El centro lucía calles adoquinadas. Frente de los locales, debajo de grandes sombrillas blancas, los comensales merendaban de pie, en altas mesas, hojaldre o cualquier otro bocadito ligero, acompañado con bebidas embotelladas. Podía tratarse de una especie de Pony Malta que más adelante se me presentó la oportunidad de degustar. Luego nos encaminamos hacia las afueras, a conocer los alrededores del lago. Al llegar nos embargó un frío tenaz, en el mismo grado superlativo del experimentado a las afueras del primer castillito visitado. Llegamos a paso lento a un bonito lugar con pequeños muelles; las embarcaciones con motor y lanchas eran guardadas, en plena época fría se hacía necesario para evitar su deterioro en caso de congelarse el lago. En las regatas de verano, los asistentes al evento disfrutan del aire libre en ese lugar. Pero en aquel momento, los alrededores se encontraban a solas en nuestra compañía.
Anduvimos una larga distancia. Las casas ubicadas cerca daban la impresión de ser viviendas campestres por sus grandes dimensiones, pero de aspecto similar a todas aquellas vistas en otros lugares. De grandes techos inclinados, casi cuadrados, las mismas ventanas de pedestal blanco que plegaban de variadas maneras, y su parte frontal cruzada por un entramado de madera. Pequeños árboles de hayas y robles semidesnudos eran el decorado natural cerca de la orilla del lago.
Nos deteníamos a mirarnos sobre el espejo de agua, de pie sobre algún improvisado muelle. Las aguas estaban quietas pero no se podía ver el fondo. Fuimos enterados de que, debido al intenso frío invernal, el lago llegaba a congelarse en otras épocas. Estábamos lejos del suceso, a varios grados de distancia, mas sin embargo, me seducía la idea de experimentar el contacto de un lago solidificado. A gran parte del pueblo colombiano le toca morirse sin conocer el hielo natural, a diferencia de lo descrito con impecable maestría por Gabo, nuestro premio Nobel. Ahora nos admiramos de conocer el congelamiento del agua de manera natural. El hielo conocido por la mayoría de citadinos de la época es aquel fabricado de manera artificial. La gitana del siglo XXI nos llevó a conocer el hielo natural después de solidificarse la nieve.
Vino a mi memoria un fragmento de un cuento de Oscar Wilde, leído pocos días antes en un libro que viajó conmigo hasta Alemania, el cual adquirí en una pequeña feria en Bogotá. Expresaba lo siguiente:
Decimos que somos una era utilitaria, y no conocemos la utilidad de nada, hemos olvidado que el agua limpia y el fuego purifica y que la tierra es madre de todos nosotros. La consecuencia es que nuestro arte es de la luna y juega con sombras, mientras que el arte griego es del sol y trata directamente con las cosas. Yo tengo la seguridad que en las fuerzas elementales hay purificación, y quiero volver a ellas y vivir en su presencia.
Este libro fue donado luego a la biblioteca de Lara, pues conozco su gusto por la literatura, cultivado primero bajo mi asesoría. Entre sus libros de adolescencia podemos encontrar la obra más destacada de este escritor, El retrato de Dorian Grey, y volvió a leerlo en el 2018, en el idioma alemán.
Y pensé en los peces, quienes probablemente escapaban a las profundidades para no quedar inmovilizados como momias acuáticas, o morir asfixiados, en los días en que la temperatura del agua bajaba a menos de cero grados. La ausencia de aves en los alrededores del lago era muy notoria y triste a la vez, pues la temperatura imperante también los obligaba a migrar hacia otros lugares más propicios a su vida silvestre.
Luego regresamos a cenar al centro. Había terminado por el momento nuestro escape de las paredes del hogar; comeríamos un buen abrebocas, sin tareas ni ocupaciones, preparados anímicamente para los acontecimientos posteriores. El miedo al frío se había diluido por completo. Era posible salir a la intemperie bien cubiertos de pies a cabeza, con muchas capas de ropa y un calzado adecuado. De regreso le escribí a Diego dándole ánimo, pues él también se hallaba en los preparativos para unírsenos en Año Nuevo. Le dije lo siguiente en un corto mensaje por Messenger:
Prueba superada, le perdimos el miedo al frío. Si nosotros pudimos, tú también podrás.
Pero mi encantador y práctico hijo me contestó lo siguiente:
Aún conservas el calor colombiano, espera a que pasen los días.
