Por último, Aboy Carlés distingue las identidades populares con pretensión hegemónica, las cuales comparten, con las totales, la aspiración a representar el todo comunitario, pero, a diferencia de estas, el tipo de unidad que buscan no es reducida, pues intentan negociar su propia reivindicación particular con sus adversarios o con parte de ellos (2013, 34-40). Claramente, las identidades con pretensión hegemónica son el tipo de identidades que se ven involucradas en los procesos populistas. Y este es precisamente el elemento característico de los populismos, su regeneracionismo o constante búsqueda (no necesariamente amistosa ni por completo violenta) de negociar su propia identidad, al tiempo que intentan representar una universalidad o un tipo de comunidad relativamente amplia. Se trata, en efecto, de una tensión constitutiva de los populismos, de un mecanismo pendular —dice Aboy Carlés—, en el que en circunstancias precisas alguno de los dos momentos del péndulo (exclusión-inclusión) puede primar sobre el otro; pero lo relevante es que los populismos nunca renuncian a esta dinámica (2014, 40).
El autor se detiene a mencionar algunas experiencias latinoamericanas en las que es especialmente perceptible la inconmensurable tensión entre la particularidad de la plebs y la universalidad del populus; entre ellas se encuentran: el yrigoyenismo14 y el peronismo en Argentina,15 el varguismo en Brasil16 y el cardenismo en México.17 Si bien estos casos podrían, superficialmente, ser definidos como identidades totales (como buena parte de los estudios sobre populismo lo ha hecho), para Aboy Carlés, “esa apariencia totalizante está lejos de constituir una marca definitoria” (2013, 38), pues los intentos de los populismos de cubrir el espacio comunitario se ven rápidamente signados “por la presencia de fuertes oposiciones que demuestran su irrevocable carácter de parcialidad” (p. 38).18
Los procesos políticos que se abordan en este libro (esto es, el peronismo y el gaitanismo) también aportan interesantes ejemplos que pueden contribuir a ilustrar la tensión entre plebs y populus en los populismos latinoamericanos.
En Argentina, en vísperas de las elecciones de 1946, se incorporaron al entonces Partido Laborista —plataforma electoral que llevó a Juan Domingo Perón a la presidencia y que pronto fue desmantelada por él mismo— miembros de un sector de sus adversarios, los radicales renovadores (Unión Cívica Radical – Junta Renovadora). Algo similar ocurrió en el seno del gaitanismo, cuando Jorge Eliécer Gaitán se constituyó como jefe único del Partido Liberal, en 1947, y el movimiento comenzó a incorporar a sus filas a militantes anteriormente adversos (como los liberales que se opusieron a Gaitán en la contienda electoral de 1946, que finalmente llevó a la presidencia al Gobierno conservador de Ospina Pérez).
Este tipo de incorporaciones no se produjeron sin tensiones. Al respecto, en el capítulo 2 de este libro, Ana Lucía Magrini da cuenta de cómo la requerida amplitud de los movimientos peronista y gaitanista, en contextos de nacionalización y de construcción a gran escala de los mismos, produjo férreos enfrentamientos con militantes “de primera hora”, como los laboristas y los gaitanistas más intransigentes. Desde estos sectores internos a cada movimiento (y particularmente críticos), los líderes fueron duramente señalados por su desvío ideológico y por la repentina inclusión de pretéritos adversarios. De modo que estos actores no perdieron del todo su carácter particular y pusieron en discusión articu laciones y solidaridades construidas por el peronismo y el gaitanismo, al mismo tiempo que estos movimientos asumían procesamientos de las alteridades propios de las identidades populares con pretensión hegemónica y de los movimientos populistas.
En una dirección analítica similar, en el capítulo 6, Cristian Acosta Olaya se detiene en precisar cómo operó la lógica pendular entre inclusión y exclusión de los adversarios en el movimiento gaitanista entre 1946 y 1948. A contravía de una tendencia generalizada en los estudios sobre el populismo colombiano, centrados en hacer del gaitanismo un causante del violento enfrentamiento entre liberales y conservadores que siguió al asesinato de Gaitán en 1948, el texto muestra que el movimiento se erigió como un dique inestable frente a un contexto de violencia previa.
Retornando a la pregunta que inaugura este apartado, Barros (2013) ensaya una respuesta adyacente a la formulada por Aboy Carlés, aunque focaliza en otras dimensiones. El autor discute la asimilación sin más entre populismo, lo popular y lo político, cuestión que, como anticipábamos, no logra saldar la obra de Laclau. Para decirlo en los términos del investigador, “lo popular” remite a algunos rasgos —varios de ellos en coincidencia con los mencionados anteriormente por Aboy Carlés (2013; 2014)— que caracterizan a las identificaciones populares en tanto identidades políticas con capacidad para subvertir un determinado orden de cosas. Los atributos que señala Barros no son generalizables ni exhaustivos, pero sí resultan recurrentes a la hora de establecer un análisis de experiencias políticas concretas.
Entre esas notas características de las identificaciones populares sobresale, en primer lugar, el cuestionamiento de los papeles socialmente asignados, tema que hemos introducido en el apartado anterior y que ha sido abordado por la historiografía de los populismos latinoamericanos como la denominada “quiebra de la deferencia social”.19 Para Barros, el cuestionamiento de los roles social o culturalmente asignados tiene un sentido especialmente disruptivo en los procesos de identificación popular que involucran los populismos, pues esos mismos cuestionamientos habilitan un reordenamiento de las posiciones sociales. Este reordenamiento vendría aparejado a un autorreconocimiento con “orgullo”, “gallardía” —como suele aparecer en algunos testimonios de militantes peronistas, por ejemplo— o estima-de-sí. Conforme con el autor, estas expresiones no pasaron desapercibidas para los estudios sobre los populismos latinoamericanos, pero fueron “tomadas literalmente […] como muestra de la exclusión que caracterizaba a las crisis de participación previas a dichas experiencias” (Barros 2014, 332). A contramano, Barros argumenta que estos testimonios pueden ser leídos de otro modo, como un verdadero efecto de dislocación de la deferencia habitual (y naturalizada, por cierto) de la vida comunitaria.
Un segundo rasgo de las identificaciones populares remite al propio reconocimiento de la capacidad (no necesariamente nueva, pero sí públicamente visible) de “poner el mundo en palabras” (Barros 2013; 2014). En esa toma de palabra, nos interesa especificar un elemento característico en torno a los modos de decir y de tramar aquello que se cuenta, pues los testimonios, los relatos del yo, las autobiografías y las memorias por lo general apelan a estructuras narrativas similares, como la épica y el romance.20 Las historias personales son introducidas en historias más grandes, en las cuales cada experiencia individual adquiere un carácter heroico. Un heroísmo que, lejos de mitificar las vivencias propias alrededor de un líder, lo que hace es revalorizar el lugar que cada sujeto tiene, al reconocerse (a sí mismo) como “trabajador, peronista, gaitanista, poeta, narrador, escritor popular”, entre muchas otras posibilidades.
En tercer lugar, esas transformaciones en la estima-de-sí respaldan la demanda por ser escuchada o escuchado, lo cual supone una obligación de escucha para las instituciones públicas, los líderes o el Estado. Dos ejemplos que hacen parte de la experiencia peronista permitirían iluminar “desde arriba” (esto es, desde una mirada más oficial) y “desde abajo” (a través de la enunciación de “sujetos de a pie”) esta