Esperanza, pero no para nosotros. Capitalismo, técnica y estética en Walter Benjamin. Horst Rolf Nitschack Nitschack. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Horst Rolf Nitschack Nitschack
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789560014276
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que Schmitt trata la historia de la política y de la religión convierte a este argumento en una apología de su particular posición teológica (contra-reformista) y política (dictatorial). En una abreviación algo rudimentaria, sus principales puntos pueden resumirse del siguiente modo:

      1 El orden es entendido como un efecto de las decisiones, y la decisión política más importante es la que decide la distinción entre amigo y enemigo.

      2 La democracia liberal nunca nos llevaría a este punto, ya que discute interminablemente sin nunca llegar, aunque fuese necesario, al momento de la decisión.

      3 La única manera de llegar al momento de la decisión es la instalación de un soberano, ya que solo él está capacitado para «decidir» en tiempos de emergencia e ilegalidad. Mediante esta decisión, el soberano excluye el estado de excepción, porque cuando se toman decisiones, persiste el «orden.»

      4 El modelo a seguir para una política de este tipo es la estructura del papismo llevada a la política. En la práctica, esto equivale a un gobierno autoritario o a una dictadura, alimentado por una creencia mitológica en su legitimidad en las masas.

      5 Una dictadura no debe ser entendida como un abuso de la política, sino que más bien como su esencia, por cuanto está prefigurada en la iglesia católica. Schmitt está apuntando a la jerarquía y a la estructura de poder –la clara línea de mando– y no a sutilezas teológicas.

      6 Finalmente, la legitimación del gobierno autoritario es transferida desde la esfera de la religión a la política. (La «analogía» que Schmitt invoca tiene un sentido específico en la enseñanza católica. No es una simple comparación, sino una relación esencial).

      Luego de haber puesto los argumentos sobre la mesa en esta forma abreviada, es bastante claro el lugar en donde se ubican los problemas. Para comenzar, ¿qué sucede si alguien no es católico? Esto solo podría significar que, desde la perspectiva política, él o ella aparecería como un forastero peligroso, como un «enemigo». Su mera existencia cuestionaría los principios mismos del orden. Dicha persona se tornaría un símbolo andante de un principio de desorden que difícilmente podría ser tolerado. Consecuentemente, durante la contra-reforma (el modelo a seguir de Schmitt), y debido a la ausencia de un sentido de tolerancia religiosa, la iglesia católica estaba interesada en «convertir» a todos en católicos. Esta fue justamente la idea de la contra-reforma en los siglos XVI y XVII, cuando gran parte de Europa se declaraba protestante.

      Si consideramos que Benjamin era de origen judío y tenía su propia manera de relacionarse positivamente con su herencia, deberíamos esperar encontrar una tensión con Schmitt en algún lugar. ¿Pero dónde y cómo se muestra esta exactamente? Mientras nos ciñamos al relato de Schmitt, que toma a la teología como modelo para la política y descansa en una ecuación simplista entre credos religiosos y actitudes políticas, hay que buscar una teología alternativa. Es en este punto donde, entonces, Schmitt sospecha de sus «enemigos». Dentro del marco liberal de la república de Weimar tiene que existir también una teología –errada, por supuesto. De hecho, durante los años treinta, Schmitt sospechaba no tanto del protestantismo84, sino de un «espíritu judío» escondido detrás del liberalismo que habría estado intentando establecer el desorden85.

