El conjunto de textos aquí reunidos dirige su mirada hacia las tensiones entre los elementos heterogéneos que habitan toda identificación y ello es una de las razones que ameritan su lectura. Una razón, por otra parte, central para dar precisión a aquello que venimos llamando “populismo”, ese concepto que siempre nos lleva a comenzar nuestras reflexiones con la consabida y repetida salvedad de las dificultades para su definición. Asimismo, enfatizar en las tensiones entre esas heterogeneidades es de importancia vital para un análisis preciso de los procesos identificatorios.
Los diferentes trabajos que constituyen este libro nos dejan ver distintas caras de la construcción populista de cierta unidad entre esas heterogeneidades: las tensiones entre las particularidades que habitan la identificación gaitanista o peronista, entre esas particularidades y el momento unificador del liderazgo, o las tensiones provocadas por la novedad que suponían procesos de subjetivación sorprendentes y desestructurantes. Todas ellas son tensiones que dejaron su trazo y operan aún hoy como restos que vuelven a aflorar como tradiciones políticamente disponibles y recuperables. De modo similar, también encontramos, en los sucesivos capítulos, los intentos por negar dichas tensiones y añorar una sociedad reconciliada consigo misma, ya sea a través del olvido o de los usos de la violencia.
¿Qué nos deja ver este libro sobre las tensiones antes mencionadas? Los estudios identitarios complejizan algunos presupuestos básicos de una teoría de la hegemonía que se sostiene en el análisis político del discurso. Dicha teoría plantea que los procesos que articulan identificaciones particulares se desenvuelven a través de lógicas. Como señalan Jason Glynos y David Howarth, una lógica “comprende las reglas o la gramática de una práctica como también las condiciones que hacen a la práctica tanto posible como vulnerable” (2007, 136). Estos autores mencionan tres lógicas posibles para esos procesos de articulación: la lógica social, la política y la fantasmática. La que me interesa destacar en este prólogo es la lógica política, en la que, siguiendo a Laclau y Mouffe (1985), incluyen a la lógica de la diferencia y de la equivalencia. Estas dos lógicas serían las dos caras de la moneda que estructuran el carácter, la intensidad y la extensión del vínculo entre las diferencias.
Ahora bien, si volvemos a la lectura de este libro, encontramos que la pregunta más general que lo atraviesa es sobre el carácter del lazo político en procesos que hacen equivalentes una pluralidad de posiciones discursivas heterogéneas que cobran nuevos sentidos en la práctica articulatoria. De este modo, la obra añade complejidad al análisis desde la teoría de la hegemonía y deja ver, desde mi punto de vista, la necesidad de reconocer que existe una pluralidad de lógicas que actúan en un proceso identificatorio y que no se limitan a la dualidad equivalencia-diferencia.
En cada capítulo leeremos modulaciones diferentes del lazo político, que dependían de una multiplicidad de factores: de las diferencias que, a pesar de compartir un espacio identitario, mantienen un grado de autonomía que hace difícil analizar su ubicación precisa en la práctica articulatoria (las figuras de José Antonio Osorio Lizarazo y Cipriano Reyes, en el capítulo 2, de Magrini); de la emergencia de nuevas diferencias (como muestra el capítulo 3, de Mercedes Vargas, Juan Manuel Reynares y Mercedes Barros, sobre las cartas a Perón); de la existencia de un espacio de representación intensamente antagónico en el que se produce el proceso identificatorio (como propone el capítulo 4, de Nicolás Azzolini); de la inestabilidad identificatoria que supone la reformulación constante del nosotros y de la alteridad (como lo hace el capítulo 6, de Cristian Acosta Olaya) y de la permanencia de ciertas identificaciones y su disponibilidad como oportunidad identificatoria (como se desprende de los capítulos 5, 7 y 8, de Aarón Attias Basso, de Adriana Rodríguez Franco y de José Abelardo Díaz Jaramillo, respectivamente, sobre el peronismo y el gaitanismo).
Desde ya, habría que decir que tranquilamente podríamos hacer una lectura estandarizada de estos trabajos y detenernos en la simplificación del campo identitario que los populismos generan, o centrarnos en rastrear las relaciones de equivalencia y diferencia entre las posiciones discursivas, o destacar la persistencia de cierta tendencia a la polarización política en las experiencias populistas, o mostrar cuáles eran los significantes que operaban como puntos nodales de ciertas articulaciones.
Pero ¿no radica la relevancia del análisis del capítulo sobre las cartas a Perón, por ejemplo, en las formas novedosas en las que se cuelan nuevos sujetos que hasta ese momento no contaban como diferencias políticamente articulables? ¿No hay en el delicado trabajo de desempolvar casi arqueológicamente los sentidos políticos de esas nuevas subjetividades algo más que la equivalencia y la diferencia? Estas dos lógicas, ¿nos dicen algo sobre la emergencia de esas nuevas diferencias, su carácter y del tipo de lazo político que esta facilita?
Del capítulo de Vargas, Reynares y Barros se desprende que la manera de gestionar la tensión que supone la emergencia de nuevas subjetividades está abierta a distintas posibilidades articulatorias. Una de ellas es la posibilidad populista, que les otorga ciertos rasgos que nos permitirían distinguirlas de otras. En el caso del peronismo, y de otras experiencias en los populismos latinoamericanos, esas nuevas subjetividades emergen al campo de una representación simbólica desplazada que —en ese desplazamiento— expande los límites del demos legítimo.
Las demandas en esas cartas por ser escuchadas por el Estado y exigir en pie de igualdad a un peronismo que no parecía llegar a todos los rincones con la misma potencia igualadora, ¿no expanden los límites de una formación política a través de las dos premisas institucionales que definen a la democracia, la isonomía y la isegoría? ¿Ayuda a entender mejor y precisar su análisis disponer de dos lógicas que destacan esos vínculos, sin mirar a su novedad ni a los efectos más amplios que ella produce sobre la comunidad política? La lectura más estandarizada es quizá lo que no permite dilucidar claramente que los llamados “populismos” parecen transitar en Europa la avenida opuesta: desplazan diferencias hacia fuera del campo de representación simbólica, “heterogeneizan” ciertos elementos que hasta ese momento aparecían como diferencias articulables a través de muros, campos de refugiados y deportaciones masivas. En estos casos, los límites del demos se restringen antes que expandirse.
En simultáneo a la expansión del demos, esas mismas diferencias novedosas, como las que analiza Magrini en las figuras de Reyes y Osorio Lizarazo, mantienen un grado de heterogeneidad entre sí, que impide su total inclusión en un “nosotros” definitivo. La inestabilidad del demos no es una novedad para una teoría que sostiene que los cierres hegemónicos nunca son plenos ni perfectamente suturados. Sin embargo, el análisis que brinda Magrini de las trayectorias de Reyes y Osorio nos plantea el interrogante sobre cómo precisar los vínculos al interior de la identificación populista misma. La autora sostiene que se requiere un análisis procesual del conjunto de actos identificatorios y señala la persistencia de tensiones internas a la unificación populista