La música con faldas. Fernando Díez de Urdanivia. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando Díez de Urdanivia
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786078427048
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“no hay una Bach8, ni una Beethoven9, ni una Mozart10”.

      En Buenos Aires las compositoras Hilda Dianda, Alicia Terzian y Marta Lambertini agregaron que tampoco había una Verdi11 ni una Wagner12, y en tono de queja resumieron: “la historia se escribe en Europa y la redactan los hombres, aunque la música de concierto también tenga cara de mujer”.

      Hace poco más de diez años, el músico mexicano Manuel de Elías (1939) dio a la imprenta el manifi esto de un grupo constituido por sobresalientes creadores de Hispanoamérica. La lista contiene veintiún nombres y no hay ninguno femenino.

      Tomás Marco (1942) publicó en 1970 el libro Música Española de Vanguardia, donde solamente menciona a la compositora Elisa Agudíez entre las “promociones más jóvenes”, cuando en realidad existen reportes con muchas creadoras hispanas de similares características. Éstas y muchas otras son faltas sensibles.

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      Johann Sebastian Bach (1685-1750). Precursor de la música moderna. Organista en Santo Tomás de Leipzig. Su obra cumbre: la Pasión según San Mateo, rescatada por Mendelssohn.

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      Ludwig van Beethoven (1770-1827) Revolucionó la forma-sonata y fue el más grande arquitecto musical. Sus cuartetos y sinfonías no encuentran par en la historia.

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      Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Justamente considerado el más grande genio musical de la historia. Su capacidad creativa no tiene pareja antes ni después de él.

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      Giuseppe Verdi (1813-1901). Triunfó inicialmente con la ópera Nabucco (1842) y después refrendó éxitos con el más importante y famoso de los repertorios.

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      Richard Wagner (1813-1883). Las jornadas operísticas de Bayreuth son uno de sus mejores legados. La tetralogía el Anillo del Nibelungo, recientemente puesta en México, es su obra cumbre.

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      Podemos recorrer páginas de libros, revistas especializadas y diarios donde las damas ofendidas levantan su voz para arremeter contra los que se aferran a la idea de que la creación musical está sujeta al sexo, y la genialidad es patrimonio varonil.

      Estamos ante una misoginia que a lo largo de milenios no pertenece a una raza o una cultura, sino es problema general. Escritos a fi nes del siglo XIX, encontramos párrafos que terminan con palabras como éstas: “no obstante su inspiración, la compositora permanece siendo una mujer”, o bien

      “la mujer siempre será recipiente e intérprete, pero hay escasa esperanza de que sea una creadora”.

      Ésas y otras opiniones no son expresión de ideas personales, ni de críticas insanas, sino de un clima antropológico que los siglos han arrastrado y no se limita a la música, sino a todo el quehacer humano. Representan una cara de la moneda que no parece tener otra, y equivalen a posiciones negativas que han sido punto menos que irreversibles.

      Una compositora italiana del siglo XVI, Maddalena Casulana, en la dedicatoria de sus obras a Isabel de Medici escribió estas palabras elocuentes: “Deseo mostrar al mundo tanto como pueda en esta profesión musical, la errónea vanidad de que sólo los hombres poseen los dones del arte y el intelecto, y de que estos dones nunca son dados a las mujeres”.

      En el reglamento del Conservatorio de París se establecía que en las clases de armonía, contrapunto y fuga tenían preferencia los hombres, y en las de 19

      composición debía eliminarse completamente a las mujeres.

      Daniel Cosío Villegas cita una queja del jurista mexicano José María Iglesias (1823-1891), porque en su tiempo se consideraba a la mujer “un ser de condición inferior, incapaz de elevación mental, indigna de una educación esmerada, tratábasela con inexplicable desprecio, sin comprender su inmensa importancia social”.

      Los lectores preguntarán para qué se publica este libro. La razones son simples: poner en el escaparate a las principales compositoras de ayer y de hoy. Aclararle a Beecham que no tuvieron sentido sus palabras. Sostener que la costilla de Adán se ha llenado con las frondas exteriores que tanto apetecemos; pero también con la excelencia interior que nos colma de reconocimiento y admiración.

      En estas páginas figuran compositoras enmarcadas en su momento histórico y a veces aderezadas con los ingredientes culturales y anecdóticos que acompañaron su ofi cio. Muchas de las no incluidas tienen merecimientos sufi cientes para que los interesados las busquen en libros, enciclopedias y portales electrónicos.

      Parecen claros los dos objetivos de hacer justicia y sembrar inquietudes. Conseguir que lectores y lectoras se conviertan en portavoces de este hecho histórico: a pesar de los jefes de la Iglesia Católica; de los dictados conservatorianos y de Beecham, las compositoras son una especie humana que ha gozado y goza de cabal salud, aunque 20

      las circunstancias las hayan devaluado y el duende perverso de la inseguridad haya dicho al oído de algunas: “¿Por qué no usas seudónimo de varón?”.

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       ¿Hubo más misóginos?

      En la música, y en cuanto se relaciona con el despertar del ser humano, caemos en un oscuro pozo del que sólo algunos salen, por lo general a base de hipótesis.

      Mientras más nos internamos por la historia y la prehistoria, más lejos está la posibilidad de afi rmar o negar con evidencia.

      Con toda probabilidad, los disparates pontifi cios no fueron los primeros, pero se parte de ellos a falta de elementos anteriores cuyo hallazgo, factible en razón del impulso explorador actual, no cambiaría mayormente las cosas.

      Si nos remontamos al siglo XVIII,

      encontraremos a un patriarca singular llamado Moses Mendelssohn (1729-1786), que nos interesa por haber sido el abuelo de los compositores Félix y Fanny, pero también por haber pertenecido a los más selectos grupos de intelectuales judíos y por su amistad cercana con Wilhelm y Alexander von Humboldt.

      Conviene recordar que el primero de estos hermanos fue uno de los fundadores de la Universidad 22

      de Berlín, y el segundo un investigador infatigable de quien se conserva tan buen recuerdo en México por sus descubrimientos.

      La familia Mendelssohn fue auténtica red de salvamento fi nanciero para Alexander, no sólo en sus viajes al continente americano, sino en los fondos necesarios para proveerse de instrumentos y libros que le permitieran llevar a cabo sus admirables trabajos. Un dato elocuente nos revela que, en su tarea científi ca, Alexander pudo contar con la valiosa colaboración de uno de los de los hijos de Moses, llamado Nathan.

      Abraham Mendelssohn, otro de los vástagos de Moses, fue padre de Felix y de Fanny. En la coyuntura de un congreso científico, encargó a su hijo la obra musical laudatoria que se conoció como “cantata Humboldt”. Cuando Wilhelm murió en 1835, un tercer hijo, Joseph Mendelssohn y su familia, se convirtieron en verdadera compañía para el solitario Alexander.

      En un mal momento don Moses pronunció inconsecuencia tan desconcertante como ésta:

      “El saber moderado sienta bien a una dama, pero no la erudición”. Ya veremos, en el capítulo correspondiente, cómo fue contrarrestada por Fanny Mendelssohn tan severa frase. Al mismo tiempo podremos enterarnos de que, a pesar del cariño fraternal, los Mendelssohn dejaron varias muestras de la preeminencia del compositor sobre su hermana.

      Conventos y amores místicos No resulta fácil eludir el vicio de hacer listas en páginas que quieren abarcar muchos nombres y hechos importantes. Confío en que el lector no llegue al hartazgo ante tan larga e informativa relación como es la que aquí comienza.

      Al principio, figuran