Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscar Muñoz Gomá
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789566131106
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al interior del canal. Mientras esperaba, con el rostro apenas sobre la superficie del agua, escuché que cercaron a Juan Pablo y le ordenaron detenerse. No opuso resistencia y levantó las manos para rendirse. Entonces abandonaron la búsqueda y regresaron a la camioneta que estaba cerca. Esperé todavía un rato para salir, cuando sentí que mi cuerpo ya no aguantaba más el frío.

      Lo habían escuchado en silencio. Incluso Benjamín mostró cierta empatía hacia Simón. Pero no pudieron dejar de pensar, sin decirlo en voz alta, que Juan Pablo se había sacrificado para ayudar a Simón a escapar, desviando la atención de la patrulla. Él sabía que Simón estaba en las listas de los más buscados por los militares y, quizás, para matarlo. Margot sintió orgullo por su amigo.

      El toque de queda se había levantado ya. Un vehículo entró a la parcela y todos se volvieron a sobresaltar. Se bajó un individuo alto, delgado y rostro blanquecino, que contrastaba con su frente morena y curtida por el sol. Era como si hubiera poseído una barba espesa que de pronto se la había llevado el viento. Se quedó al lado del auto. Cuando lo divisó desde la casa, Simón les informó a los demás.

      − Me vienen a buscar. Es un compañero. No se preocupen.

      Abrazó a Gloria y a sus dos hijos y se despidió. A Gloria le rodaron lágrimas por su rostro, pero mantuvo la compostura. Al menos ya se había salvado de una detención que podría haber sido fatal. Dios sabía cuándo se volvería a encontrar con su esposo. Simón le dio un apretón de manos a Margot.

      − Gracias Margot, eres una buena persona. Te encargo a Gloria y ojalá puedas llevarla a nuestra cabaña a retirar algunas cosas y después donde su madre. No tenemos otra posibilidad. Y tú, cuídate, no te confíes.

      − No te preocupes. Creo que me iré por unos días donde mis padres. O Benjamín puede quedarse conmigo también. Le encantará porque él vive en un departamento. No estaré sola. Yo llevaré a Gloria donde su madre. Y tú cuídate también, piensa en tus hijos. Es lo más valioso que tenemos.

      − Precisamente por eso me voy a lo que voy. Para que ellos puedan tener un país mejor.

      Simón levantó su brazo en señal de despedida a los demás, dio media vuelta y caminó hacia el auto que lo esperaba. Subió, el vehículo giró para salir y se perdió en la calle.

      Benjamín había encendido la televisión y miraba un noticiario del mediodía que reiteraba las imágenes de la Junta Militar anunciando las nuevas disposiciones y los enfrentamientos entre civiles y uniformados que seguían ocurriendo. Había mucha repetición de escenas, pero lo que más les impresionó fue ver el palacio de La Moneda en llamas. El día anterior había sido bombardeado por los aviones de guerra de la Fuerza Aérea. Aunque aborrecía al gobierno allendista, el bombardeo de La Moneda le pareció un exceso, una desproporción. ¿Qué objeto tenía? Era un monumento nacional, una reliquia histórica, no le pertenecía a ningún gobierno, solo a la nación. Pero no pudo evitar cuestionarse que en la lógica militar las proporciones y equilibrios están fuera de lugar. La lógica es dominar y vencer con todo el poder que se tenga a mano. Pero, aun así, sus preguntas seguían.

      Ricardo leía revistas, que daban cuenta de una realidad que ya no existía. Por lo mismo, recorría las páginas sin detenerse en ellas. Los niños, ausentes de todo el acontecer de las últimas veinticuatro horas, aprovecharon de correr para descargar tantas ansiedades ocultas, producto de sus intuiciones infantiles.

      Se escuchó una bocina en las cercanías. Gloria salió de la casa para anunciar que otro auto había ingresado a la propiedad. Margot corrió a verificar de qué se trataba. Era su amiga, la embajadora sueca. Reconoció su vehículo. Venía a buscar a Juan Pablo. Demasiado tarde, pensó. Salió para recibir a la embajadora e invitarla a entrar. Ella le hizo señas de que esperaría en el auto y le mostró su reloj, en señal de que no tenía mucho tiempo. Entonces Margot se acercó y conversaron. Ambas se abrazaron, la embajadora subió a su automóvil y salió de la propiedad.

