La emergencia del sujeto víctima plantea un proceso de negociación y políticas de contención entre los actores sociales y el Estado. Particularmente, el Estado desempeña un papel fundamental en la normativización y el sujeto víctima deriva de la acción estatal: “¿Cómo y de qué manera son ‘capturadas’ [las víctimas] por el Estado? ¿Cómo interviene éste para abordarlas, clasificarlas, medirlas y con quién compite en términos de una diferenciación conceptual, semántica?”23 Mediante estos procesos y procedimientos surge una identidad, derivada del Estado, tanto por la responsabilidad directa o indirecta en la causa victimizante, como porque interviene y normativiza su constitución y, finalmente, determina la producción de subjetividades.24
En este estudio mostramos las rupturas y las continuidades en el proceso histórico de las políticas de reparación con base en las definiciones de víctima y victimario, de los actores nacionales e internacionales y del Estado. Proponemos abordar esas políticas como procesos que resultan de la interacción entre los distintos actores sociales. Comprendemos a la “víctima” como un sujeto con agencia, que actúa para ser reconocido y no sólo como un sujeto pasivo y sufriente, consecuencia de estructuras externas, del momento victimizante, o mero receptor de reparación y de intervenciones.
También observamos las formas de organización, acción, resistencia, articulación, e incluso de acción colectiva de las víctimas, así como la consolidación de “comunidades de dolor” y vinculación con ONG y redes transnacionales. Respecto de estas últimas, exploramos las definiciones de redes transnacionales de derechos humanos en el contexto internacional, particularmente las sugeridas por Kathryn Sikkink en distintos trabajos. Margaret Keck y Kathryn Sikkink estudian la emergencia internacional de las redes, cuya consolidación y mayor incidencia ubican entre 1968 y 1993.25 Esas redes, caracterizadas por multiplicar las voces locales en la arena internacional —las cuales son suprimidas en la política interna— pueden redefinir los debates nacionales e internacionales, así como a sus participantes. Su novedad radica en la capacidad de movilizar información que les permite persuadir, presionar o ganar influencia sobre organizaciones y gobiernos. Sus activistas precisamente intentan influir en los resultados de las políticas públicas y transformar los términos y la naturaleza del debate. En el caso colombiano, las redes transnacionales se potenciaron desde finales de la década de 1970.
En el caso de las redes de Latinoamérica, han sido provechosas para la investigación las reflexiones de Vania Markarian26 y Emilio Crenzel27 sobre la expansión del movimiento de los derechos humanos a escala continental, su efecto conjunto en América y el traslado de la lógica revolucionaria a las razones humanitarias de la izquierda del Cono Sur. Markarian y Crenzel señalan que en todo el continente se produjo un cambio del lenguaje de la izquierda a uno centrado en los derechos humanos con el posicionamiento de la víctima y las comisiones de la verdad.
Escalas del duelo y duelo social
La consolidación del tema de las víctimas como problema público implicó la priorización de ciertas víctimas sobre otras. Mientras que unas obtuvieron reparaciones, o fueron objeto de políticas públicas, otras permanecieron invisibles. Para analizar este fenómeno parecen pertinentes los conceptos de “escalas del duelo” y “duelo social”, pues permiten abordar cómo las víctimas se convierten en problema público, es decir, sujetos afectados que tienen un duelo social público y se reconocen como pérdidas sociales.
A lo largo de esta investigación descubrimos que en cada periodo hubo distintas víctimas de violaciones de derechos humanos que protagonizaron la demanda de reconocimiento. En cada etapa, que analizamos por capítulos, diversas afectaciones protagonizan y se posicionan en la agenda pública; por eso definimos las caracterizaciones de cada tipo de víctima (desplazados, torturados, sujetos de genocidio, desaparecidos, mártires, objetos de homicidio político). Proponemos observar estas transformaciones en el sentido propuesto por Judith Butler28 (2006) de la “escala de duelos” y de la construcción de una jerarquía de las víctimas, pues mientras unas fueron muertes que no dejaron huella, otras se consideraron pérdidas significativas.
Las escalas del duelo de Butler, o la posibilidad de duelo público, define lo que se tiene en cuenta públicamente como una pérdida. A lo largo de los siguientes capítulos veremos cómo en los distintos periodos algunas pérdidas humanas y materiales fueron consideradas importantes para el Estado y para las cuáles se diseñaron políticas de reparación, sin reconocer a otras. En nuestro caso, más que una escala del duelo, hablamos de una escala de la pérdida y el daño, que conlleva la posibilidad de una reparación.
El duelo social se elabora a partir de la noción de haber perdido algo: se trata del sufrimiento de una pérdida. Butler señala que “si el duelo supone saber que algo se perdió (y, en cierta manera, la melancolía significa originalmente no saberlo), entonces el duelo continuaría a causa de su dimensión enigmática, a causa de la experiencia de no saber incitada por una pérdida que no terminamos de comprender”. El duelo social también permite reconstruir cómo funciona una comunidad política:
Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una situación solitaria y que, en este sentido, despolitiza. Pero creo que el duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política, comenzando por poner en primer plano los lazos que cualquier teoría sobre nuestra dependencia fundamental y nuestra responsabilidad ética necesita pensar. Si mi destino no es ni original ni finalmente separable del tuyo, entonces el “nosotros” está atravesado por una correlatividad a la que no podemos oponernos con facilidad; o que más bien podemos discutir, pero estaríamos negando algo fundamental acerca de las condiciones sociales que nos constituyen.29
En este estudio entendemos el duelo social como una continuidad de la comunidad política, puesto que en el duelo se pueden observar las estructuras sociales. Las formas de reconocimiento del duelo, de la pérdida, responden a las estructuras de las sociedades de los vivos. Descubrimos que, además de las víctimas de homicidio por violencia política, otros tipos de víctimas también tuvieron un duelo social; por ejemplo, los propietarios y los comerciantes que sufrieron pérdidas patrimoniales, que fueron reconocidos por el Estado colombiano durante la Violencia Bipartidista, así como los torturados y los familiares de los desaparecidos políticos. Fueron sujetos que tuvieron derecho a la manifestación pública de la pena y la pérdida. En este sentido, los obituarios y los duelos públicos refieren vidas dignas de atención y de recordación. Butler señala:
Si tuvieran su obituario tendrían que haber sido vidas, vidas dignas de atención, vidas que valiera la pena preservar, vidas que merecieran reconocimiento. Aunque podría argumentarse que no sería práctico escribir obituarios para toda esta gente, o para toda la gente, pienso que tenemos que preguntar una y otra vez cómo funciona el obituario como instrumento por el cual se distribuye públicamente el duelo. Se trata del medio por el cual una vida se convierte en —o bien deja de ser—una vida para recordar con dolor, un icono de autorreconocimiento para la identidad nacional; el medio por el cual una vida llama la atención. Así, tenemos que considerar el obituario como un acto de construcción de la nación. No es una cuestión simple, porque si el fin de una vida no produce dolor, no se trata de una vida, no califica como vida y no tiene ningún valor. Constituye ya lo que no merece sepultura, sino lo insepultable mismo.30
Como refiere Butler, el duelo social es parte de la construcción de la nación. En este libro nos preguntamos entonces por el reconocimiento a las víctimas en la construcción de la nación colombiana contemporánea. Las muertes que tienen duelo social son de las víctimas integradas en la comunidad política, mientras que otras pérdidas no cuentan ni son recordadas; más bien son silenciadas, anónimas