Otro viajero A.A. de los años pioneros fue Archie T. Él había sido atendido cariñosamente en la casa del Dr. Bob y Anne en Akron hasta que logró su sobriedad. Todavía enfermo, débil y atemorizado, volvió a su ciudad natal de Detroit, el escenario de su derrota, donde había perdido toda su reputación personal y su solvencia financiera. Vimos a Archie hacer reparaciones dondequiera que podía hacerlas. Lo vimos, en un viejo automóvil dilapidado, hacer el reparto de los artículos de tintorería a sus antiguos amigos de la alta sociedad de Grosse Pointe. Lo vimos iniciar, con la ayuda de Sarah Klein, una dedicada mujer no alcohólica, un grupo que se reunía en el sótano de Sarah. Luego, Archie y Sarah enderezaron a un hombre que se llamaba Mike, que era fabricante, y a una dama de la alta sociedad, de nombre Anne K. De esas pocas personas se iba a desarrollar en años posteriores la numerosa comunidad de A.A. de Detroit.
Y también entre esos primeros viajeros estaba Larry K., un periodista, que había escapado casi milagrosamente de la muerte por delirium tremens y agotamiento total. A pesar de una enfermedad pulmonar que le obligaba a pasar mucho tiempo en una cámara de oxígeno, valerosamente subió a un tren en Cleveland con destino a Houston, Texas, y durante el viaje experimentó un despertar espiritual que le hizo sentirse, según diría más tarde, “de nuevo de una sola pieza”. Al llegar a Houston se puso a escribir una serie de artículos para el Houston Press que atrajo la atención de los ciudadanos y del obispo Quinn y, como consecuencia, tras varios contratiempos desgarradores, nació el primer grupo de Texas. Los primeros candidatos prometedores fueron Ed, un vendedor, que llevaría el mensaje a Austin; el sargento del ejército Roy, que contribuyó a la fundación de A.A. en Tampa, Florida y más tarde sirvió de gran ayuda en Los Angeles; y Esther que pronto se trasladó a Dallas donde, con su acostumbrado entusiasmo y energía, fundó A.A. en esa ciudad, y llegó a ser la decana de las damas borrachas del asombroso estado de Texas.
Mientras tanto los A.A. de Cleveland habían ayudado a lograr la sobriedad a Rollie H., un atleta famoso. Los artículos publicados en la prensa fueron sensacionales y sirvieron para atraer a muchos candidatos nuevos. No obstante, este acontecimiento fue uno de los primeros en provocar una profunda inquietud respecto a nuestro anonimato personal ante el público.
Entre los demás famosos pioneros itinerantes figura Irwin M., un A.A. de Cleveland que llegó a ser campeón de ventas de persianas a los grandes almacenes del Sur Profundo del país. Viajaba por un territorio limitado por Atlanta y Jacksonville por un lado e Indianapolis, Birmingham y New Orleans por el otro. Irwin pesaba 250 libras y rebosaba energía y entusiasmo. La idea de tener a Irwin como misionero nos asustó bastante. En la Sede de Nueva York teníamos una lista de borrachos residentes de muchas ciudades y pueblos de Sur, individuos a quienes nadie había visitado. Ya hacía tiempo que a Irwin no le importaban en absoluto los reglamentos de cautela y discreción referentes a abordar a los principiantes, así que nos sentíamos algo reacios a darle la lista. Pero se la dimos y esperamos. Y no tuvimos que pasar mucho tiempo esperando. Irwin los encontró, a cada uno, y les dio su tratamiento con su técnica de vendaval. Además, día y noche, escribía cartas a sus candidatos y consiguió que intercambiaran cartas unos con otros.
Asombrados pero no obstante encantados, los sureños empezaron a enviar cartas de agradecimiento a la Sede. Como informó el mismo Irwin muchas de las principales familias del Sur habían sido muy fáciles de abordar. Irwin abrió el territorio de par en par e inició muchos grupos nuevos o contribuyó grandemente a su fundación.
Al seguir reflexionando sobre el Sur, recordamos a los A.A. de Richmond que creían que la fórmula consistía en alejarse de sus mujeres y no tomar nada más que cerveza, pero gracias a la orientación de Jack W., un caballero virginiano, y algunos viajeros de A.A., se volvieron más ortodoxos. Recordamos también a Dave R., de New Jersey, incansable inspector de calderas, que se trasladó a Charlotte, North Carolina; y a Fred K., otro hombre de New Jersey, que fomentó las actividades en Miami; y al superpromotor Bruce H. que trabajaba en Jacksonville y sus alrededores y fue el primero en utilizar la radio para llevar el mensaje.
