El segundo descentramiento conceptual y analítico que este libro ofrece tiene que ver con colocar en primer plano la pregunta por la función que desempeñan, en los populismos, los procesos de constitución y de redefinición identitarios. Aunque el capítulo 1 de este libro se aboca de lleno al tema, adelantamos aquí que pensamos las identidades como procesos constitutivamente históricos, eminentemente políticos, contingentes y signados por diversas formas de heterogeneidad. Lo anterior, en efecto, supone que no es posible definir de manera inmutable (ni esencial) aquello que una identidad política fue en el pasado o es en el presente, ya que dicha identidad se compone de sucesivos modos, actos, prácticas, acciones identificatorias de sujetos individuales y colectivos. Esto abarca no solo movimientos o grupos, sino también actores provenientes de sectores diversos, trayectorias individuales de mandos medios, militantes, “segundas, terceras o cuartas líneas” de liderazgo al interior de los movimientos políticos, figuras mediadoras entre arenas políticas, culturales e intelectuales, “hombres y mujeres de a pie”, entre otros múltiples actores.
Como advertíamos antes, es a partir de contribuciones teóricas recientes, producidas desde revisiones críticas a la perspectiva analítica de Ernesto Laclau, que argumentamos que las experiencias populistas pueden ser pensadas como un tipo específico de gestión de identidades políticas y populares. Como lo han destacado algunos trabajos producidos por los llamados “estudios poslaclausinos” (Aboy Carlés 2001; Aboy Carlés, Barros y Melo 2013; Barros 2002; Groppo 2009; Stavrakakis, 2007, entre otros), lo que nos permite hablar aquí de “lo popular” no tiene que ver con una condición de clase, estrato social o el estatus de los sujetos o de los colectivos de un campo identitario determinado; tampoco remite siquiera a la recurrente evocación del significante “pueblo” en una discursividad particular (en realidad, como es sabido, casi todas las identidades políticas modernas apelan al “pueblo” de alguna u otra manera). Lo que “convierte” en populares a las identidades políticas se vincula con cómo llevan a cabo operaciones de sentido orientadas a dislocar un orden establecido (Aboy Carlés 2013). Lo propio de las identidades populares es, pues, que apelan al sujeto popular para desnaturalizar el orden vigente, la vida pública, la cotidiana y el sentido común, mostrando su condición de miembros no plenos de la comunidad, negativamente privilegiados o simplemente excluidos (material o simbólicamente) de la vida comunitaria (Barros 2013).
Como se verá en algunos capítulos de este libro, apelamos a la tipología sobre las identidades políticas propuesta por Gerardo Aboy Carlés (2001; 2013) para caracterizar a los populismos como un tipo de identidad popular con pretensión hegemónica, esto es, como un proceso de constitución identitaria que busca realizar una eventual agregación, inclusión y articulación de las alteridades a la solidaridad propia. Los fenómenos populistas, por ende, no pueden equipararse a toda construcción identitaria de la política (Laclau 2005), ni mucho menos pueden ser caracterizados como una constitución de solidaridades políticas de tipo autoritario o totalitario. Dicho sin ambages: en este libro, los populismos son un tipo bastante acotado y particular de constitución discursiva de identificaciones políticas.
¿Lo anterior implicaría, entonces, que es posible considerar como procesos populistas algunas experiencias históricas que, por diversas razones, no alcanzaron el Poder Ejecutivo? Nuestro enfoque abocado a lo identitario no podría sino responder afirmativamente a este interrogante. Aquí, por lo tanto, marcamos otro descentramiento (puntual) respecto de los “modelos ejemplares” del populismo: nuestra caracterización no tendría como condición sine qua non experiencias que ocupen un lugar específico en el poder político del Estado, pues, con o sin solio presidencial, es la persistencia, la iteración y la constante resemantización de las identidades populares el elemento decisivo para comprender a los populismos de nuestra región. Colombia y el gaitanismo son un ejemplo ilustrativo de este punto.
El tercer descentramiento de los populismos que planteamos se relaciona con un particular modo de abordar la dimensión de la temporalidad. Y es aquí donde el enfoque histórico se vuelve crucial para el estudio de los populismos, no para buscar en el pasado un momento originario de constitución de una identidad popular (peronista o gaitanista en este caso) que haya permanecido inalterada a lo largo tiempo, sino para visibilizar, en el transcurso del tiempo, distintos momentos de constitución de estas propuestas identitarias; momentos que, ciertamente, fueron resignificados o intervenidos en sus respectivos países. En suma, y sin perder de vista el interés teórico y la indagación de las experiencias históricas y políticas concretas, el presente libro, en sus diversos capítulos, brinda aproximaciones analíticas que destacan la contingencia propia en la temporalidad de dos populismos latinoamericanos.
Así pues, la obra se divide en tres partes. La primera está conformada por dos textos que, sin la pretensión de comparar de manera exhaustiva o sistemática el peronismo y el gaitanismo, invitan a leer estas experiencias —ciertamente singulares y diversas— en contrapunto, esto es, tomando a cada una de ellas como un punto de comparación con la otra. Esta aproximación metodológica (que se encuentra en especial argumentada en el capítulo 2 y que recuperamos en el epílogo) fue construida para analizar experiencias políticas disímiles o no evidentemente homólogas, prestando especial atención a las formas de producción social de sentidos en torno a la política, más que a los contenidos de cada proceso histórico-político en sí.15 La segunda parte reúne tres trabajos que realizan análisis específicos sobre algunas dimensiones significativas en el proceso de constitución y redefinición de las identidades peronistas. La tercera y última se ocupa, por su parte, de lo propio en torno al gaitanismo y a la experiencia colombiana.
El capítulo 1 reconstruye los hilos argumentales en torno a las identidades políticas y a los populismos desde dos clivajes que atraviesan transversalmente toda la obra: una perspectiva no sustancialista en torno a las identidades políticas y un enfoque no esencialista y no peyorativo sobre los populismos. Con ese interés teórico, María Virginia Quiroga y Ana Lucía Magrini afinan ambos conceptos, al tiempo que especifican y ejemplifican la productividad analítica y metodológica del tipo de operaciones que esta perspectiva —no sustancial y no esencial— de los populismos y de los procesos identitarios brinda para la comprensión de las experiencias peronista y gaitanista.
En el capítulo 2, Magrini propone un análisis en contrapunto entre dos actores controversiales, segundas líneas y figuras mediadoras (entre los campos político e intelectual) del peronismo y el gaitanismo, al momento en que estos últimos se constituyeron como movimientos a gran escala. Focalizado en las trayectorias individuales y en los procesos identificatorios de Cipriano Reyes y José Antonio Osorio Lizarazo, el texto se propone ilustrar el carácter constitutivamente heterogéneo de los movimientos, en coyunturas precisas.
El capítulo 3, y que inaugura la segunda sección en torno a la experiencia peronista, explora dos registros analíticos que han dado forma a este fenómeno social y político argentino: los estudios sobre populismo y los abordajes historiográficos. El texto de Mercedes Vargas, Juan Manuel Reynares y Mercedes Barros establece un juego intertextual entre ambas tramas argumentales (como los autores las denominan) y brinda una mirada atenta a la complejidad histórica de los procesos de identificación política, como también al tipo de lógica populista que estructuró el espacio comunitario durante el primer peronismo.16 Finalmente, los autores realizan un análisis