Durante los pasados dos milenios, mucha gente ha actuado de igual manera que estos dos discípulos de Juan, siguiendo a Jesús para ver quién es Él. Algunos quisieron seguirlo todo el camino; otros no quisieron pagar el precio. Cuál es el precio del discipulado para Jesucristo? Continuaremos paso a paso junto con estos dos hombres y otros diez, para aprender la respuesta a esta pregunta. Los fundamentos del discipulado pueden ser comprendidos mejor a los pies del Maestro.
Un Preludio al Compromiso
La gran obsesión de los judíos era experimentar al Mesías, dando testimonio del reino de Dios con todos sus beneficios prometidos. Juan el Bautista habló de la importancia de preparar el corazón para la llegada del Salvador prometido y la gente venía a él para ser bautizada como una señal de dedicación y de que aguardaban la venida del Rey. Un aire de expectación inundaba la tierra, así que cuando Juan anunció que Jesús era el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo, sus discípulos supieron con exactitud lo que él quería decir. Sus corazones estaban limpios, llenos de curiosidad y cultivados por el Espíritu de Dios.
Juan estaba sirviendo en un ministerio de preparación, provocando un interés en el Mesías venidero. Cuando Jesús, el verdadero Mesías, llegó a la escena, ese tiempo de preparación terminó. Él había establecido exitosamente el escenario para el gran evento de la salvación, pero era el momento de hacerse a un lado.
Parte del proceso de discipulado es esta fase de preparación, sosteniendo a los creyentes mientras las semillas del compromiso están germinando. Necesitamos reconocer el valor de la obra llevada a cabo por alguien como Juan el Bautista. Él fue un hombre de avanzada, un predecesor que preparó el camino. Tal ministerio es un preludio natural para el compromiso. Actualmente, en nuestras iglesias necesitamos monitorear y nutrir a los “polluelos espirituales”, como lo hizo Juan.
Los típicos ministerios de preparación como la Escuela Dominical, los programas de música y los grupos de amistad proporcionan un escenario en el que el formador de discípulos puede observar y aguardar hasta que una persona esté madura y lista. Tales programas no deben ser descartados como ministerios donde no se hacen discípulos, sino reconocer que generalmente no proporcionan el entrenamiento en habilidades ministeriales.
Estos “ministerios de reserva” son vitales para un discipulado exitoso, pues sin ellos no tendríamos una oportunidad inicial de reunir a aquellos que no están actualmente preparados para una participación más seria.1 Debemos ser pacientes, aguardando y observando el tiempo propicio para que el Espíritu de Dios prepare los corazones de los discípulos para un cierto momento en el que ellos se levanten y digan, “Aquí estoy, Señor, reportándome al deber.” Este fue el caso de los dos hombres que dejaron a Juan en el momento señalado para seguir al Mesías.
Una Invitación a Contemplar al Maestro
Jesús les respondió a estos dos hombres de manera directa y algo abrupta. “Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: ‘¿Qué buscan?’ ‘Rabí, ¿dónde te hospedas?’ [Rabí significa: Maestro]” (Juan 1:38).
Realmente Jesús deseaba saber lo que ellos querían, o, Él ya lo sabía? Ciertamente, Él era consciente de sus deseos y expectativas. Ellos estaban llenos de preguntas y necesitaban respuestas. Ellos no tenían un plan, sino que simplemente se pararon delante de Él llenos de esperanza.
Allí en esa posición, mirándose fijamente el uno al otro, ellos al unísono preguntaron desconcertados, “Rabí, ¿dónde te hospedas?” De una manera torpe, ellos estaban preguntándole si podían caminar con Él. Jesús les respondió con una simple invitación: “Vengan a ver.” En efecto, Él les estaba diciendo, “Vengan conmigo y podrán ver cómo vivo.”
Esta invitación no parecía inicialmente muy importante, pero con estas palabras Jesús lanzó la primera fase de su ministerio. Juan 1:39 dice que ellos pasaron el resto del día con Jesús. Nosotros sólo podemos suponer el contenido de sus discusiones, pero podemos observar que como en muchas otras ocasiones, ellos salieron con sus corazones ardientes.