Poco después de la fundación de A.A. en Atlanta, ese grupo inseguro se vio inspirado por la aparición de Sam, un enérgico predicador del Norte, temporalmente sin hábito y sin sueldo. Sam hablaba con gran impacto tanto desde el púlpito como desde el podio de A.A. Inventó un estilo particular de A.A., parecido a las reuniones de “Chautauqua”, que fue algo despreciado por algunos miembros pero muy apreciado por otros. Se nos murió Sam hace ya tiempo, pero recordamos su servicio con gratitud.
Mientras seguíamos repasando los comienzos y la evolución de A.A., nos vimos inundados de recuerdos de otros muchos pioneros e historias de los primeros días. Recordamos lo emocionados que nos sentimos con la formación en Little Rock, Arkansas del primer grupo de A.A. solamente por correspondencia; el primer grupo canadiense en Toronto, y poco después los de Windsor y Vancouver, C.B.; los comienzos en Australia y Hawai que sentaron una pauta a seguir en años posteriores por otros setenta países y territorios fuera de los Estados Unidos; la historia conmovedora del pequeño noruego de Greenwich, Connecticut, que vendió todo lo que tenía para poder ir a Oslo y ayudar a su hermano y así formó un grupo en esa ciudad; el grupo que tomó forma en Alaska porque un prospector allí en tierra remota encontró un ejemplar del libro de A.A. en un barril de petróleo; los borrachos de Utah que lograron su sobriedad en A.A. y a la vez encontraron uranio; la llegada de A.A. a Sudáfrica, México, Puerto Rico, Sudamérica, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Holanda y luego a Japón e incluso a Groenlandia e Islandia; la historia del Capitán Jack a bordo de un buque petrolero que llevaba el mensaje de A.A. mientras surcaba los mares. En estas felices evocaciones del pasado en St. Louis, volvimos a ver a nuestra Comunidad de A.A. superar las barreras geográficas y lingüísticas y las de raza y religión y llegar a todas partes del mundo.
Estas historias nos trajeron a la mente a Lois y a mí maravillosos recuerdos de nuestro viaje al extranjero durante seis semanas en 1950.
Recordamos las acaloradas discusiones entre los suecos de Estocolmo y los suecos de Goteborgo referentes a si A.A. debería estar basado en los “Siete Pasos” de Estocolmo o los “Doce Pasos” de Norteamérica. Recordamos nuestro encuentro con el fundador del maravilloso grupo de Helsinki, Finlandia. Todavía podíamos ver a los daneses de Copenhagen y su “Ring i Ring” preguntándose si la solución estaba en Antabuso o en A.A. Recordamos a Henk Krauweel en cuya casa fuimos huéspedes mientras estuvimos en Holanda. Henk, un asistente social no alcohólico, fue contratado por la ciudad de Amsterdam para investigar qué se podría hacer allí por los borrachos. Había podido hacer muy poco hasta el día en que encontró los Doce Pasos. Los tradujo al holandés y los pasó a algunos de sus clientes. Para su gran asombro, algunos casos duros dejaron de beber. Y para cuando llegamos nosotros él tenía otros muchos casos que mostrarnos. A.A. ya tenía una base sólida en Holanda y estaba bien desarrollado. Desde entonces, nuestro gran amigo Henk ha llegado a ser una de las más destacadas autoridades en el problema global de alcoholismo.
En París nos topamos con varios compañeros de A.A. americanos que servían como un comité de recepción para los A.A. viajeros, algunos sobrios y otros que pasaban por dificultades. Los franceses de París todavía andaban un poco tímidos en lo referente a A.A. y tenían una extraña creencia racionalizadora de que el vino no era una bebida alcohólica y por lo tanto era perfectamente inocuo.
En Londres y Liverpool conocimos a muchos ingleses muy anónimos. En esos días sus reuniones tenían un ambiente claramente parlamentario; había incluso un martillo que se utilizaba en los momentos indicados. A.A. de Irlanda era todo lo que nosotros esperábamos que fuera y mucho más. Los A.A. sureños de Dublín se llevaban cordialmente con los norteños de Belfast pese a que sus compatriotas se enfrentaban ocasionalmente en la calle tirándose piedras. Vimos brotar las semillas de A.A. sembradas en Escocia y al conocer la hospitalidad escocesa supimos con toda seguridad que el miembro de A.A. escocés no es ni austero ni tacaño.
Para Lois y para mí, esta experiencia allende los mares era como atrasar el reloj y volver a los primeros días en Norteamérica. Según los progresos que hubieran hecho, los grupos de otros países