Pacomio y sus discípulos. San Pacomio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: San Pacomio
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789874792327
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uno de sus futuros discípulos.

      Durante los tres años siguientes a su bautismo, Pacomio vivió como laico, sirviendo a una comunidad. Pareciera que estos años fueron un período de maduración de su conversión, realizada de manera tan repentina. Le surgió, entonces, una nueva inquietud. La vida de “laico consagrado” al servicio del prójimo ya no llenaba sus aspiraciones. Sentía que no podía transmitir el mensaje de Dios a los hombres sin una profunda comunión con Dios. Y pensaba que para ello necesitaba una honda experiencia de soledad. En esta etapa de su vida ya se pueden señalar los “elementos” que van, poco a poco, plasmando al monje Pacomio: necesidad de soledad y exigencia de una oración más intensa, unidas al servicio en favor de la comunidad. Este servicio comunitario fue algo peculiar de Pacomio, pero él intuía que no podría ejercerlo en plenitud si antes no se capacitaba para ello en una solitaria y de silenciosa intimidad con el Señor.

       Con Palamón

      No lejos de donde moraba Pacomio tenía su celda abba Palamón: un hombre rudo, de “lenguaje conciso”, con aquel rigor propio de los anacoretas que, guiados por el Espíritu de Dios y por la asidua meditación de las Santas Escrituras, tenían como una autoridad carismática para discernir las vocaciones y exigir una obediencia total. Pacomio, quizás transparentando el entusiasmo de su reciente conversión, golpeó la puerta de Palamón. El venerable se asomó por encima de la puerta y ambos entablaron el siguiente diálogo:

      «El anciano le dijo: “¿Qué quieres?”, pues era rudo en su forma de hablar. Pacomio le respondió: “Te ruego, padre, haz de mí un monje”. Le dijo Palamón: “No puedes: porque no es un asunto sencillo el servicio de Dios. Muchos que vinieron no lo soportaron”. Pacomio le dijo: “Pruébame en ese servicio y ve”. El anciano habló de nuevo: “Primero experimenta tú mismo por un tiempo, y después vuelve de nuevo aquí. Porque yo tengo una ascesis rigurosa: en verano ayuno cada día, en invierno como cada dos días. Por la gracia de Dios, como solo pan y sal. No tengo costumbre de usar aceite y vino. Paso en vela, como me lo enseñaron, la mitad de la noche en oración y meditación de la Palabra de Dios, y a menudo incluso toda la noche”. Habiendo escuchado estas palabras del anciano, el joven se sintió todavía más fortalecido en su espíritu para soportar todo esfuerzo con Palamón, y le dijo: “Creo que, con el auxilio de Dios y tus oraciones, soportaré todo cuanto me has dicho”. Entonces, abriendo la puerta, Palamón le hizo entrar y le vistió con el hábito de los monjes»7.

      Palamón, fiel a la tradición monástica no se mostró muy acogedor; más bien, prefirió presentarle a Pacomio un cuadro real de las exigencias de la vida solitaria. Pero al final terminó por convencerse de la vocación del nuevo discípulo, quien en su respuesta resumió la disponibilidad de un corazón abierto a las orientaciones del padre espiritual. Juntos practicaron la vida monástica durante siete años (316-323).

      Las inquietudes que llevaron a Pacomio a buscar la guía de Palamón -soledad y oración-, las vivió junto al “anciano” de modo intenso, completadas y enriquecidas con el trabajo manual cotidiano y la meditación de las Sagradas Escrituras8. La vida de oración de Pacomio puede ser medida, por así decirlo, gracias a una exigencia de Palamón que aquél aceptó como “norma”: sesenta oraciones durante el día y cincuenta por la noche, sin contar las jaculatorias que hacemos para no ser unos mentirosos, puesto que se nos ha ordenado orar sin cesar9.

      Cierto día al internarse en el desierto, Pacomio se alejó bastante de la celda del anciano Palamón y llegó hasta Tabennesi, un pueblo abandonado. En el silencio de la despoblada aldea, mientras rezaba, escuchó una voz: “Pacomio, Pacomio, lucha, instálate aquí y construye una morada; porque una multitud de hombres vendrán hacia ti, se harán monjes junto a ti y hallarán provecho para sus almas”10.

      En anteriores ocasiones las decisiones fundamentales de su vida Pacomio las había tomado al impulso de esa sensibilidad espiritual intuitiva, que lo capacitaba para ver más allá de los hechos inmediatos. Pero ahora era distinto. Pacomio estaba “abandonado” en manos de su padre espiritual y, por ende, la última palabra sería la de Palamón; a éste le tocaba discernir si aquella era realmente la voluntad de Dios.