En este punto surge un principio vital del discipulado: no vincule gente para algo sin primero permitirles calmar su curiosidad. Jesús no tuvo temor de revelarles la letra menuda del contrato. Nosotros tenemos una impresión diferente de este pasaje, en el que Jesús deseaba facilitarles decir no. Él no empleó el equivocado hábito de la cristiandad del siglo XXI, de involucrar rápidamente a la gente en compromisos. Cuando este precipitado método es utilizado, el recién incorporado normalmente despega como un cohete, sólo para volver luego a la tierra como una roca. Después de eso, la restauración es casi imposible y un asunto muy desagradable. No debemos ser intimidantes cuando invitamos a otros a observar al Maestro. De hecho, al comienzo, Jesús mismo lanzó su plan para rescatar al planeta Tierra con la simple invitación a venir a ver.
Cuando la gente obtiene respuestas a sus preguntas y ve reducidos sus temores a niveles aceptables, ellos están listos para hacer un compromiso mayor. El tímido y retraído discípulo Andrés, a quien siempre se refieren como “el hermano de Simón Pedro,” ilustra este principio. El pobre Andrés, siempre siendo opacado por su gran hermano. Cuando le preguntaron a Leonard Bernstein cuál era el instrumento más difícil de tocar, él respondió que el segundo violín. Ciertamente es un instrumento difícil de tocar, pero que es música para los oídos de Dios cuando es tocado con dedicación y humildad. Como Andrés estaba convencido de que Jesús era el Mesías, él estaba ansioso de arriesgarse a compartirle a su pragmático hermano acerca de su descubrimiento. Pedro estuvo de acuerdo en ir con Andrés.
Mientras Pedro permanecía allí delante de Jesús por primera vez, el Maestro demostró otro principio clave del discipulado. Él le dijo al inculto pescador, “Serás llamado Cefas,” que significa “roca” (Juan 1:42). Cuando Jesús lo miró a los ojos, Él vio en Pedro más de lo que el simple ojo humano podía ver. Él sabía que este era alguien cargado, impulsivo, presuntuoso, que prometería la luna e intentaría algo al menos una vez. Aunque Jesús también vio un corazón fuerte y un extraño rasgo de coraje. Un hombre como Pedro, cuando fue lleno del Espíritu de Dios, llegó a ser una roca de estabilidad. Jesús vio a un hombre que se levantaría con firmeza varios años después, en el día de Pentecostés, a predicar la Palabra con valentía.
Jesús vio en Pedro lo que Él ve en cada uno de nosotros, nada que un milagro no pueda lograr. Jesús ve en sus seguidores lo que ellos serán, no lo que ellos son. Cada uno es un candidato para algo y en eso no hay excepciones. A pesar de lo que veamos en una persona, hay mucho más de lo que el ojo humano puede ver, cosas que sólo Dios comprende. Aquí hay una lección básica para quienes buscan reclutar y formar discípulos. No dependan de su propia sabiduría convencional. Busquen la dirección del Espíritu Santo para una comprensión espiritual.
Con su corazón ardiente y su cabeza llena de un mensaje motivante, Andrés salió a buscar a Pedro y una reacción en cadena comenzó. Al día siguiente, Jesús encontró a Felipe y luego Felipe encontró a Natanael. “Felipe buscó a Natanael y le dijo: ‘Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas’.” Natanael era algo escéptico, aunque aceptó al menos dar un vistazo. Es interesante que Felipe le hizo la misma invitación que Jesús les había hecho, diciéndole a Natanael, “Ven a ver” (Juan 1:45-46). De una manera básica, esto indica la importancia del modelo.
Una Canasta, No una Trampa
Jesús tenía una habilidad para ver los patrones de personalidad básicos de la gente. Con frecuencia usaba este gran poder de observación cuando se relacionaba con sus discípulos. A Pedro, que usaba una sobrepuesta fachada de hombre