      Margot regresó al jardín a sentarse debajo del árbol donde había estado la noche anterior con Juan Pablo. Más allá, hacia el fondo de la parcela, se divisaban unos cuantos almendros, con sus hojas nuevas y cargados con los incipientes frutos envueltos en su piel verde aterciopelada. Una brisa nostálgica invadía el ambiente. El día estaba despejado y un sol de primavera, todavía algo raquítico, brillaba. Se oía el canto de pájaros y las primeras flores silvestres se asomaban por el campo. No cabía duda. La naturaleza tiene ciclos muy distintos a los de la especie humana.

      SEGUNDA PARTE

      EXILIO

      1

      Margot Lagarrigue caminaba por la calle Florida de Buenos Aires cuando observó un tumulto en torno a un kiosco de diarios. Algunos transeúntes discutían con voz airada y se amenazaban mutuamente con irse a las manos. Cuando se acercó leyó el titular a todo lo ancho de la página de un diario de la tarde. “Murió Perón”. Había conmoción en la calle. Era el primero de julio de 1974. El general no alcanzó a estar un año en lo que fue su tercer gobierno en Argentina. Se abriría un panorama político lleno de incertidumbres.

      Sintió renacer la desazón que comenzaba a superar tras el golpe militar de Chile. Se había trasladado a Argentina pocas semanas después a instancias de su padre y a pesar de no haber tenido nada que ver con el gobierno de Allende. Un día su padre llegó a su casa para conversar.

      − Hija, las cosas están muy difíciles para quienes no apoyan a la Junta Militar. Yo sé que tú nunca te has metido en política, pero Rodrigo fue alto funcionario del gobierno de Allende y es sabido que fue uno de los principales responsables de las expropiaciones de empresas y bancos. He conversado con algunos amigos que tengo en el Ejército, de cuando fui alumno en la Escuela Militar. Me dicen que todos los familiares de los altos funcionarios del gobierno de Allende están en listas de observación y eventualmente podrían ser citados a declarar. Y tú tienes un agravante, tú sabes de qué se trata, ¿no?

      Margot suspiró.

      − Me imagino que por el hecho de que dos sospechosos hubieran estado en mi casa el día del golpe, me hace a mí sospechosa también.

      − Obvio. Y, Margo, no sigas hablando de “golpe”. El lenguaje correcto ahora es “pronunciamiento”. Es una lesera, pero seamos prudentes.

      − Papá, perdona que te contradiga, pero las palabras esconden la apreciación que tenemos de los hechos. Hablar de “pronunciamiento” es una forma de darle legitimidad al golpe y a sus consecuencias.

      − Pero, ¿tú crees que podría ser de otra manera? Mira, siempre hemos sido muy francos entre nosotros. Yo sé que tuvimos un golpe de fuerza, fue una declaración de guerra al gobierno, que había perdido legitimidad por lo demás, y era inevitable que surgiera un rechazo y una disposición de los partidarios de Allende a usar la violencia, incluso armada. El gobierno militar tiene que precaverse de que incluso lleguemos a una guerra civil. Sería lo peor que podría pasar. Pero, vamos a lo nuestro. Creo que deberías salir del país, por un tiempo breve, hasta que las cosas estén más claras. Lo último que yo querría es que fueras detenida y sometida a interrogatorios. Mira, esta gente no trata con guantes a sus opositores y no entiende de sutilezas del lenguaje.

      − ¿Qué me vaya de Chile? ¡Y adónde me voy a ir!

      − Tenemos parientes en Buenos Aires. Tú sabes que mi hermana Amalia vive allá desde hace muchos años y te puedes ir donde ella. Esto será por un poco tiempo. Estoy seguro de que antes de un año las cosas se habrán normalizado, se habrá llamado a elecciones y tendremos un gobierno civil moderado. De hecho, uno de los primeros bandos de la Junta Militar afirmó que los militares se quedarán en el poder “solo mientras las circunstancias lo permitan”. Ambigua la palabra, es cierto. Mientras tanto, instálate allá con el niño. Estaremos cerca y te podremos visitar. Yo me haré cargo de guardar tus muebles en una bodega de la empresa y arrendaré tu casa.

      − ¿Y tú crees que la tía Amalia va a estar dispuesta a tenernos todo este tiempo?

      − Hablé ya con ella, por teléfono. Está encantada y deseosa que llegues. Sus hijos son adultos e independientes,