La capacidad imaginativa de la persona también puede diferenciarse de su memoria. Es útil esbozar esta diferencia, ya que la imaginación y la memoria se confunden fácilmente (Sokolowski, 2000, p. 69). El enfoque filosófico contemporáneo distingue estas dos capacidades a través de un análisis fenomenológico (es decir, mediante una consideración introspectiva de las realidades a la luz de cómo se experimentan). Este análisis yuxtapone el modo de consciencia que opera cuando una persona está enfocada hacia un objeto presente (lo que podría llamarse atención perceptiva) con el modo de consciencia presente cuando la persona está enfocada en la consciencia interior, como son los recuerdos o las fantasías (Sokolowski, 2000, pp. 71 a 75; Sokolowski, 2008, pp. 140 y 141). Asimismo, el modo de consciencia operativa cuando una persona está enfocada a los productos de su imaginación es diferente del modo de consciencia presente, cuando la persona está enfocada en sus recuerdos. La imaginación cumple la función de representar realidades para la consciencia, mientras que la memoria recuerda percepciones almacenadas, de realidades pasadas (Sokolowski, 2000, p. 67).
Otra diferencia entre la imaginación y la memoria es el realismo asociado a las percepciones almacenadas en nuestra memoria. En personas psicológicamente sanas, la certeza suele estar ausente en cuanto a la afirmación de la realidad de los productos de su imaginación (Sokolowski, 2000, p. 71). Solo un realismo muy limitado puede aumentar la capacidad imaginativa. Así se produce cuando fantaseamos con posibles futuros, que podrían ocurrir. Si bien esas proyecciones imaginativas hacia el futuro pueden permitir a la persona tomar decisiones, el temor a posibilidades meramente imaginarias también puede provocar una ansiedad infundada (Sokolowski, 2000, pp. 73 y 74).
Es necesario realizar una observación final sobre la relación entre la imaginación y la salud mental. Cuando una persona se encuentra sana, su intelecto regula el uso e influencia de su capacidad imaginativa. En otras palabras, el uso activo del poder de combinación de la imaginación (para producir una imagen compuesta que afecte de alguna manera a la persona) se encuentra siempre en las personas sanas subordinado a su intelecto y su volición (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 427b19; también Aquino, 1268/1994a, §633). No obstante, la capacidad imaginativa puede convertirse en una influencia predominante sobre una persona en momentos de enfermedad, sueño, enfermedad psicológica grave, o durante la aparición de fuertes pasiones como la ira (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 429a7-9; también Aquino, 1268/1994a, §670). Con respecto a este punto, sería útil observar la conexión entre la imaginación y las respuestas emocionales a los estímulos. Trataremos este tema en el próximo capítulo.
CAPACIDAD DE EVALUACIÓN
La capacidad de evaluación elemental, o básica, se encuentra en el nivel más alto de procesamiento sensorial-perceptivo. En este nivel superior, la capacidad de evaluación puede ejercer una influencia descendente (de arriba abajo), tanto en la imaginación como en la capacidad de síntesis. En los seres humanos, esta capacidad interactúa con su capacidad intelectual, que es aún más elevada, pero también distinta a ella (la capacidad de evaluación se denomina a veces capacidad «cognitiva»: véase Klubertanz, 1952). Las investigaciones sobre la naturaleza y funcionamiento de esta capacidad es un área actual de investigación, que se beneficiará enormemente del esfuerzo de integración de la filosofía con las ciencias psicológicas (especialmente en relación con la teoría y la terapia cognitivas) (Ashley, 2013c, pp. 290-291).
En la mayoría de los animales superiores podemos encontrar una capacidad de evaluación similar, obtenida mediante una estimación instintiva. Considérese, por ejemplo, la atracción de un pájaro por la comida o la inclinación natural de una oveja por evitar los lobos (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Ashley, 2013b, pp. 171 a 173; Ashley, 2013c, p. 291). Esta capacidad, en los animales es activada a través de impresiones sensoriales individuales, que producen evaluaciones automáticas e instintivas. Estas evaluaciones surgen sin deliberación por parte del animal (Aquino, 1259/1954, 24.2; Cates, 2009, p. 114). Por ejemplo, un animal puede, por instinto, evitar un depredador dañino. A este respecto, ciertos animales también manifiestan una especie de inteligencia animal cuando llegan a juicios evaluativos correctos (Aquino, 1268/1994a, §629; Aquino, 1272/1993, §1215; Aquino, 1269/2005a, Capítulo 1, p. 184; Aquino, 1259/1954, 24.2, 25.2; para el ejemplo de la inteligencia de los delfines, véase Bearzi y Stanford, 2010; MacIntyre, 1999, pp. 21 a 28; Pryor y Norris, 1991). Esos juicios pueden, en animales superiores, implicar la evaluación de los medios más adecuados para obtener los fines deseados (por ejemplo, los delfines, cuando cazan peces para alimentarse pueden cambiar su curso de acción cuando un intento inicial resulta infructuoso) (MacIntyre, 1999, pp. 25 y 26).
