¿Carl? ¿Qué tenía que ver su hermano mayor con aquello? Los pensamientos de Beatrice iban unos pasos más atrás de las palabras de Dante.
–Una gran boda, dadas las circunstancias, no es opción. Pero si quieres que tu familia más cercana venga, puedo arreglarlo. Tengo negocios que atender en la zona, así que ¿qué te parece Las Vegas la semana que viene?
Dante hizo una pausa, seguramente para tomar aliento.
–¿Estás de broma? La gente no se casa porque vaya a tener un bebé… vamos a olvidar lo que has dicho. Estás en estado de shock.
No pareció que Dante tuviera en cuenta su comentario.
–Puede que solo sea el repuesto, pero sigo siendo el segundo en la línea de sucesión al trono… mi hijo no cargará con el estigma de ser un bastardo. Créeme, lo he visto con mis propios ojos y no es algo bonito.
–Estás loco.
Dante tenía un argumento para todas las objeciones que le presentó. La más convincente fue que era lo mejor para el bebé, aquella nueva vida que habían creado.
Beatrice terminó por acceder, por supuesto. Decirle que sí a Dante era un hábito que tenía que romper si quería recuperar el control de su vida.
Y en cuanto a lo de la noche anterior… ¿cómo podía haber sido tan estúpida… otra vez? Y solo podía culparse a sí misma. Dante no tenía que hacer nada para que ella le siguiera como un perrito. Solo tenía que existir.
Y nadie había existido nunca tanto como Dante. Nunca había conocido a nadie tan vivo. Tenía una presencia electrizante, y exudaba una vitalidad desnuda que hacía que resultara imposible olvidarse de él.
Pero tenía que hacerlo. Tenía que dejar la noche anterior atrás y comenzar de nuevo. Las cosas se pondrían más fáciles. ¡Tenía que ser así! Pero primero, no podía huir y esconderse, o fingir que la noche anterior no había pasado. Tenía que aceptar que lo había estropeado todo y seguir adelante.
–¿Qué estás haciendo aquí, Dante?
–Tú me invitaste. Me pareció de mala educación…
–¿Cómo sabías dónde estaba?
Tras dejar a Dante, se mudó las primeras semanas con su madre, y luego ocupó el sofá de Maya hasta que apareciera un apartamento que pudieran pagar.
Dante arqueó una ceja y ella suspiró.
–De acuerdo, es una pregunta estúpida.
Había considerado la posibilidad de seguir insistiendo en que no necesitaba ningún tipo de seguridad, ni siquiera al ultradiscreto equipo de hombres que la vigilaban de dos en dos las veinticuatro horas del día, pero había aprendido que era mejor pelear las batallas en las que había una posibilidad de ganar.
–¿Sabes? Hubo un tiempo en que mi vida era mía.
–Volverá a serlo.
No como en el caso de Dante. El momento en el que su hermano renunció al trono fue el momento en el que supo que su vida había cambiado para siempre. Ya no era el príncipe playboy y el futuro padre por sorpresa. Era el futuro de la monarquía.
Beatrice frunció el ceño al escuchar aquello, pero la expresión de Dante no daba a entender nada.
–Una amiga de mi madre es la dueña de este sitio. Solíamos venir aquí cuando éramos pequeñas.
Dante levantó la vista de sus puños apretados al pensar en su futuro mientras ella recorría con la mirada las paredes de madera de la modesta cabaña de esquí.
–Ruth, la amiga de mi madre, tuvo una cancelación de última hora y nos ofreció la cabaña durante quince días a un precio casi simbólico. Maya está trabajando en unas ideas que tiene para una línea deportiva, y pensamos que la nieve podría inspirarla.
–Entonces, ¿el negocio va para delante? La industria de la moda es muy dura.
–Poco a poco –respondió ella bajando la mirada en gesto protector mientras Dante cambiaba de posición, provocando que se le marcaran los músculos del torso.
No le sobraba ni un gramo de grasa, y su complexión fuerte y de hombros anchos provocaría la envidia de muchos atletas profesionales.
Beatrice se habría retirado si hubiera un lugar al que retirarse. Pero ignoró el temblor de la pelvis y fingió que no tenía la piel de gallina, ajustándose la sábana una vez más.
–Sería mucho más rápido y fácil si le hicieras llegar al banco la noticia del acuerdo que vas a firmar. ¿Saben que vas a ser pronto una mujer rica?
Rica y soltera. Beatrice se negó a pensar en la sensación de vacío que le nació en el estómago.
–Y estaré encantado de hacerte llegar ahora mismo los fondos que necesitas.
Ella apretó los labios. Si la gente la llamaba cazafortunas no le importaba, siempre y cuando ella supiera que no lo era.
–No quiero tu dinero. No quiero nada…
«Quiero volver a ser la persona que era», pensó con tristeza, consciente de que aquello no iba a pasar. Solo había estado casada diez meses, y llevaba seis más separada, pero nunca podría volver a ser quien fue, y lo sabía.
–Bueno, cara, parece que no elegiste bien a tu abogado. Parece más interesado en jugar al golf que en ocuparse de tus asuntos.
–¿Podrías fingir aunque fuera por un instante que no conoces todos los detalles de mi vida? Y repito, ¿por qué estás aquí?
«Buena pregunta», pensó Dante pasándose la mano por el pelo. Cuando Beatrice se marchó, se había dicho a sí mismo que entonces sería más fácil centrarse en su nuevo papel sin la distracción de tener que preocuparse de ella, de saber que detrás de su sonrisa había infelicidad, resentimiento, o normalmente, ambas cosas. Que por muy duro que hubiera sido el día de Dante, el suyo seguramente había sido peor.
Dante no había sido nunca responsable de otra persona en su vida. Había vivido para sí mismo, y ahora tenía un país entero que dependía de él y de Beatrice… menuda ironía.
Aunque ella no dependía ahora de él. Los informes que le llegaban a su mesa así lo indicaban. Le estaba yendo bien… pero quería verlo con sus propios ojos. Aquella era una opción con la que pronto ya no contaría. La lista de potenciales sucesoras a llenar el espacio que había dejado Beatrice en su vida, candidatas que sabrían cómo lidiar con la vida del palacio sin su guía, seguía esperando.
–Necesito que firmes unos papeles –dijo, recibiendo por parte de Beatrice un gesto de desdén.
–¿Ahora eres mensajero?
Dante suspiró con gesto frustrado mientras escudriñaba su rostro con ansia. Seguía siendo lo más bello que había visto en su vida, y durante un tiempo, sus vidas se habían encontrado. Pero las cosas habían cambiado. Dante tenía otras responsabilidades, un deber que cumplir. ¿Quizá pensó que ir allí le proporcionaría algún tipo de cierre?
–En realidad… nunca nos despedimos.
Beatrice parpadeó, negándose a dejarse llevar por la oleada de resentimiento que hizo que el corazón le latiera con más fuerza.
–¿Ah, no? Seguramente tendrías alguna reunión. ¿O a lo mejor me dejaste una nota? –se mordió el labio con tanta fuerza que casi se hizo sangre.
¿Podía sonar todavía más como alguien que no había conseguido seguir adelante?
–¿Te sentías abandonada?
–Me sentía… –Beatrice hizo un esfuerzo por controlar sus sentimientos–. Da lo mismo. Esta es una conversación que