La consciencia o la consciencia animal no implican necesariamente la autoconsciencia (Ashley, 2013b, p. 152). Esto es evidente cuando entendemos el tipo básico de consciencia como una especie de reflectividad de objetos percibidos (Wojtyła, 1979, pp. 31-34). Pero la consciencia, interpretada como un espejo quedaría incompleta si se considera solo en sí misma, sin su orientación hacia los objetos percibidos (Wojtyła, 1979, p. 38). Un espejo no se refleja a sí mismo; refleja objetos que son ontológicamente distintos del propio espejo. Así pues, la percepción de la consciencia de uno mismo (autorreflexión o conocimiento de sí mismo) pertenece a una capacidad diferente, que está vinculada al lenguaje (Wojtyła, 1979, pp. 36 y 304, nota final 17; en cuanto a la consciencia de sí mismo y el lenguaje [qualia 2], véase Vitz, 2017; también el capítulo 6, «La persona como capas integradas»). Mientras que la consciencia general de los animales incluye la consciencia de sus sensaciones fisiológicas interoceptivas (como el dolor), la consciencia de uno mismo es algo más que la mera consciencia de la percepción (que es la actividad de la capacidad sintética como se ha descrito anteriormente, por ejemplo, percibir que uno está viendo u oyendo). Más bien, la autoconsciencia implica la percepción de uno mismo como el agente que está percibiendo (Ashley, 2013b, pp. 195 y 196). No obstante, esta actividad en particular no tiene por qué interpretarse como algo totalmente irrelevante. La neurociencia contemporánea, por ejemplo, ha identificado la corteza prefrontal media como operativa en los ejercicios cognitivos que implican la autorreferencia (Heatherton et al., 2006, p. 18; Pfeifer, Lieberman y Dapretto, 2007, p. 1324).
CAPACIDAD DE MEMORIA
Las impresiones sensoriales individuales de primer nivel, originadas en los sentidos primarios, así como las de segundo nivel, originadas por la capacidad sintética, se almacenan y recuerdan mediante la capacidad de memoria (Aquino, 1266/2005c, q. 13). La memoria que consideramos aquí es una capacidad perceptivo-cognitiva de orden superior que implica actividad neurológica. Nuestra presentación, siempre que no indiquemos lo contrario, considerará la simple memoria, que es similar en muchos aspectos a la que se encuentra en los animales superiores. Esta memoria sensorial-perceptiva es diferente, y a un nivel inferior, que la memoria intelectual, es decir, la memoria no material, que pertenece al intelecto del alma y que puede subsistir sin el cuerpo (capítulo 8, «Plenitud personal», y capítulo 15, «Racional»; véase asimismo Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 430a18; con respecto a la memoria intelectual, véase Aquino, 1273/1981, I, 79.6-7; Aquino, 1259/1954, 10.2, especialmente el anuncio 1). Nuestras consideraciones se centrarán únicamente en esta capacidad de almacenamiento y recuperación sensorial-perceptiva, basada en correlatos neuronales y no en la memoria que pertenece a la capacidad superior del intelecto, que trasciende dichos correlatos neuronales.
El acto de recordar implica una consciencia básica de revivir conscientemente una percepción pasada (lo que incluye una «reactivación» de las vías neuronales asociadas al recuerdo). Se puede llegar a decir que, de alguna manera, esa revitalización también implica la reactivación de la consciencia pasada; esto explica los desconcertantes síntomas psicológicos asociados con la reexperimentación de eventos de trauma o de vergüenza intensa (Keyes, Underwood, Snyder, Dailey y Hourihan, 2018; Linley y Joseph, 2004; Schore, 2002; Sokolowski, 2000, p. 68, p. 71). Al considerar la memoria debemos diferenciar entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo (Kolb y Whishaw, 2009, pp. 434, 513-518; Stillings et al., 1995, pp. 40 y 41). Asimismo, es posible diferenciar entre recuerdos explícitos e implícitos: mientras que un recuerdo explícito es un recuerdo consciente de un acontecimiento experimentado, el recuerdo implícito se ejemplifica a través de una respuesta espontánea a una percepción (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Esas respuestas pueden producirse de maneras que la persona desconozca (por ejemplo, una persona puede temer espontáneamente un hospital, solo con verlo, pero sin entender por qué). La memoria implícita también se ejemplifica mediante una habilidad o hábito adquirido, que analizaremos más tarde cuando tratemos las disposiciones cognitivas (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493, p. 705). Frecuentemente, asociados con recuerdos implícitos también puede haber recuerdos explícitos, entrelazados con las respuestas emocionales (Bear, Connors y Paradiso, 2007, p. 582; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Los recuerdos explícitos dependen de un circuito neuronal que involucra el hipocampo, la corteza rinal, en el lóbulo temporal, y la corteza prefrontal en el lóbulo frontal, mientras que los recuerdos implícitos dependen por completo de la neocorteza y de las estructuras dentro de los ganglios basales (Kolb y Whishaw, 2009, p. 499, p. 510).
