En consecuencia, el Estado moderno (19) –occidental– es el producto de una evolución histórica compleja a través de un desarrollo institucional específico. Se trata de un producto que se erige en el centro de la escena política europea después de un siglo de guerras en oposición al poder de la iglesia, a la resistencia de las autonomías comunales y de las aristocracias; son los actores y las fuerzas sociales que tratan infructuosamente de oponerse a los proyectos de monopolización del poder y de su capacidad coercitiva.
De acuerdo con Max Weber, el Estado es una “empresa” en la medida que se trata de una asociación provista de un aparato administrativo y que en su actuación está orientada a un determinado fin que le otorga sentido a su funcionamiento. Se presenta como una forma autónoma en una estructura institucional que produce normas y ordenamientos específicos. Tales ordenamientos están destinados a imponerse sobre todos aquellos individuos que comparten una condición de pertenencia a un territorio determinado. Tal imposición se realiza mediante el recurso efectivo o la amenaza de uso de la coerción física. Situación, ésta, que requiere del monopolio de la fuerza física para constituirse definitivamente como Estado (20).
En tal sentido y como lo expone Guillermo O’Donnell, al Estado le compete el ejercicio de la función política de la dominación. “Entiendo por Estado el componente específicamente político de la dominación en una sociedad territorialmente delimitada. Por dominación (o poder) entiendo la capacidad, actual y potencial, de imponer regularmente la voluntad sobre otros, incluso pero no necesariamente contra su resistencia. Lo político en sentido propio o específico lo entiendo, entonces, como una parte analítica del fenómeno más general de la dominación, aquella que se halla respaldada por la marcada supremacía en el control de los medios de coerción física en un territorio excluyentemente delimitado” (21).
En la misma dirección, el politólogo argentino Oscar Oszlak, afirma que el Estado puede ser definido como “[…] la instancia política que articula un sistema de dominación social. Su manifestación material es un conjunto interdependiente de instituciones que conforman el aparato en el que se condensa el poder y los recursos de la dominación política” (22).
En este marco, las dimensiones principales que caracterizan y definen al Estado son:
a) la externalización del poder, a través del reconocimiento de la soberanía estatal por parte de los otros estados;
b) la capacidad efectiva de ejercer el monopolio de los medios legítimos de coerción;
c) el desarrollo de un sistema de administración burocrática profesional y autónoma;
d) una burocracia especializada en la obtención de recursos y en su asignación con destino a la sociedad civil;
e) capacidad y decisión de generar en los habitantes un sentimiento de “pertenencia” y de crear los lazos de solidaridad para responder sólo a ese Estado.
En consecuencia, el Estado poseedor de estas cualidades se define a partir de su capacidad para ejercer soberanía en el ámbito interno. El Estado asume la forma de la racionalidad jurídica que hace posible la formalización del conflicto y también de la guerra, en el marco del Derecho Internacional. El filósofo y jurista alemán Carl Schmitt sostiene que el Estado Nación surgido en la modernidad encarna la racionalidad occidental en la determinación de un modo específico de relación entre la forma institucional y la dinámica de la práctica política, fundada en el eje de la libertad individual.
En el siglo XX, la aparición de los totalitarismos y la expansión de los regímenes democráticos modificará la forma de aquel sujeto político y también los modos de ejercicio del poder en los ámbitos internos y de la soberanía en el terreno internacional, donde reina la pura relación de fuerzas y el equilibrio de los poderes fácticos en ausencia de un derecho supranacional exigible para todos. Aunque en la actualidad observamos el crecimiento de instituciones regionales y subregionales con diversas capacidades y alcance en la imposición de normas de nivel supranacional. La Unión Europea y otros acuerdos de integración de orden geopolítico, económico y social en Asia, África y América Latina, representan avances crecientes hacia instancias multilaterales y multinacionales de coordinación de políticas.
Del Estado Liberal al Estado Social
La evolución histórica del Estado surgido en la modernidad presenta sucesivas configuraciones que se inician con el “absolutismo” hasta alcanzar la diversidad de formas más o menos democráticas en la actualidad. En primer lugar vamos a ocuparnos de las características que definen al Estado liberal como la forma jurídico-política que se funda en el reconocimiento de los derechos individuales garantizando la reserva de la esfera privada ante el poder despótico del Estado. Como ya fue señalado previamente, en el Estado liberal rigen las garantías individuales para el desarrollo pleno de la individualidad en un contexto de reglas que hacen a la confianza y previsibilidad de los contratos entre individuos, permitiendo la cooperación y la regulación de los conflictos. El proceso histórico reconoce como antecedente fundamental a las revoluciones que hicieron efectivas la ruptura con el “Ancien Regime”, nos referimos a las revoluciones Inglesa –1688–, Americana –1776– y Francesa –1789– que hicieron posible la aparición del orden político donde se desplegará la potencialidad de la sociedad burguesa y la expansión de las relaciones sociales capitalistas en todo el mundo.
De acuerdo a la acepción primigenia, inspirada por las ideas de la Revolución francesa y el Utilitarismo inglés, el individualismo se constituye en una concepción de la realidad y de la historia donde el individuo adquiere una centralidad radical que es generadora de una nueva ética racional y egoísta impulsora de nuevas expectativas y comportamientos individuales en la sociedad; esta cosmovisión se asienta sobre el rechazo a la existencia de toda reminiscencia medieval, en especial a las formas de mediación entre el individuo y el Estado, afirmando la soberanía del individuo en la esfera económica y la exigencia del derecho individual ante el Estado (23).
El pensamiento liberal concibe al Estado como la organización política y jurídica que, al regular el ejercicio de la violencia, procura la legitimidad del consenso. Por eso, “el estado liberal debe ser moralmente neutral y permitir únicamente una organización de la sociedad en la que cada individuo y cada grupo social sea capaz de perseguir libremente sus propios fines y de elegir su propio destino” (24).
El liberalismo surge en Europa, originalmente en Inglaterra a mediados del siglo XVII y cobra pleno desarrollo teórico en el siglo XVIII. Los hechos históricos más importantes, que determinarán su vigencia continuada hasta nuestros días, radican en la “Gloriosa Revolución” de 1688 que pone fin al Estado absolutista e inaugura la vigencia de la monarquía constitucional como la nueva forma de vida y de organización de la vida económica, política y social.
La filosofía liberal, en tanto corpus ideológico, reconoce en su principal exponente al filósofo inglés John Locke (1632 -1704), autor de una obra fundamental para el Liberalismo político: Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil publicada en el año 1690 (25). También a Adam Smith (1723 - 1790), que influye grandemente con su investigación acerca de la Naturaleza y causa de la Riqueza de las Naciones, aparecida en 1776 y convirtiéndose de inmediato en el fundamento teórico y filosófico de la hipótesis del libre mercado.
A partir de ese momento, el Liberalismo como ideología, como práctica y como proceso de institucionalización político se afianzará en la defensa del individuo y el rechazo a la sociedad estamental y corporativa, característica del régimen feudal; la garantía de la libertad individual y la defensa de la propiedad privada, como fundamento del orden económico y político; la división de poderes,