Con la investigación que aquí propongo, me sumo a la emergencia de los estudios que atienden estas relaciones y que encuentran allí matices estéticos, tanto desde lo filosófico como de lo violento, y los temas que se encuentran allí y sus formas de tratarlos desde la poesía reciente enmarcada en el periodo 1980-2018.
De esta manera, puedo observar que las relaciones entre poesía y violencia siempre han sido manifiestas, a pesar de que algunos las han negado. Entre los estudios más sistemáticos e importantes en cuanto al tema, se encuentra el trabajo del poeta y crítico Juan Carlos Galeano, quien en su libro Polen y escopetas: la poesía de la violencia en Colombia desarrolla la idea de que la poesía crea símbolos para contrarrestar y responder ante la realidad social nihilista, los referentes relacionados con la fecundidad hacen que los hechos violentos utilizados en la poesía tengan una relación fuerte con la naturaleza y unas formas de refundar lo vital (Galeano, 1997). Otra de sus conclusiones es el análisis de las épicas anónimas representadas en la poesía, y el nadaísmo como movimiento abiertamente contestatario frente a la institucionalidad, y abiertamente filosófico.
Durante el siglo XX, Galeano reconoce las dos tendencias de la poesía colombiana sobre la violencia; en los autores que estudio en esta investigación, encuentro una representación de cada una de estas maneras de poetizar los problemas sociales. Sobre este aspecto, el autor dice:
El modo popular y el modo culto, las dos venas poéticas portadoras de los poemas de la Violencia, podrán inscribirse dentro del marco conceptual que en el siglo XX se conoce como poesía social. Bajo este nombre se agrupan los rasgos de un carácter colectivo, cercanía al realismo y apego a la historia; esta poesía, además de su naturaleza testimonial, contiene rasgos de compromiso político, puesto que el poeta social muchas veces escribe desde el ángulo ideológico de un partido o de un credo religioso (Galeano, 1997, p. 29).
Estas características se encuentran en la definición de poesía testimonial en Latinoamérica (Urbanski, 1965). Sin embargo, pienso que aquí se debe matizar lo político, no solo por la difusa propuesta y apuesta ideológica de lo que se encuentra en los poemarios, sino porque cada uno de los poetas tiene en común la reflexión moral sobre el país desde lo emocional.
Pienso, entonces, que los poemas de Julio Daniel Chaparro y Tirso Vélez hacen parte de una generación emboscada en el sentido en que se escriben y se viven en ese estado de excepción, que como experiencia vital registra la poesía a través de la creación de una lengua literaria ligada al testimonio como tradición poética en Colombia. La necesidad de profundizar en estas apuestas arroja luces sobre la escritura poética contemporánea y actual con relación a la experiencia de la excepción, de la guerra, el necroestado y los problemas generalizados en las poblaciones aún en tiempos de posconflicto.
En el poemario De nuevo soy agosto y otros poemas (Chaparro, 2012), encuentro este flujo estético de la poesía testimonial, con las distancias de la poesía escrita durante el bipartidismo. Julio Daniel Chaparro denomina a la generación en emboscada (Chaparro, 1990) que está escribiendo en esos momentos donde la violencia está recrudecida y de la cual son víctimas; tanto él como Tirso Vélez resultando asesinados por sus ideas políticas y la expresión de denuncia de sus textos. Esta idea generacional se plantea como un grupo de escritores que recibe la violencia en su experiencia vital más intensa y dice que frente a ella la poesía se vuelve más lírica, más hacia el lenguaje, así lo hace saber el poeta:
Emboscados sí. La certidumbre por vía de la cotidianeidad, pues en el caso de la nueva generación el atisbo de país, de la sociedad, ha estado matizada por hechos que hermanan el miedo: la década de los ochenta, la década en la que le correspondió asumir la vida, se caracterizó por un largo itinerario de asesinatos, masacres, magnicidios, guerra en muchos frentes, corrupción y desastres.(…) Lo cierto es que estos hombres y mujeres que levantan la voz de la poesía han sabido del dolor, conviven con él aún todos los días, incluso a veces lo reinventan (Chaparro, 1990, p. 27).