      Aplicado a Benjamin, esto significaría que mientras nos atengamos al modo de pensar de Schmitt tendríamos que argüir a favor de una teología alternativa. Esto es lo que de hecho, y con muchas referencias a Benjamin, Johann Baptist Metz realizó algunas décadas más tarde en su «nueva» teología política (más teológica que política)86. Pero esto no es lo que Benjamin estaba llevando a cabo. En cambio, él escribía en contra de cualquier teología política. Este es un criticismo más efectivo que el de presentar una teología política que compita con otra anterior. Cuando se trata de la cuestión de cuál de ellas está en lo «correcto», ¿quién podría decidirlo, porque y sobre qué fundamentos? Entrar en este tipo de debate le facilita las cosas a los decisionistas: la decisión continúa siendo –y con razón– algo que difícilmente puede explicarse desde un afuera, ya que no hay esfera más alta fuera de la religión que pueda dirimir sobre quién «tiene la razón». Cualquier afirmación de este tipo sería ya religiosa87. De modo que en términos del individuo, el asunto viene a ser una «decisión» existencial, y en términos de la política, una cuestión de poder (auctoritas). Esto es exactamente lo que Schmitt quería decir: es mejor decidir que no decidir, por lo que el que esté dispuesto a decidir por otros –como la iglesia que quiso catolizar a todos, o el rey absoluto al que Hobbes defendía– siempre tendrá la razón. Cualquier religión contrincante, política o no, está sujeta a ser tratada como un enemigo. Sin embargo, si no hay legitimación «teológica» para la política (de este modo o de otro), este punto muerto es prevenido desde el comienzo. A fin de hacer este asunto más claro, echemos un vistazo a algunos textos, a mi modo de ver, cruciales.

      El «Fragmento teológico-político»

      Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Marcos 12, 17

      Una posición radical en contra de las teologías políticas puede ser encontrada ya en alguno de los escritos tempranos de Benjamin. Por ejemplo, en el «Fragmento teológico-político» de 1921. Como un reciente y brillante análisis ha señalado88, este fragmento es un ejercicio de pensamiento dialógico –o incluso dialéctico. Benjamin introduce en él varias posiciones, lo que hace difícil ver cuál de ellas es la suya, y si acaso debe haber una tensión entre ellas (sin embargo, en realidad no hay tal tensión). La primera de estas secciones es la más rígida, pues mantiene una completa separación entre la esfera religiosa y la política. La lógica es simple, pero convincente: no hay reino mesiánico en la historia. Por ello, es completamente estéril luchar por él con medios políticos. Si es que adviene dará término a la «historia» y a la política, lo cual no deja espacio para ninguna «teología política», ni desde la política ni desde la religión89. Schmitt describiría esto como una comprensión liberal o protestante (o ambas) de esferas de valor diferenciado, como de hecho lo proclamaron Max Weber y Karl Barth. En el texto de Benjamin, esto viene a ser el autoconcepto de las religiones mismas (ya que ¿de qué otra manera estaría él en condiciones de saber lo que el «Mesías» podría o no hacer?). En esta sección, Benjamin escribe religiosa y no políticamente. No explica ni comenta afirmaciones religiosas, él es quien las hace. No es un acto de habla explicativo (teológico), sino exclamativo (religioso).

      Muy por el contrario, el segundo momento es político y no religioso, pues la política debe ser alcanzada de una manera puramente profana90. Esto es todo lo que hay que decir de una perspectiva política orientada a la acción. Sin embargo, hay todavía una última perspectiva que media la relación entre las dos anteriores. Benjamin llama «mística» a esta perspectiva, lo que indica que hemos dejado atrás la política y estamos ahora en la esfera de la contemplación, aunque esto sigue sin ser teología. Es, más bien, una forma particular de religión práctica. Tal contemplación no puede cambiar las cosas que contempla, de modo que las posiciones 1 y 2 siguen siendo válidas. Empero, se las puede interpretar para hacerlas compatibles. En esta contemplación mística, Benjamin está al tanto de que la política en las naciones modernas pretende deshacerse del dominio mesiánico, tal como lo dispone la posición 2 (y quizá esta es la manera en la que Benjamin describe la liberalización que hace posible, en los EE.UU., la «búsqueda de la felicidad»)91. Con todo, esta búsqueda de una felicidad secular tiene cierto efecto no intencionado, ya que puede «favorecer la venida del reino mesiánico» (TPF: GS II/1, 203) (SCH: 2005, 182)92. Así, la contemplación mística nos conduce hacia una aproximación dialéctica: el advenimiento del mesías no puede ser intencionado, por lo que no es una meta política significativa. Sin embargo, puede ser un efecto no intencionado de la política secular.

      ¿Es esta posición una «teología política»? Casi parece serlo, pero una mirada más atenta revela que esta sería una posición imposible para un político. Para que la política siga siendo secular, el místico no puede hacer que su credo sea exotéricamente conocido,