Fue el primer libro que escribí en mi vida; poema de adolescencia; escrito por una embriaguez de lágrimas por un niño solitario, tembloroso aún del primer encuentro con la vida, que desgarró su corazón.
Fragmento de Lo irreparable, otra historia anexada al mismo libro en nuevas ediciones. Lleva por título «Aura o las violetas»:
La legendaria maldición no es cierta:
Dios no ha podido establecer la desigualdad entre los hombres.
Dios que es la Virtud, no manda el crimen.
Dios que es padre de los hombres, no quiere que sus hijos sean siervos de sus hijos.
Dios que es Paz, no quiere la guerra entre los hermanos.
Dios que es el padre del Derecho, no ha ordenado jamás el atentado…
Dios no ha establecido distinción de razas ni colores entre los hombres.
Dios no ha hecho ciervos ni señores.
Dios no ha coronado reyes.
Dios que es el padre de la libertad no ha sancionado jamás la esclavitud.
Todos los hombres son libres e iguales ante Dios; y hubo como un dulce estremecimiento en la conciencia humana.
Y un rumor apacible, se repitió de pueblo en pueblo: todos los hombres son iguales.
Más la sombra seguía;
La voz inspirada de Cristo, predicando la igualdad, y se necesitó diecinueve siglos para implantarla.
Y, hombres que creían en la redención de la humanidad, por el sacrificio de un Dios, no creyeron en la redención de las razas esclavas, y siguieron oprimiéndolas.
Los libros suelen zanjar surcos en el alma, donde puede crecer la hierba o brotar la semilla.
Flor de fango, con una portada negra donde sobresale una pareja de amantes rozándose los labios. Ese libro lleva en mi propiedad alrededor de treinta y seis años, pero su existencia en el seno materno la adivino entre cinco y diez años antes de terminar en mis manos. Es el libro más viejo que poseo. He intentado donarlo dos veces, pero las circunstancias lo han impedido. Ahora estoy convencida de que hará parte de mi biblioteca mientras viva.
CAPÍTULO TRES
HAMBURGO
A bordo de la caravana familiar llegué a Hamburgo.
Recuerdo aquella ciudad que llamó poderosamente mi atención al verla en un video. Se veía imponente, más que ninguna otra que registrasen mis ojos. Y se lo manifesté a mi hija. Pero ella respondió lo siguiente:
Madre, Hamburgo se encuentra entre las ciudades nórdicas, no creo que pueda llevarte allá, pues las temperaturas, cuando nos encontremos en suelo alemán podrían descender bajo cero grados.
No volví a mencionar el tema, ni en Colombia y menos en Alemania, donde experimenté el frío en su faceta más inusitada.
Ella sabía muy bien de lo que hablaba: estando en la isla de Sylt, al norte de Alemania, me escribió lo siguiente:
Hola, te saludo desde la isla de Sylt, al norte de Alemania, un lugar soleado pero templado, tres grados bajo cero; donde los bañistas se colocan la chaqueta al salir del agua. Hay un cielo copado de gaviotas que graznan y gritan a toda hora del día. Ahora estoy sentada en una especie de silla de mar en el jardín de una casa que arrendamos por cinco días a manera de hotel. Son las cinco de la mañana, hace mucho frío y Dominic todavía duerme; yo hablo contigo deseando que estuvieras aquí.
Pero estaba ahí. No en la isla de Sylt, sino en Hamburgo. Una vez más hacía posible mi deseo a pesar de sus primeros pronósticos. Era una mujer preciosa, de un temple y una determinación que se habían acentuado trabajando en ese país europeo; yo no salía de mi asombro.
La estadía en la ciudad salía bastante costosa, y además necesitaba regresar al hogar el domingo entrada la noche y presentarse al sitio de trabajo el lunes. Había que tener en cuenta que Hamburgo se encontraba a cuatro horas de camino.