      Al tomar conocimiento del hecho, Palamón le dijo: «“Puesto que creo que todo esto te viene de Dios, hagamos un pacto entre nosotros, de modo de no separarnos el uno del otro en el futuro, para visitarnos mutuamente, tú una vez y yo una vez”. Y así lo hicieron por todos los días que vivió el verdadero atleta de Cristo, Palamón»11.

      La separación de los dos monjes implicaba el reconocimiento, por parte de Palamón, de que Pacomio ya poseía las virtudes que lo capacitaban para dirigir almas y engendrar hijos espirituales. Sin embargo, como lo señala el trozo citado, la autonomía de Pacomio no significó una ruptura de relaciones con su anciano maestro.

       En Tabennesi

      Después de la muerte de Palamón, Pacomio prosiguió con la práctica de la vida solitaria, hasta que un día recibió la visita de su hermano “según la carne”: Juan. Éste deseaba compartir con él la vida monástica. Habitaron, pues, juntos en extrema pobreza, siguiendo una norma rigurosa: lo poco que les sobraba de su trabajo lo distribuían entre los más necesitados12.

      Sin embargo, otra vez intuyó Pacomio que esta fase era nada más que una etapa en la búsqueda del plan de Dios para él. En efecto, la vida solitaria con su hermano no reflejaba suficientemente los signos que Dios había ido colocando en su camino. ¿Cómo aceptar un estilo de vida en el que no se vislumbraba la realización de aquel mensaje que había escuchado: servir a los hombres y conducirlos a la salvación?

      En este estado de inquietud espiritual lo hallamos, en cierta ocasión, cortando juncos en una isla del Nilo. Mientras oraba, «para conocer la voluntad perfecta de Dios13, se le apareció un ángel del Señor -como a Manoé y a su mujer se les apareció por el nacimiento de Sansón-, y le dijo: “La voluntad de Dios es que sirvas a la estirpe de los hombres, a fin de reconciliarlos totalmente con Él”; repitiendo esto tres veces, el ángel desapareció»14.

      Reflexionando sobre lo sucedido, Pacomio se convenció que realmente aquella era la voluntad de Dios y decidió ampliar su celda, a fin de poder recibir a los que deseasen compartir con él y Juan la vida monástica.

      Si el Señor le había regalado a Pacomio una sensibilidad espiritual y una intuición que le permitían ir discerniendo la voluntad divina, contemporáneamente le había dotado de un temperamento fuerte, que necesitaba ser superado, como condición indispensable para el ejercicio de la paternidad espiritual.

      Cuando, junto con su hermano Juan, trató de ampliar la celda en que habitaban, se produjo un altercado entre ambos, a causa de las dimensiones que debía tener la nueva edificación. Pacomio “se conmovió violentamente” al extremo de dejarse arrastrar por la cólera. Apenado por el hecho, a la noche bajó a una caverna y empezó a llorar con gran aflicción. Y orando decía: “Dios, todavía el deseo de la carne está en mí, todavía vivo según la carne, ¡pobre de mí!”15. El hecho le hizo ver a Pacomio que no debía volver a irritarse de esa forma, sino que debía aprender a seguir el camino de los santos16.

      Esa humildad, que es grata a los ojos de Dios, y que ciertamente enriquece al hombre para la vida comunitaria, será, junto a su intuición carismática, otro elemento característico de la personalidad de Pacomio.

      Parece cierto que nuestro Dios modela, perfecciona y purifica a los hombres que ha elegido por medio de los fracasos que deben experimentar en sus vidas. Pacomio, tal vez demasiado “humilde y complaciente”, tuvo que ver cómo su primer intento de formar una comunidad se evaporaba, porque todos “le trataban con desdén y gran irreverencia”. Todavía esperó un poco, intensificó sus oraciones, pero cuando comprobó “su endurecimiento y su orgullo” no tuvo más alternativa que echarlos17.

      Aleccionado por este primer fracaso, cuando nuevos candidatos le solicitaron su guía, Pacomio procedió con mayor precaución. Inspirándose en las Santas Escrituras los formó y estableció una organización, que preveía la renuncia a los bienes, a la propia familia, el compromiso a vivir en comunidad, la igualdad en el vestido, el alimento y el sueño18. Esto ocurría hacia el año 324/25.