3En el presente capítulo se subrayan los puntos en común y las líneas de investigación compartidas entre ambos autores, sustancialmente explayados en la obra Hegemonía y estrategia socialista (1987 [1985]). No obstante, cabe reconocer los singulares aportes de cada uno de ellos en el campo de estudios sobre las identidades, el populismo, la ciudadanía y los movimientos sociales. Laclau se ha mostrado centralmente preocupado por el análisis del populismo como una peculiar lógica política basada en la construcción de un pueblo; en ese sentido, trabajó sobre nociones clave como dislocación, antagonismo y hegemonía. Por su parte, Mouffe se enfocó en la perspectiva agonal de la política, el rechazo a la pospolítica, la reivindicación del feminismo y las luchas sociales como bases para un populismo de izquierda. Sobre este último punto, remitimos a la obra más reciente de la autora (Mouffe 2018).
4Parafraseando a Umberto Eco (1968).
5Nos referimos a Politics and Ideology in Marxist Theory: Capitalism, Fascism, Populism. La obra fue editada por primera vez, en inglés, hacia 1977. En 1978, la editorial Siglo XXI publicó la primera versión en español, en Madrid.
6El modelo arquetípico de esta mirada son los postulados de la sociología de la modernización de Gino Germani y el estructural-funcionalismo de Torcuato Di Tella, dos perspectivas de profusa difusión en América Latina. Para ampliar las referencias a algunas interpretaciones esencialistas y peyorativas sobre el populismo, y su particular distinción con la obra Laclau, puede revisarse Quiroga y Magrini (2014).
7En otros escritos hemos apelado también a la figura de las “víctimas del daño”, de Jacques Rancière (1996), para distinguir a quienes justamente se sienten dañados por un orden comunitario que consideran injusto y que no hace lugar a sus demandas (Quiroga 2017). Para una profundización de los posibles vínculos entre la teoría laclausiana y la perspectiva del autor francés, véanse los trabajos de Sebastián Barros (2006; 2010).
8Dentro de la vasta bibliografía sobre el tema, producida por los estudios poslaclausianos, nos interesan aquí en particular los trabajos de Benjamin Arditi (2009), Gerardo Aboy Carlés (2001; 2013), Sebastián Barros (2002; 2010; 2013; 2017) y Yannis Stavrakakis (2007). Los textos de Aboy Carlés y de Barros son especialmente sugestivos, en cuanto operativizan la teoría política del discurso mediante la imbricación de la reflexión en torno a las identidades, los modos de identificación política y la lógica de los populismos. En una perspectiva adyacente, Stavrakakis propone repensar los cruces entre el psicoanálisis lacaniano y la noción de identidad en Laclau. Los aportes de Arditi son importantes para tomar distancia del entendimiento esencialista de las identidades, como del relativismo absoluto; en ese sentido, el autor incorpora la noción de identificaciones metaestables.
9Si bien el tema no es objeto de este escrito, conviene precisar que hay un estrecho vínculo entre las consideraciones de la teoría política del discurso en torno a los procesos de identificación y subjetivación política, y los aportes del psicoanálisis lacaniano. Siguiendo a Lacan, Laclau (2000) argumenta que el sujeto se constituye como sujeto de una falta. Falta o vacío de un fundamento último, de un origen esencial o primario sobre el cual los procesos de subjetivación emergerían. Sin embargo, si la falta constituye un límite para toda constitución plena del sujeto, esta es al mismo tiempo aquello que tracciona al sujeto a la constante búsqueda (siempre imposible) por suturarla. Para decirlo en términos psicoanalíticos, el radical vacío de la falta motoriza el deseo o la búsqueda siempre errática del sujeto por cerrar su identidad de una vez y para siempre. Para una profundización de las dimensiones afectivas y el papel del deseo en los procesos de subjetivación política, remitimos al trabajo antes referido de Stavrakakis (2007) y al texto de Lorio y Vargas (2015).
10Nuevamente, aquí es perceptible la recepción de la teoría lacaniana, pues la fantasía no opera como un mero “enmascaramiento de la realidad”, sino como un mecanismo, ideológico y sintomático, que la hace posible. “El nivel fundamental de la ideología […] no es el de una ilusión que enmascare el estado real de las cosas, sino el de una fantasía (inconsciente) que estructura nuestra propia realidad social” (Žižek 2003, 61). En otros términos: “la operación distorsiva consiste precisamente en crear esa ilusión, es decir, en proyectar en algo que es esencialmente dividido la ilusión de una plenitud y auto-transparencia que están ausentes” (Laclau 2002, 17; resaltados propios).
11La relativa estructuralidad supone el fracaso de la constitución plena de toda estructura, es decir, ni total indeterminación ni total determinación estructural, sino estructuralidad fallida.
12Se utiliza la expresión “dislocación” como cambio de posición o lugar, es decir, para mostrar una ruptura o fisura con el orden vigente y una proposición alternativa. Véase el tratamiento especial de esta noción en Laclau (2000).
13Conviene precisar que en la obra colectiva de Aboy Carlés, Barros y Melo (2013) que aquí estamos siguiendo, los autores recuperan dos figuras o acepciones del término “pueblo” precisadas por Jacques Rancière (1996): plebs y populus. De acuerdo con el filósofo francés, esa distinción remite a una doble valía del vocablo: el primero refiere al pueblo como una parte de la comunidad, parte que además se presenta como excluida o dañada, la parte que no ha sido contada en el todo comunitario, “los menos privilegiados”, “los pobres”, “las víctimas del daño”, “la multitud”, “el populacho”, “los postergados”, entre otras figuras posibles. Mientras que el segundo sentido, el populus, remite al pueblo como el cuerpo de ciudadanos o conjunto de miembros de una comunidad.
14Para un estudio comparado entre yrigoyenismo y gaitanismo, que recupera las formulaciones de Aboy Carlés, véase: Milne y Acosta (2018).
15Retomando parte de estas reflexiones teóricas, Julián Melo se detuvo en formular algunas preguntas y ensayar respuestas plausibles, en torno a si es posible observar “en un determinado campo de disputa política la lucha entre varias formas de populismo” (Melo 2013, 75). El autor analiza allí la especial porosidad de las fronteras políticas del peronismo durante los primeros años de emergencia y advirtió más de un campo identitario con rasgos populistas en competencia.
16Remitimos al lector al libro de Alejandro Groppo, Los dos príncipes: Juan D. Perón y Getulio Vargas. Un estudio comparado del populismo latinoamericano (2009), una obra receptora de la teoría laclausiana, que realiza un estudio comparado entre varguismo y peronismo.
17Para un interesante análisis del cardenismo y la recepción del discurso revolucionario mexicano en su proyecto educativo, referimos al trabajo de Buenfil, Cardenismo. Argumentación y antagonismo en educación (1994). Sobre las articulaciones políticas en torno al cardenismo, véase también Aibar Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana (2009).
18Nótese aquí el aporte de la perspectiva posestructuralista, y de la teoría política del discurso en particular, al subrayar la diferencia entre el rasgo totalitario y el hegemónico como vía para indagar la potencialidad y el límite de las experiencias históricas analizadas. Agradecemos esta pertinente observación a Juan Manuel Reynares.
19En el capítulo 2 de esta obra se encuentran referencias específicas sobre este asunto en los estudios sobre peronismo y gaitanismo.
20Es ineludible la mención del trabajo de Daniel James (2004) sobre este