No sólo su ministerio (lo que él hizo) pertenece al orden hipostático, como quería Suárez, ni san José es sólo la "sombra" del Padre, como sostiene Doze. San José es el mismo Padre presente, personalizado e historizado en su persona, como intuyó fray Adauto Schumaker y nosotros reafirmamos.
El círculo se cierra: toda la Trinidad asumió nuestra condición humana y mora entre nosotros. La Trinidad celeste del Padre, Hijo y Espíritu Santo se hizo Trinidad terrestre en Jesús, María y José. Más adelante entenderemos a la Santísima Trinidad como Familia divina que, como tal, se personifica en la familia humana, en la familia de Jesús, María y José.
Para beneficio de nuestra tesis procuraremos recoger lo mejor del pasado y, al mismo tiempo, incorporar las aportaciones de otros saberes que nos vienen de la antropología filosófica, de la tradición psicoanalítica y de la moderna cosmología. De este modo resituaremos a san José en el conjunto de las verdades de la fe cristiana, ofreceremos buenas razones para una piedad más sostenible y tendremos más motivos para alabar y bendecir a Dios que se dignó entregársenos totalmente en las figuras que forman la Trinidad terrestre, reflejo histórico de la Trinidad celeste.
La teología que nació de la alabanza (doxología) vuelve de nuevo a la misma alabanza, ahora, sin embargo, enriquecida con más razones para cantar y bendecir.
1 Los libros de estos autores se citarán oportunamente a lo largo de este estudio.
2 Véase R. Gauthier, Bibliographie sur SaintJoseph et la Sainte Famille, Montréal, Oratoire Saim-Joseph, 1999, con 1365 páginas; véanse también los sitios en in ternet con la bibliografía josefina: www.jozefologia.pl/bibliografia.htm; www.redemptoriscustos.org/bibliof_es.html.
3 Para un estudio más preciso sobre este tema, véase Leonardo Boff, A Trindade e a Sociedade, 5ª. ed., Vozes, Petrópolis, 2003, o su versión simplificada: A SS. Trindade é a melhor comunidade, 7ª ed., Vozes, Petrópolis, 1993.
4 Véase en el capítulo VI un resumen histórico más detallado de esta cuestión.
5 Véase P.-E. Charbonneau, Saint-joseph appartient-il al' ordre de l' union hypos tatique? Montréal, Centre de Recherche Oratoire de Saint-Joseph et Faculté de Théologie, 1961.
6 A. Doze,Joseph, ombre du Pere, Éditons du Lion de Juda, 1989; véase también Dobraczynski, L'ombra del Padre. II romanzo de Giuseppe, Brescia, 1982.
7 Véase el manuscrito más importante, "Josefologia: o Pai 'personificado"', del 19 de marzo de 1987, analizado en el capítulo VII.
II
ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS
La figura de san José está llena de ambigüedades. Por un lado, es el buen esposo de María, el padre de Jesús, el trabajador. Los fieles le rinden especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Centenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos en medio del mundo, tienen a san José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de san José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública.
Por otro lado, san José es el prototipo de la persona que sólo ayuda, silenciosa y anónima, cuya vida poco conocemos. Nadie sabe quién fue exactamente su padre, su madre, ni qué edad tenía cuando se desposó con María, ni cómo y cuándo murió. Es una sombra, aunque bienhechora.
Al lado de las cosas altamente positivas ligadas a su persona, hay también versiones, clichés y malentendidos que, desde los primeros tiempos, especialmente a causa de los apócrifos, atravesaron los siglos y llegaron hasta nosotros.
Aunque esas versiones sean cuestionables, servirán de sustrato para el imaginario que se expresó en la pintura, en las artes plásticas y en la literatura. No se apartan de nuestros ojos las escenas idílicas del nacimiento y del pesebre, donde el Niño, recostado entre el buey y el asno, tiene a su lado a María y a José, inclinados y reverentes ante el misterio de la ternura divina. Del mismo modo, el buen ancianito que carga al niño Jesús en sus brazos y lo estrecha con cariño y asombro, pues sabe que carga un misterio.
Pero como queremos hacer una obra de reflexión crítica, actualizada y de teología creativa, sentimos la necesidad de limpiar previamente el terreno. Es necesario, por tanto, deshacer prejuicios y superar clichés incrustados en el imaginario cristiano. Es semejante al proceso de limpiar los ojos. No destruimos las lentes, sino las lavamos para poder ver mejor a través de ellas. Así, vamos a aprovechar al máximo la tradición de los apócrifos, por los fragmentos de verdad que contienen, pero también debemos reconocer sus límites y los desvíos que pueden ocasionar.
Muchos puntos aquí señalados serán aclarados a lo largo esta obra. Ahora sólo enumeramos los principales; así preparamos el campo para una reflexión más fluida después.
l. José, ¿un hombre sin mujer?
En primer lugar, no son pocos los que muestran extrañeza ante la situación singular de san José. Dicen: José es un hombre sin mujer, María una mujer sin hombre y Jesús un niño sin padre.
A éstos hemos de recordar que los textos del Nuevo Testamento afirman claramente que José tiene su mujer (cf Mt 1, 20.24), fue primero novio (cf Mt 1, 18; Lc 1, 27) y después esposo (cf Mt 1, 16.19).
Era el hombre de María (cf Mt 1, 16. 18. 20. 24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo.
María tuvo su hombre, José, su novio y marido (cf Mt 1, 16.19). Vivieron juntos (cf Mt 1, 24) y moraron en Nazaret (cf Mt 2, 23). Por eso, no obstante la concepción virginal y la virginidad preservada de María (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), los evangelios no dudan en llamar a José es poso de María ya María esposa de José (cf Mt 1, 16. 18-20; Lc 1, 27).
El hijo de María se convierte también en hijo de José, en razón del vínculo matrimonial que los une. Por eso los evangelios lo reconocen como el hijo de José (cfLc 3, 23; 4, 22b; Jn 1, 45; 6, 42) o el hijo del carpintero (cf Mt 13, 55), de quien aprendió la profesión, pues también lo llaman carpintero.
Constituyen una sola familia, que está presente y unida con ocasión del nacimiento de Jesús; que experimenta el temor de la mortal persecución de Herodes, que quería sacrificar a los niños de la región de Belén, donde nació Jesús; que pasaron juntos por las amarguras de una huida apresurada a Egipto; que volvieron después de allí y fueron, literalmente, a esconderse a Nazaret, porque Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea y, tan sanguinario como su padre, podría querer todavía matar al niño Jesús.
En esa pequeña villa, como todos los padres piadosos, cumplen también con los ritos de la purificación, de la circuncisión y de la presentación en el Templo, inician al hijo en las fiestas sagradas y se afligen, juntos, cuando el Niño, de 12 años, no se incorpora a la caravana para regresar a Nazaret y se entretiene en el Templo.
El hecho de la gravidez, misteriosa por ser obra del Espíritu Santo y no de José, no impide que haya una