La capacidad de evaluación en los humanos es mucho más compleja. Esta capacidad es «evaluativa» en el sentido de que permite a las personas discernir y evaluar los objetos de su consciencia, por ejemplo, «este animal debe ser evitado» (hostil) o «este animal se aproxima» (amable) (Aquino, 1259/1954, 25.2; Cates, 2009, p. 120). Esta evaluación puede entrañar ciertas reacciones que se producen sobre la base de las inclinaciones naturales (por ejemplo, la inclinación natural a la autopreservación se manifiesta a través del deseo de amamantar que se encuentra en los mamíferos). Pero la capacidad de evaluación en los humanos se desarrolla a medida que transcurre el tiempo. Los niños, por ejemplo, suelen ser incapaces de evaluar de manera adecuada el beneficio o daño posible de la mayoría de los objetos que les rodean. Esto se debe a que las inclinaciones naturales de las personas son, en gran medida, indeterminadas con respecto a su realización en actividades prácticas (por ejemplo, se puede experimentar una inclinación natural a satisfacer el hambre, pero no saber con certeza si una determinada sustancia puede consumirse como alimento o no); las aplicaciones específicas de inclinaciones naturales generales son siempre posteriores a la educación (cultura) y a la adquisición de experiencias de vida; este conocimiento se aplica en la actividad práctica a medida que se va desarrollando la capacidad de evaluación (Ashley, 2006, pp. 433 y 434; Ashley, 2013c, p. 291). La neurociencia contemporánea observa que esta capacidad de evaluación perceptiva, en particular, involucra la región prefrontal del lóbulo frontal del cerebro (Kolb y Whishaw, 2009, p. 430). De acuerdo con la constitución neurológica de esta capacidad, su uso y realización varía de una persona a otra, al igual que las diferencias fisiológicas (Aquino, 1265/2001, 75.16).
Las funciones de la capacidad de evaluación humana pueden clasificarse en tres categorías principales: reconocimiento, valoración y recuerdo. Con respecto al reconocimiento, la capacidad de evaluación trabaja «comparando y contrastando» formas particulares. Por ejemplo, para identificar a un individuo cuando la persona reconoce a un amigo entre una multitud de personas (Aquino, 1266/2005c, q. 13). El proceso de reconocimiento de la capacidad de evaluación también puede funcionar de manera discursiva, incluyendo una serie de operaciones mentales como el interrogatorio, la comparación y la memoria de referencia (Aquino, 1964, §1255; Aquino, 1272/1993, §1255; Peghaire, 1943, pp. 137-138). Estas operaciones permiten una especie de análisis de un objeto sensible presente y de sus propiedades. Este análisis recurre a las memorias almacenadas con el propósito de juzgar su correspondencia, igualdad, diferencia y similitud. Este proceso se produce, por ejemplo, cuando la persona compara un objeto presente, captado a través de capacidad de síntesis (consciencia), con un recuerdo. Mediante la aplicación y comparación de recuerdos con tales objetos, la persona es capaz de juzgar si el individuo actual es igual, diferente o similar al del recuerdo. Cuando se juzga que la realidad presente es la misma que la que se conserva en la memoria almacenada, se produce un acto de reconocimiento: «esta cosa o persona en particular me es conocida». La capacidad de evaluación puede entenderse, por lo tanto, como la que permite captar el carácter único de un objeto individual, como esta persona, o este juguete (Aquino, 1268/1994a, §396, §398). Existe una importante diferencia entre la capacidad de evaluación y la capacidad sintética (consciencia): la capacidad sintética integra sensaciones discretas en la experiencia unificada de la consciencia, mientras que la capacidad de evaluación recuerda el afecto (las emociones) y la cognición relacionada con los objetos presentes mediante la referencia a la memoria.
Ciertos animales superiores también son capaces de reconocer e identificar objetos y personas individuales (MacIntyre, 1999,