Y yo:
No seas aguafiestas.
El sábado siguiente mi hija tuvo un largo turno de veinticuatro horas, por eso regresaría a casa el domingo a mediodía. Ese día desperté a las siete de la mañana y sin mayores expectativas fui a preparar el desayuno. Dominic, al escuchar ruido, ingresó a la cocina con el enorme computador de trabajo entre las manos, envuelto en una pijama azul, me dio los buenos días y se dedicó a ojear el computador sentado en el comedor; le ofrecí un pocillo de café colombiano muy caliente, y lo saboreó a sorbos lentos, peinando su cabello con los dedos, concentrado en la pantalla del ordenador. Tiempo después, antes de desayunar, dijo:
—Prepárense, porque hoy los llevaré a conocer mi ciudad natal.
Partimos en el auto dos horas después. Mi hijo iba radiante a mi lado. Por lo general se enteraba de los planes primero, pues se acostaba tarde pendiente a las últimas novedades y disposiciones. Parecían confabulados para tomarme por sorpresa.
Viajaba observando el paisaje rural: no había labriegos o campesinos, ni cultivos, en los grandes campos tapizados de grama verde. Este color predominaba a pesar de la nieve caída sobre casi todo el estado de Hesse, rodeado de estados tan grandes y sobresalientes como el de Baviera. Los pueblitos existentes a lo largo de la autopista, estaban lejos; pero se podían apreciar las construcciones hogareñas, casi todas con el mismo diseño, unas más rectangulares que otras, con techos de varios aleros, de cuatro aguas, grandes y sin patios divisorios. El paisaje era un tanto homogéneo, con hangares de madera o fábricas abandonadas, una iglesia y calles pavimentadas. Estuviera donde estuviera, el pueblo tenía acceso a la red de trenes y puentes de fuerte arquitectura. La pobreza, que afecta a la gran mayoría de los pueblos colombianos, era prácticamente inexistente allá. La disposición tanto de la tierra como de las estructuras habitadas parecía irreal, sorprendente para el ojo poco habituado a tanta organización.
Llegamos a Kassel casi al mediodía e hicimos el recorrido de la ciudad en auto. Nuestro conductor experimentado perfiló el carro por una ancha avenida, creí saber cómo disfrutaba aquel recorrido. Cuántas veces lo había hecho en su infancia guiado por su abuelo. Después, de la mano de su compañera, y ahora con nosotros, su nueva familia extendida. Pude apreciar la belleza de los pinos verdes, con altura hasta de cuatro pisos, a lo largo de la carretera, casi a las afueras de la ciudad, donde se encontraba emplazada la casa donde había pasado Dominic su niñez. El abuelo se deshizo de ella un año antes de nuestra llegada.
Vimos a lo lejos la primera planta de un edificio viejo. Pudimos apreciar su fachada, las jardineras contenían pequeños arbustos desprovistos de flores, por supuesto, pero se apreciaba la exuberancia de la vegetación silvestre del lugar. Luego nos devolvimos por el mismo camino para desviarnos a conocer el palacio de los hermanos Grimm, también llamado palacio de Bellevue. Kassel fue el epicentro donde se formaron los dos hermanos como escritores. Allí llegaron a los oídos de los Grimm las historias que dieron lugar a los cuentos conocidos en casi todo el mundo y traducidos a más de ciento cuarenta idiomas; historias en principio de tradición oral, contadas de boca en boca por los moradores del lugar y perpetuadas para posteridad por la pluma de estos escritores, quienes al llegar a la ciudad transformaron todos estos cuentos salidos del imaginario colectivo de varias generaciones, en leyendas; les aportaron su visión literaria plasmando en ellos otro carácter. La artífice, una mujer cercana a la familia de los Grimm. Pude también conocer, en ese lugar, sobre los estudios destacados, hechos por los escritores, sobre el idioma alemán. Se puede tener un conocimiento sobre este aspecto de la literatura alemana porque los cuentos de los hermanos Grimm hicieron parte de la vida infantil de nuestros hijos; pero conocer en persona el ambiente cultural donde acaecieron estos hechos es una experiencia única y gratificante para quien aprecia el curso y el contexto de los hechos que condujeron a estos dos personajes a emprender una tarea tan encomiable.
Luego fuimos a recorrer un descomunal parque, tan inusual a nuestra vista como en su momento lo fuera el gran parque que se encuentra en el Caribe