Nótese cómo aquí se genera la definición de un ambiente póstumo en el sentido en que se refiere a personas, escritores, que han sabido del dolor y la amenaza; como entiende Marina Garcés (2017), la condición póstuma, un síntoma de esta época después del nihilismo en donde se vive en permanente amenaza. Ya la pregunta existencial no es saberse para la muerte, sino saberse amenazado. Por ello, elegí también acoger estos poemas y autores como inaugurales de esta interlocución o sensibilidad alternativa frente a los discursos hegemónicos de la guerra y la memoria. Porque son inaugurales, desde la poesía, en esa reflexión existencial de la sobrevivencia en lo póstumo.
La llamada Generación emboscada, como categoría de agrupamiento de estos dos poetas, me ayuda a pensar los inicios del momento sitiado por la violencia, cuando los mismos poetas constituyen una amenaza por su gesto de escritura, esta escritura poética articulada al testimonio, que también lo define el autor en este ensayo, donde la sensibilidad de la sinceridad y la ternura de los testimonios, es decir, los afectos, se declaran como estética. Dice Chaparro (1990):
Los nuevos poetas se acercan más para testimoniar, concediendo mayor importancia a las palabras que a los poemas. Porque saben que, como se ha dicho tantas veces, la verdadera patria del poeta es la palabra. En muchos de ellos la palabra equívoca, la exigencia de un lector que cocree, la urgencia tras un texto cifrado y complejo, el conjunto que constituye la nota predominante (p. 28).
Se podría hablar de la apuesta de Chaparro por una poesía de lenguaje, en el sentido heideggeriano del término, una poesía hermenéutica. Lo cierto es que esta tendencia no es uniforme en ambos poetas, Tirso Vélez y Julio Daniel Chaparro, a pesar de que sí comparten la común vivencia de la violencia, la potencial amenaza de las palabras. Más bien, la noción de lenguaje, cuando se vuelve a él como respuesta a la realidad o cuando se utiliza para incidir en lo social hacia el uso de textualidades colectivas, predomina como manifestación política desde la poesía testimonial.
La obra de estos poetas circula a través de la publicación en revistas como Puesto de Combate, de la Editorial Magisterio y Memoria de la Universidad Francisco de Paula Santander, en Cúcuta, durante la época en que todavía estaban vivos. Es importante destacar que en este sentido se entiende un cierto tipo de poesía académica, en esa interrelación entre los autores y las instituciones literarias con la producción poética. Igualmente la intermediación del oficio periodístico, como en el caso de Chaparro, condiciona unas lógicas de escritura y las intencionalidades políticas de los autores. De tal forma, se puede hablar de una construcción autoral ligada a la academia, también a los partidos políticos, al menos durante esta época de la poesía testimonial.
De este modo, hay poetas más cercanos a la tendencia coloquial, al documento y la crónica de la que el mismo Chaparro desdeña por constituirse como lugar común. Aunque podría considerarse en ese lugar la producción de Tirso Vélez, no me interesa antagonizarlos sino estudiar ambas propuestas como manifestaciones de un mismo fenómeno, la poesía testimonial en Colombia, y su continuidad en la época finisecular, del clímax de la violencia hacia la política de la memoria y el posconflicto.
Del poeta Tirso Vélez incluyo para el análisis el libro memorial que se titula Poesía reunida (Vélez, 2018). El autor nació en 1954, un profesional comprometido con la ruralidad en el Norte de Santander. Era militante de la izquierda colombiana y fue precandidato a la gobernación de Norte de Santander a través del partido político Polo Democrático. Antes de ser asesinado en 2003, se supo que lideraba las encuestas como candidato a la gobernación.
También a causa de su poema “Colombia, un sueño de paz”, publicado originalmente en 1993, se enfrentó con el Ejército, recibió amenazas de las autodefensas y fue aprisionado y acusado por el DAS de vínculos con el ELN; posteriormente fue liberado por falta de pruebas. Analizo este poema y varios otros reunidos en Poesía reunida. La obra registra una constante intimidad social en la evolución poética del autor, una estética coloquial y popular, que inserta canciones y textos de la cultura popular en una voz poética de enunciación colectiva, desde el registro de lengua popular. Esta apuesta pasa también por el ejercicio vital del poeta, del liderazgo político en su región, el