Cuando entré a la hermosa estancia, en la habitación se me cuajaron los ojos, pero sin llegar a derramar lágrimas, pues alguien me observaba atentamente sin parpadear: era mi compañero de aventuras, girando sobre la silla del escritorio y enviándome un mensaje subliminal: «Nos encontramos en esta importante ciudad alemana ¿y a ti se te ocurre llorar?».
Un adolescente no podía entender los sentimientos de culpa de una madre. Los jóvenes están siempre presentes en el hoy y en el aquí, toman lo ofrecido sin preguntar nada, sin remordimientos por aquel a quien tuvieron que dejar atrás, quien también pudiera estar descolgando su morral para luego internarse en la noche, compartir las sensaciones que deja en la piel el abrigo de un restaurante o bar donde converge gente de todas las edades y de diferentes culturas, para embriagarse de vida, de distancias, de humanidad y todo el contenido en una sola copa de vino.
¡Bendita juventud que se encuentra estrenando la vida!
Y yo contaba con el apoyo de aquel joven un tanto arrogante, quien me abrazaba con fuerza y apretaba mis manos enguantadas para trasmitirme su calor cuando se percataba de que me faltaban las fuerzas para seguir andando, pues caminábamos tantas horas seguidas, y comprendía mis menguadas fuerzas, desacostumbradas a esfuerzos físicos en un clima tan poco magnánimo.
Las ciudades suelen esconder secretos en su fuero interno, tan lúgubres que inspira temor ahondar en ellos. Pero no deseaba ahondar en lo profundo del alma de la sociedad alemana, en donde los buenos, libres de pasiones enfermizas, aprendieron a convivir moviéndose en medio de esos espacios borrados y luego reconstruidos; donde ya se atenúan las cicatrices del pasado. Quería vivir, experimentar a la Alemania del presente impulsada por la fuerza creadora e intelectual de las nuevas generaciones, cuyos abuelos pudieron resurgir de las cenizas y se resistieron a reescribir la misma historia y de cuyo espíritu de perseverancia surgieron ciudades como aquella.
Hamburgo es una ciudad preciosa con más de mil puentes, dinámica en su comercio. El frío tan patente que se siente en la noche no impedía la actividad ni el movimiento humano hacia y desde su centro, al cual poco a poco llegaban los turistas y lugareños a horas nocturnas.
Posee variedad de lugares sobresalientes, y sus edificaciones son monumentales, con maravillosos canales atravesados por los iguales e innumerables puentes. Perdura en cada uno de ellos la belleza de cada época en que fueron construidos. Se puede caminar a lo largo del bulevar del río Elba, porque la calzada que lo acompaña de lado a lado dentro del casco urbano se encuentra diseñada para el disfrute; e imagino, también, para incentivar largas caminatas. Algo que hicimos, por supuesto.
Corre cerca del río Elba una brisa gélida que seca el rostro y se cala hasta los huesos; mis manos se engarrotaron con el frío; pero a pesar de todo ello no podía dejar de admirar la singular arquitectura de los lugares visitados. Es la primera percepción de la ciudad al caminarla por la noche cerca del río, a veces cegada por las luces de los barcos aparcados a lo largo del muelle.
Pero de día, y sin sentirse sobrecogida por la brisa nocturna, es otra historia. Recorrerla dentro de un moderno autobús de piso…, no encuentro punto de comparación. Tan propicia a ser observada, invita a ejercitarse recorriendo sus senderos con naturaleza viva y verde, a pesar de las bajas temperaturas, serpenteando los canales de la ciudad.
El Elba ocupa el primer puesto en importancia debido a su gran tráfico comercial, y por constituir la aorta de Hamburgo, quien en sí misma conforma un estado federado de Alemania. Por medio de la audioguía conocimos sus estrategias comerciales: existe dentro de la ciudad un importante centro civil de la industria aeroespacial, también cuenta con sobresalientes astilleros y masivos medios de comunicación.
Por todo lo enumerado, Hamburgo se ha posicionado cuarta en la escala de importancia de las ciudades sobresalientes de la cosa política y administrativa alemana.
Del transporte terrestre pasamos de inmediato al transporte