LA INDEPENDENCIA
Un imperio construido a lo largo de cuatrocientos años no puede carecer de defectos, errores y tragedias, pero para durar tanto (ninguna república hispanoamericana ha llegado aún a mucho más de la mitad) debió haber logrado el respaldo o, al menos, la sumisión de la mayor parte de sus pobladores, como parece reconocer Von Humboldt. Tanto es así que lo que luego devino en las independencias de las repúblicas americanas realmente fueron movimientos de independencia, sí, pero en contra de la Francia Napoleónica. Napoleón había logrado que el rey Carlos IV de España abdicara, quien lo hizo en favor de su hijo, Fernando VII, pero luego este lo hizo de vuelta en favor de su padre para que fuera quien entregara la Corona a Napoleón con el fin de colocar en Madrid como rey a su hermano José Bonaparte.
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Independientemente de que el mal llamado «Pepe Botellas» (José Bonaparte era abstemio) formara un gobierno bastante bueno, que Fernando VII —bien llamado «el rey Felón»— fuera un pésimo gobernante y que los Borbones fueran un linaje de origen francés, los españoles de todos los continentes iniciaron lo que se llamó la guerra de Independencia. En varias regiones de la España peninsular se organizaron juntas revolucionarias —siendo la más popular en América la de Cádiz— y en el otro lado del Atlántico se empezaron a reproducir otras tantas.
Si bien más adelante hubo divisiones entre los patriotas y los realistas, lo que dice la historia —a pesar de la leyenda— es que la independencia de América no se inicia como una independencia contra España (todos se sentían españoles como el que más), sino que fue una lucha de independencia contra los Bonaparte. Solo después de que el rey Felón, ya repuesto en el trono, aboliera la Constitución de 1812, es cuando los movimientos en las Américas se tornan en contra de la metrópoli.
Es importante resaltar que en esos años revolucionarios se convoca en Cádiz un proceso constituyente, que de América vienen cinco delegados por derecho propio y que uno de ellos, Joaquín de Mosquera Figueroa, nacido en Popayán —la actual Colombia— no solo es uno de los que preside las Cortes de Cádiz, sino que también, en virtud de ello, queda en un momento como regente de todo el Imperio español. También es importante reconocer que la Constitución de 1812 —conocida como la Pepa— fue la primera constitución democrática que rigió en Hispanoamérica y que fue el modelo de nuestras primeras constituciones republicanas.
Por último, hay que recordar que muchos de nuestros libertadores eran oficiales activos del Ejército español (naturalmente, ya que eran españoles) y que cuando Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez son enviados a Londres para lograr apoyo inglés para la Junta de Caracas, lo hacen «en nombre del rey Fernando VII de España», quien todavía no había mostrado «sus colores» y era conocido aún por sus súbditos como el Deseado.
CLAROSCUROS
Regresando a nuestros claroscuros, es importante resaltar que la Constitución de 1812 prohibía la tortura, disolvía la Inquisición y abolía la esclavitud, entre otros avances monumentales. Sin embargo, la esclavitud y varias formas de vasallaje pervivieron en las Américas hasta finales del siglo XIX en el primer caso, y bien entrado el Siglo XX en el segundo; todo ese tiempo ya libres de las ataduras con Madrid. Es más, está comprobado que la mayor parte de los procesos de «limpieza étnica», o más propiamente de genocidio, cometidos en contra de los pueblos originarios de América tuvieron lugar después de la independencia de las repúblicas americanas, por lo tanto, no por el Imperio español.
La Constitución de 1812—conocida como la Pepa—fue la primera constitucióndemocrática que rigióen Hispanoamérica y fueel modelo de nuestrasprimeras constitucionesrepublicanas. |
No podemos negar que hubo una gran mortandad, ni tampoco la desaparición de varios pueblos autóctonos al iniciar la conquista española o en los primeros contactos entre los peninsulares y los originarios; pero, en la mayor parte de los casos, fue producto de las enfermedades infectocontagiosas que traían los españoles —como la viruela, por ejemplo—, ya que la población nativa no tenía inmunidad. También hubo un proceso de aculturación que, si bien generó una cultura mestiza, también hizo desaparecer diferentes culturas originarias. En ambos casos, no fue un proyecto de genocidio, como sí lo fue el de otras potencias imperiales en los territorios que conquistaron y poblaron.
Para dar un solo ejemplo de las diferencias, veamos el caso de la viruela: mientras está documentado que el comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte, sir Jeffrey Amherst, regalaba a los indígenas mantas que habían sido empapadas con el sudor de enfermos de viruela para, según dijo en una carta, «extirpar a esta raza execrable», el español Francisco Javier Balmis organizó y lideró la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna entre 1803 y 1806, que dio la vuelta al mundo con el propósito expreso de que la vacuna de la viruela alcanzara todos los rincones del Imperio español. Esta expedición, como su nombre indica, fue una misión oficial financiada por el Estado español.
ENCUENTRO ENRIQUECEDOR
El continente ignoto con el que se toparon los ibéricos en 1492 no era un lugar homogéneo geográfica, climática ni étnicamente. Así como había pueblos que vivían de la caza, la pesca y la recolecta, los había con sofisticados sistemas agropecuarios; así como los había nómadas o migrantes estacionales, se encontraron enormes ciudades con impresionante arquitectura; así como había pobladores con cultura primitiva, había pueblos con mayores avances en el campo científico que los europeos —sobre todo matemático y astronómico—; así como había pueblos dispersos y poco numerosos, había grandes imperios con todas las características de una estructura política de esta naturaleza. El encuentro de estos pueblos con los peninsulares fue uno de enorme complejidad y a la vez muy enriquecedor.
Así como nos debemos lamentar por todas las culturas americanas que desaparecieron producto de dicho encuentro, también tenemos que decir que España, luego Europa y finalmente el mundo tampoco salieron intactos —gracias a Dios— al impacto del encuentro con América.
El tomate, el cacahuete o maní, el aguacate, el cacao o chocolate, el maíz y la papa o patata son parte de la cocina universal, así como la barbacoa —de donde viene la palabra en inglés barbecue, y no al revés— también lo es. Gracias a la papa o patata —de la cual en Perú hay más de seis mil cuatrocientas variedades—, los irlandeses y otros pueblos europeos dejaron de morirse de hambre en invierno. Qué decir del cacao, con el que se hace el chocolate, y su enorme impacto en la alimentación y el sentido de placer en todo el mundo.
El encuentro deestos pueblos conlos peninsularesfue uno de enormecomplejidady a la vez muyenriquecedor. |
Así mismo, podemos hablar de la nao de China o galeón de Manila —en su época y distintas encarnaciones, la nave más grande jamás construida— y de las flotas de Indias, verdaderas precursoras de la globalización y gracias a las cuales se desarrolló enormemente tanto el intercambio comercial de bienes como el de especies agrícolas, que empezaron a sembrarse en continentes distintos, pero en los mismos paralelos, con lo cual aumentó la capacidad de alimentar a muchas más personas.
También podemos hablar del impacto de la visión autóctona sobre el mundo y la relación del hombre con la naturaleza, de las nuevas formas de organización sociopolítica que surgen de experiencias como las misiones jesuitas en comunidades indígenas de Sudamérica o de las formas cooperativas para el trabajo de la tierra. Con todos sus claroscuros, el encuentro entre nuestros ancestros fue sumamente fecundo. Sin ello, no seríamos capaces de comunicar nuestras ideas y enriquecernos con nuestras distintas opiniones e informaciones casi quinientos millones de personas.
De esa construcción sociopolítica tricontinental llamada Imperio español, y de las gentes que lo poblaron,