Por consiguiente, es una cuestión sobre lo que es un campo, sobre el grado de institucionalización del campo, habida cuenta de que una de las propiedades del campo intelectual es no tener instancia de legitimidad. Pero con eso se plantea la cuestión muy general de los campos: ¿existen instancias legítimas para decidir instancias de legitimidad? En otras palabras, ¿hay un juez de los jueces? En otro encuentro[59] retomaré este problema que –lo indico al pasar– me parece uno de los problemas de El proceso de Kafka:[60] ¿hay un juez para juzgar a los jueces? Esta es una cuestión muy general que puede parecer resuelta en los campos donde las competencias están institucionalizadas, repartidas: hay un jefe de los jueces, un tribunal que dice la jerarquía de los jueces. En el caso del campo intelectual, como la institucionalización no está avanzada, no hay juez para juzgar a los jueces. La cuestión puede plantearse, a condición de saber plantearla.
La universalización del juicio particular
Dije que la gente de Lire dio un golpe de fuerza porque universalizó el juicio de una categoría particular, los escritores-periodistas y los periodistasescritores, que son una categoría dominada en el campo intelectual pero dominante desde el punto de vista del poder de consagración a corto plazo (tiene efectos sobre la edición, etc.). Mediante este golpe de fuerza –es decir, mediante la universalización de un juicio colectivo interesado–, esos agentes contribuyen a transformar la visión del campo y, al mismo tiempo, a transformar el campo. La transformación de la visión de un campo –otra proposición muy general– tiene más posibilidades de transformar el campo cuanto menos constituida esté la visión dominante de este.[61] Sus posibilidades de éxito se reducirían en un campo cuya visión dominante esté muy institucionalizada, vale decir, que sea jurídica: si todas las mañanas se publicara el índice de popularidad de los intelectuales oficiales, medido con indicadores objetivos (el Citation Index,[62] etc.), es probable que, como golpes de ese tipo serían auto[destructivos (¿?)], a nadie se le ocurriría siquiera darlos. Para que exista la posibilidad de concebir un golpe como este, las relaciones entre el campo intelectual y el campo del periodismo deben ser tales que el golpe no parezca una locura.
El golpe, una vez dado, ¿mediante qué se ejerce? Por medio del efecto de codificación que consiste en reemplazar lo que los juristas árabes llamaban “consenso tácito de todos”. Entre los juristas, la cuestión de saber quién tiene derecho a juzgar también se plantea, pero ellos hacen creer que está resuelta. Cuando yo juzgo, ¿juzgo en nombre de los intereses de los dominantes o de los dominados? Aquellos dicen: “Existe el consenso de todos”. Cuando se trata del campo intelectual, podemos decir que hay un consenso tácito de los doctores que puede manifestarse en procesos de cooptación, en referencias, en maneras de citar o no citar, etc. Es un consenso tácito de todos. En el caso del palmarés de Lire, se pasa a una lista. Ya no es tácita en absoluto, es una lista única que tiene, como suele decirse, el mérito de existir; es algo en lo que no se piensa: un Todo completamente confuso es sustituido por algo que todo el mundo va a discutir (“no es posible”, “Fulano no figura”, “la verdad es que son ciegos”, etc.). Dicho esto, la cosa existe, y existe como objetivación de un juicio universal.
De resultas, hay un efecto de ley, la vis formae:[63] estábamos ante un asunto informal –cuando de un almuerzo o de las relaciones entre X e Y se dice que son “informales”, se dice que no hay etiqueta, no hay código de deontología, que las reglas no están objetivadas–, mientras que aquí hay un efecto de forma. Creo que es muy importante comprender esto; por ejemplo, con respecto al efecto jurídico:[64] el efecto de forma es el tipo de efecto producido cuando algo se objetiva, se escribe, se publica, se hace público. Lo público es universal, oficial: no suscita vergüenza. Aquí, el hecho de que los periodistas puedan publicar sin vergüenza sus juicios es sorprendente e interesante. No podrían publicar la lista de los mejores matemáticos, sería una vergüenza… Que puedan publicarse como publicadores y aptos para juzgar es muy interesante. Las personas que respondieron, cuya lista se presenta, fueron elegidas como aptas para responder y se eligieron como dignas de responder, con mayor o menor hesitación. Hubo también personas que no respondieron[65] porque rechazaban el juego, rechazaban que se les otorgara legitimidad: hay ausencias sistemáticas que pueden señalarse sin dejos de parcialidad. Por ejemplo, uno de los mejores clasificados según los criterios internos al campo de producción para productores no respondió a un cuestionario destinado a elegir a los más eminentes. En otras palabras, esa serie de pequeñas decisiones individuales (“¿respondo o no?”; “tengo algunas reservas”; “espero quince días”; “¿la envío o no la envío?”; “¿cómo me eligieron?”, etc.) produce un sentido objetivo que tiene todos los efectos que yo describo.
Productores para productores y productores para no productores
Continúo un poco: ese palmarés enturbia la frontera entre el campo de producción restringida (el campo de producción para los productores) y el campo de producción ampliada (el campo de producción para los no productores). Está claro que se trata de subcampos dentro del campo de producción cultural y esta oposición vuelve a encontrarse dentro de cualquier campo de producción cultural; en la situación en que estamos, no es verdad en todos los campos: están los productores para productores (la poesía de vanguardia, etc.) y los productores para no productores, con, desde luego, todas las franjas intermedias. Si recuerdan lo que dije, las personas sobrerrepresentadas en la población de los electores y al mismo tiempo en el palmarés son quienes se sitúan en la zona que no es ni una ni otra cosa, metaxǘ (μεταξὺ, como dice Platón),[66] bastarda, y de los cuales no se sabe si son esto o aquello. El interés de los bastardos es legitimar la bastardía, hacer que desaparezca la distinción en cuyo nombre son bastardos. El interés inconsciente de las personas que están en la frontera del campo de producción restringida y el campo de producción para los no productores, esto es, los periodistas –el periodista es típicamente el que publica para el gran público–, consiste en decir “todos los gatos son pardos”, abolir la diákrisis (διάκρισις), el corte. Una de las apuestas de las luchas simbólicas en el mundo social es el principio de división, y la ortodoxia es el poder de decir: “Hay que ver esto aquí y esto allá”, “no confundan lo sagrado y lo profano, lo distinguido y lo vulgar”. Enturbiar las taxonomías o imponer una taxonomía que ya no diferencie las cosas que estaban diferenciadas es cambiar las relaciones de fuerza dentro del campo. Es cambiar la definición del campo (quién pertenece/quién no pertenece a él) y, de resultas, el principio de legitimación.
Ustedes notarán la dificultad que hay para describir esto: el análisis se torna forzosamente finalista. No hay que decir “quisieron esto”, “lucharon por”, “es una revolución”, “es una categoría dominada desde cierto punto de vista pero dominante desde otro aquella que ha tomado el poder con esa revolución que es la imposición de un palmarés”. No, hay que hablar de lo que yo llamo allodoxia (ἀλλοδοξία), conforme al Teeteto de Platón. Se ve a un tipo a lo lejos y alguien dice: “¿Quién es? ¿Teeteto? –No, era Sócrates”; se toma una cosa por otra.[67] El interés del concepto radica en indicar que nos equivocamos de buena fe. Es un error de percepción ligado a las categorías de percepción de quienes