por tres monedas de oro a la semana.
La oferta fue música para los oídos del señor Woolsore, que se rascó la barbilla mientras asentía cada vez más convencido.
—¿Cómo te llamas, jovencita? —preguntó.
—Brystal Ev...
Por suerte, Brystal se detuvo antes de revelar su verdadero apellido. Si el bibliotecario se enteraba de que era una Evergreen, su padre podría descubrir que se había presentado para el trabajo, y era un riesgo que no podía correr. Por lo que Brystal le dijo el primer nombre que se le vino a la mente, y así nació su apodo.
—Bailey, Brystal Eve Bailey.
—Muy bien, señorita Bailey —dijo el señor Woolsore—. Si puedes empezar mañana por la noche, estás contratada.
Brystal no pudo contener el entusiasmo. Todo su cuerpo comenzó a vibrar como si le estuvieran haciendo cosquillas. Estiró una mano por encima del mostrador y estrechó enérgicamente la frágil mano del bibliotecario.
—Gracias, señor Woolsore, ¡muchas gracias! ¡Le prometo que no lo decepcionaré! ¡Ay, perdón! ¡Espero no haberle hecho daño! ¡Hasta mañana!
Brystal prácticamente salió flotando de la biblioteca hacia el camino del este. Su plan había salido mejor de lo que había previsto. Al día siguiente tendría acceso a miles y miles de libros. Y, con nadie en la biblioteca que la supervisara, podría llevarse algunos a casa cada noche cuando terminara de limpiar.
La idea le resultaba tan emocionante que no podía recordar la última vez que había sentido tanta felicidad corriendo por sus venas. Sin embargo, su euforia se esfumó en cuanto su casa apareció en el horizonte. De repente, comprendía lo irrealizable que era el plan. No había manera de que su familia no reparara en su ausencia, iba a tener que explicarles por qué se marchaba por la noche y no regresaba hasta la madrugada.
Si quería trabajar en la biblioteca, tendría que inventarse algo espectacular que no solo le permitiera ganarse la confianza de su familia, sino también evitar cualquier tipo de sospecha. Si la descubrían, las consecuencias serían catastróficas.
Brystal apretó la mandíbula mientras pensaba en el abrumador desafío que tenía por adelante. Al parecer, conseguir trabajo en la biblioteca era solo la primera tarea imposible del día.
Esa noche, en casa de los Evergreen estaban de celebración. Un mensajero de la Universidad de Derecho les había comunicado la noticia de que Barrie había aprobado el examen con la calificación más alta de toda la clase. Brystal y la señora Evergreen prepararon una cena para festejar la victoria de Barrie, con pastel de chocolate incluido, que Brystal preparó sola. Para cuando todos los Evergreen se sentaron a cenar, Barrie ya llevaba puesta la toga de juez adjunto.
—¿Qué tal estoy? —les preguntó a todos.
—Como un niño con ropa de adulto —se burló Brooks.
—Te queda perfecta —dijo Brystal—. Como si hubieras nacido para llevarla.
Brystal estaba muy orgullosa de su hermano, pero también especialmente agradecida de tener una excusa para mostrarse tan contenta. Cuando sonreía pensando en su nuevo trabajo en la biblioteca, nadie cuestionaba la felicidad que aparecía en su rostro. Todos estaban igual de entusiasmados, e incluso el rencor de Brooks se suavizó tras unos cuantos vasos de sidra.
—No puedo creer que mi hijo vaya a ser juez adjunto —dijo la señora Evergreen entre lágrimas de felicidad—. Parece que era ayer cuando te ponías mis camisas largas y sentenciabas a tus juguetes a trabajos forzosos en el patio trasero. ¡Cielos, el tiempo pasa volando!
—Estoy muy orgulloso de ti, hijo —le dijo el juez Evergreen—. Estás manteniendo a salvo el legado de la familia.
—Gracias, papá —le contestó Barrie—. ¿Me das algún consejo para mi primera semana en el tribunal?
—El primer mes solo observarás casos, pero presta atención a cada detalle de los procesos —le aconsejó su padre—. Después, te asignarán tu primer caso. No importa qué cargos sean, debes sugerir la pena máxima, siempre, si no el juez de turno creerá que eres débil y se pondrá del lado de la defensa. Ahora bien, cuando te asignen tu primera defensa, el secreto para...
El juez Evergreen dejó de hablar al notar la presencia de Brystal. Casi había olvidado que estaba en la habitación.
—Ahora que lo pienso mejor, tal vez deberíamos continuar esta conversación más tarde —dijo—. No me gustaría que llegara a oídos entrometidos.
El comentario del juez hizo que Brystal se pusiera tensa, pero no porque las palabras de su padre la ofendieran. Tras una larga tarde de conspiraciones, Brystal estaba esperando el momento justo para asegurarse un futuro en la biblioteca, y esa podría ser su única oportunidad.
—¿Papá? ¿Puedo decirte algo? —le preguntó.
El juez Evergreen protestó como si prestarle atención a su hija fuera una tarea que le exigiera demasiado.
El resto de los miembros de la familia miraron nerviosos a Brystal y al juez, temiendo que la cena terminara de la misma forma que el desayuno.
—Sí, ¿qué ocurre? —le preguntó su padre.
—Bueno, he estado pensando en lo que me has dicho esta mañana —comenzó Brystal—. Y como no quiero ser irrespetuosa con la ley, creo que tenías razón al sugerir que comiera en otro sitio.
—Ah —dijo su padre.
—Sí, y me parece que he encontrado la solución perfecta —continuó Brystal—. Hoy, después de la escuela, he pasado por la Casa para los Desamparados de Colinas Carruaje. Tienen una falta de personal muy importante, por lo que, con tu bendición, me gustaría empezar a colaborar con ellos por las noches.
—¿Quieres llenarte de pulgas en un hospicio? —le preguntó Brooks con incredulidad.
La señora Evergreen levantó una mano para hacer callar a su hijo mayor.
—Gracias, Brooks, pero tu padre y yo nos ocupamos de esto —dijo—. Brystal, es muy bonito de tu parte querer ayudar a los menos afortunados, pero yo necesito que me ayudes en casa. No puedo encargarme sola de todas las tareas y de la cocina.
Brystal bajó la cabeza y se miró las manos para que su madre no percibiera ningún rastro de mentira en sus ojos.
—No te estoy abandonando, mamá —le explicó—. Después de clase, vendré a casa y te ayudaré a cocinar y limpiar, como siempre. Y a la hora de la cena me iré unas horas a la Casa para los Desamparados. Por la noche, volveré y lavaré los platos antes de acostarme, como siempre. Puede que pierda una hora o dos de sueño, pero no debería afectar a nada más.
El comedor se quedó en silencio