CAPACIDAD IMAGINATIVA
Las percepciones de la capacidad sintética, junto con sus sensaciones constitutivas, se conservan a través de una capacidad perceptiva diferente llamada imaginación (Aquino, 1273/1981, I, 78.4). Esta capacidad, de orden superior, permite a una persona producir copias mentales o réplicas de sensaciones y percepciones. Estas réplicas pueden entonces ser percibidas a su vez (como, por ejemplo, cuando uno evoca una imagen mental de un árbol ante su «ojo interno» después de haber visto un árbol real con sus ojos corporales). Tales réplicas son parecidas a las «semejanzas» residuales de las experiencias primarias, similares a la impresión de una imagen dejada en la cera o un boceto de un objeto (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 450a31). A veces se han denominado «fantasmas» (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 428a1). En este caso, las llamaremos «imágenes mentales» (con la salvedad de que este término también lo usaremos para denotar sonidos, gustos, olores y sensaciones táctiles replicadas, así como objetos completos captados por la capacidad sintética).
Es la capacidad sintética que percibe una imagen mental producida por la imaginación (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 450a10-11). Cuando la consciencia de la capacidad sintética percibe una imagen mental como su objeto, la imagen es débil y se debilita en comparación con la percepción de un objeto real (Aristóteles, ca. 350 a. C./1994, 1370a29). A la vez, tales réplicas pueden ser tan eficaces como realidades presentes, para provocar el afecto en una persona (como el deseo o la aversión) (Aquino, 1268/1994a, §669). Elementos de objetos previamente percibidos (como por ejemplo, el oro o las alas de una estatua de un ángel) pueden ser retenidos en la propia capacidad imaginativa. La capacidad imaginativa permite a las personas combinar los elementos retenidos en nuevos diseños. De esta manera, es posible construir combinaciones totalmente imaginarias (como un centauro o un caballo alado) (Aquino, 1273/1981, I, 78.4). Mientras que la función retentiva de la capacidad imaginativa es común a todas las personas y otros animales, esta función combinada constituye una capacidad humana única (Wolfson, 1935, p. 122).
La imaginación se caracteriza adecuadamente como una capacidad perceptiva de orden superior y no como un sentido primario, ya que puede activarse cuando las realidades sensibles ya no están físicamente presentes: las imágenes mentales pueden ser recordadas por una persona después de que la sensación primaria haya cesado (como ocurre en los sueños) (Ashley, 2006, p. 205). No obstante, tal como hemos mencionado anteriormente, las sensaciones de los sentidos primarios nunca son falsas (consideradas estrictamente en orientación a propiedades sensibles específicas), aunque las síntesis de la imaginación pueden ser falsas al contrastarlas con la realidad (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 428a5-13, 428b18; véase también Aquino, 1268/1994a, §§641-647, §661; Frede, 2001, p. 163).
Así como la imaginación difiere de los sentidos primarios, también su modo de combinar las imágenes mentales retenidas difiere de la actividad de otras capacidades humanas, como la capacidad de formar opiniones. La formación de fantasías imaginativas puede implicar una especie de juego libre de invención (Aquino, 1268/1994a, §633). Mientras que la imaginación y la capacidad cognitiva, que forman las opiniones, producen combinaciones que son verdaderas o falsas en comparación con la realidad, una opinión que alcance el estatus de creencia implica, por parte de la persona, llegar a la convicción de su verdad mediante un proceso de razonamiento. Por el contrario, la formación de combinaciones imaginativas no presupone un proceso de razonamiento. Esto es evidente debido al hecho de