–Por supuesto que necesitabas tiempo. ¿Dante no entendía cómo te sentías?
–Nunca se lo dije. No hablábamos mucho de ello… en realidad no hablábamos de nada. Cuando Carl se fue, tenía mucha presión encima. Tal vez yo sea más parecida a mamá de lo que pensaba –murmuró–. Aquello le hubiera hecho feliz a él.
¿Cuándo dejó de preguntarse qué le haría feliz a ella?
Igual que su madre, había visto lo que quería ver; había dejado de lado sus propias necesidades para complacer a un hombre.
–Sabes que eso no es cierto, Bea.
Beatrice desvió la mirada del rostro de su hermana hacia el jazmín amarillo, que estaba en flor.
–Voy a tener un bebé –dijo intentando que al pronunciarlo fuera más real. Pero no ocurrió así–. Tendré que decírselo a Dante.
La expresión de Maya se suavizó cuando vio que su hermana empezaba a buscar el móvil en el bolso.
–Date tiempo primero para hacerte a la idea –le aconsejó Maya tratando de esconder la preocupación que sentía tras una sonrisa de ánimo.
Beatrice se mordió el labio inferior hasta casi hacerse sangre y sacudió la cabeza. Tal y como se sentía ahora, aquel momento podría no llegar nunca.
–¿Tengo que decírselo? –preguntó con una repentina oleada de esperanza que se transformó en culpa cuando conectó con los ojos de su hermana–. No quería decir eso. Es que todo va a cambiar. Este bebé será el segundo en la línea sucesoria al trono –le parecía una tremenda responsabilidad para un niño que todavía no había nacido siquiera–. Dante tuvo una mala infancia, y ahora este bebé crecerá en ese mundo…
–Dante tuvo una mala infancia porque sus padres son unos narcisistas centrados en sí mismos. Este niño te tendrá a ti.
–Si vuelvo, no será como la última vez –sabía que no cabía el condicional. Aquel embarazo no dejaba opción–. No permitiré que…
–No me lo digas a mí, Bea –la atajó su hermana–. Díselo a él. ¿Sabe lo de mamá y el tratamiento de fertilidad?
Beatrice sacudió la cabeza.
–A veces tengo la sensación de que fue ayer.
Las hermanas se miraron a los ojos mientras ambas recordaban su adolescencia, cuando, en un intento de satisfacer la exigencia de su marido de tener un hijo propio, su madre entró en un tratamiento de fertilidad para darle el hijo que quería.
Presenciar el peaje que tuvo que pagar la salud de su madre debido a los muchos ciclos de tratamiento a los que se sometió fue horrible, pero resultó todavía peor el juego de culpabilidad que seguía a cada intento por parte del hombre que hacía responsable a su mujer del fracaso de no darle un hijo propio.
Siempre era culpa de ella: si hubiera descansado más, si hubiera estado más motivada, más sana, más delgada, más gorda… la lista de acusaciones resultaba interminable.
Cuando el especialista se negó a seguir tratándolos por el impacto que aquello tenía en la salud de su madre, se fueron a otra clínica.
–Contestando a tu pregunta, me marché por mi propia voluntad, pero era solo cuestión de tiempo que Dante se viera obligado a apartarme por alguien que pudiera darle un heredero –Beatrice se llevó la mano al vientre. El pánico seguía ahí, pero quedó algo relegado por una certeza–. Seguramente pensarás que estoy loca, pero quiero este hijo.
Maya sonrió.
–No creo que estés loca. Creo… creo que vas a ser una madre maravillosa y yo quiero ser también una gran tía –abrió los ojos maravillada al darse cuenta de algo–. Dios, contigo de madre y Dante de padre, este bebé ha ganado la lotería genética.
Capítulo 6
Me temo que Su Alteza está…
–¿Ocupado en este momento? –se adelantó Beatrice sin disimular el sarcasmo.
En aquel instante no le importaba matar al mensajero. Y menos a ese mensajero.
Había necesitado de todo su valor para hacer la primera llamada, y se sintió físicamente enferma al marcar el número personal de Dante. Pero la llamada fue desviada hacia alguien que se identificó como «la oficina de Su Alteza el príncipe», que en realidad no era una oficina, sino una mujer con tono despectivo que a Beatrice le cayó mal al instante.
Su marido la estaba evitando. Todos los números y las direcciones de correo que tenía de él le aparecían como irreconocibles o ya no disponibles.
El único número en el que le contestaban la llamada era ese.
–Su Alteza real no recibe llamadas, pero puedo pasarle un mensaje y…
–Sí, eso ya me lo ha dicho –la atajó Beatrice.
Aquella era la quinta vez que había intentado contactar con Dante y recibía la misma respuesta por parte de aquella subordinada con tendencia a la condescendencia.
–Pero si lo prefiere, puede hacer llegar sus preguntas a los representantes legales de Su Alteza. ¿Quiere que le facilite el número del bufete de abogados?
Beatrice apretó los ojos y le dijo lo que podía hacer exactamente con aquel número. Escuchó cómo la mujer contenía un gemido ofendido al otro lado de la línea. No estaba orgullosa de ello, pero había ciertos límites, y ella había alcanzado el suyo.
Fue consciente por el rabillo del ojo de los gestos que le hacía Maya con las manos para que no siguiera por ahí. Beatrice los ignoró y luego sonrió. No se estaba divirtiendo, pero era un alivio sacar la cabeza del parapeto.
–En realidad no tengo ninguna pregunta. Solo quiero transmitirle una información.
–Yo le pasaré cualquier información importante.
–Es una información personal. Información delicada.
–Yo soy su asistente personal.
–En ese caso… ¿por qué no? –dijo Beatrice con voz pausada–. ¿Tiene un bolígrafo? Bien, pues entonces escriba esto, por favor. Dígale a mí marido que pensé que le gustaría saber que va a ser padre. ¿Lo tiene? –decidió tomarse el ruido de atragantamiento como un gesto afirmativo–. Bueno, muchas gracias por su ayuda.
Beatrice colgó el teléfono y dirigió la mirada hacia su hermana. Se llevó la mano a la boca para contener una risa nerviosa.
–No has seguido el guion –la reprendió Maya poniendo los ojos en blanco.
–No –Beatrice miró las notas que tenía delante y que estaban orientadas a ayudarla a expresar de forma sucinta y calmada los hechos.
–Supongo que recibirás una respuesta ahora –murmuró Maya mientras Beatrice seguía mirando el teléfono que tenía en la mano como si fuera una bomba a punto de estallar.
–He perdido los papeles. ¿Qué hago ahora?
Eran las tres de la mañana cuando Beatrice pudo finalmente dormirse, así que tardó unos instantes en orientarse y darse cuenta de que el ruido no era parte del sueño, sino que era real. Alguien (no era muy difícil adivinar quién) tenía el dedo apretado en el timbre, cuyo sonido inundaba toda la casa.
Maya apareció cuando Bea estaba poniéndose la bata encima del camisón.
–¿Cómo ha podido llegar tan rápido?
Beatrice se encogió de hombros.
–¿Quieres que vaya y le diga que venga más tarde?
–Como