Todos se acuerdan de la famosa y final advertencia del Dr. Bob a Alcohólicos Anónimos: “No estropeemos esta cosa; mantengámoslo sencillo”. Y yo me acuerdo del homenaje a su gran sencillez y fortaleza que le rendí en el A.A. Grapevine…
Después de decir serenamente a quien le atendía, “Creo que ha llegado la hora”, el Dr. Bob falleció el 16 de noviembre de 1950 al mediodía. Así terminó la enfermedad que le había consumido, y en el curso de la cual nos enseñó tan claramente que la gran fe puede superar las graves angustias. Murió como había vivido, supremamente consciente de que en la casa de su Padre hay muchas moradas.
Todos los que le conocieron se sentían inundados de recuerdos. Pero ¿quién podría saber cuáles eran los pensamientos y los sentimientos de los 5,000 enfermos de los que él se había ocupado personalmente, y a los que había dado gratuitamente su atención médica? ¿Quién podría recoger las reflexiones de sus conciudadanos que le habían visto hundirse hasta casi perderse en el olvido para luego alcanzar un renombre mundial anónimo? ¿Quién podría expresar la gratitud de las decenas de millares de familias de A.A. que habían oído hablar tanto de él, sin haberlo conocido cara a cara? ¿Cuáles eran las emociones de la gente más cercana a él mientras reflexionaban agradecidamente sobre el misterio de su regeneración hace quince años y de sus vastas consecuencias? No se podría comprender ni la más mínima parte de esa gran bendición. Sólo se podría decir: “¡Qué gran milagro ha obrado Dios!”
El Dr. Bob nunca habría querido que nadie le considerara un santo o un superhombre. Tampoco habría deseado que le alabáramos o que lloráramos su muerte. Casi se le puede oír decir, “Me parece que se están pasando. No me deben tomar tan en serio. Yo sólo era uno de los primeros eslabones de esa cadena de circunstancias providenciales que se llama A.A. Por gracia y por suerte este eslabón no se rompió; a pesar de que mis defectos y mis fracasos pudieran haber tenido esta desgraciada consecuencia. Sólo era un alcohólico más que trataba de arreglármelas — con la gracia de Dios. Olvídenme, pero vayan y hagan lo mismo. Añadan sólidamente su propio eslabón a nuestra cadena. Con la ayuda de Dios, forjen una cadena fuerte y segura”. Así es como el Dr. Bob se valoraría a sí mismo y nos aconsejaría.
En una reunión en 1950, unos pocos meses después del fallecimiento del Dr. Bob, la primera Conferencia de Servicios Generales aprobó por votación que se presentara a cada uno de los herederos del Dr. Bob, sus hijos Bob junior y Sue, un pergamino, con la siguiente inscripción:
DR. BOB
EN MEMORIA
Alcohólicos Anónimos en este documento deja constancia de su agradecimiento eterno por la vida y las obras del Dr. Robert Holbrook S., uno de sus Cofundadores.
Conocido afectuosamente como “Dr. Bob”, se recuperó del alcoholismo el 10 de junio de 1935; en ese mismo año contribuyó a la formación del primer Grupo de Alcohólicos Anónimos; él y su buena esposa atendían a ese faro con tanta diligencia que con el tiempo su luz acabó atravesando el mundo. El día de su fallecimiento, el 16 de noviembre de 1950, ya había ayudado física y espiritualmente a incontables compañeros de aflicción.
La suya era una humildad que declina todo honor, una integridad que no se compromete nunca; una devoción al hombre y a Dios que como un radiante ejemplo brillará para siempre.
La Comunidad Mundial de Alcohólicos Anónimos presenta este testimonio de gratitud a los herederos del Dr. Bob y Anne S.
Al pensar en estos primeros días en Akron, nos acordamos también de la época pionera en el Este; de las dificultades que encontramos para iniciar el Grupo Número Dos de A.A. en la ciudad de Nueva York en el otoño de 1935. Al comienzo de ese año, antes de mi primer encuentro con el Dr. Bob, yo había trabajado con muchos alcohólicos, pero hasta mi regreso a la ciudad en septiembre, no había tenido ningún éxito en Nueva York. Conté a los miembros de la Convención cómo la idea había empezado a cristalizar; les hablé de las primeras reuniones en el salón de estar de mi casa de la calle Clinton 182, Brooklyn; de las visitas a la Misión del Calvario y al Hospital Towns de Nueva York en febril búsqueda de nuevos candidatos; de los muy pocos que lograron la sobriedad y los muchos que fracasaron estrepitosamente. Mi esposa, Lois, relató que durante tres años nuestra casa de la calle Clinton había estado, del sótano al ático, llena de alcohólicos de todo tipo y condición, quienes, para nuestra gran consternación, habían vuelto a beber, todos fracasados según parecía. (Algunos de ellos lograron la sobriedad más tarde, tal vez a pesar de nosotros.)
En Akron, en las casas del Dr. Bob y Wally, el tratamiento casero tuvo mejores resultados. De hecho, es probable que Wally y su mujer sentaran un récord de casos tratados en casa y rehabilitaciones de principiantes de A.A. El porcentaje de éxito fue muy alto y durante un tiempo otros muchos habitantes de Akron siguieron su ejemplo en sus propios hogares. Como dijo Lois, era como un maravilloso laboratorio en el que experimentamos y aprendimos por la dura experiencia.
Recordé a los de Nueva Jersey, presentes en la Convención, las primeras reuniones en Upper Montclair y South Orange así como en Monsey, Nueva York, cuando Lois y yo nos trasladamos allí alrededor de la fecha en que el libro de A.A. salió de imprenta en la primavera de 1939, después de perder por ejecución hipotecaria la casa de los padres de Lois en Brooklyn donde habíamos estado viviendo. El clima era templado y vivíamos en una casa de verano al borde de un lago tranquilo del oeste de Nueva Jersey, en la que un buen compañero de A.A. y su madre amablemente nos habían dejado instalarnos. Otro amigo nos prestó su automóvil. Les conté que habíamos pasado el verano tratando de arreglar el desastroso estado económico del libro de A.A. que, en cuanto a ingresos producidos, había fracasado totalmente después de su publicación. Nos resultó difícil evitar una visita del sheriff a nuestra pequeña oficina de la calle William 17, Newark, donde se había escrito la mayor parte del libro.
Asistimos a la primera reunión de A.A. de Nueva Jersey, celebrada en el verano de 1939, en la casa de Upper Montclair de Henry P., mi socio en la empresa ahora insegura del libro. Allí conocimos a Bob y Mag V., que se convertirían en nuestros grandes amigos. Cuando en el Día de Acción de Gracias, empezó a caer una nevada en nuestra casa de verano, nos invitaron a pasar el invierno con ellos en su casa de Monsey, Nueva York.
Ese invierno con Bob y Mag fue a la vez duro y emocionante. Nadie tenía dinero. Su casa, que había sido una gran mansión, se había convertido en un lugar destartalado. La caldera de la calefacción y la bomba de agua se turnaban en fallar. Un antepasado de familia de Mag había añadido dos habitaciones grandes a la casa, una arriba y otra abajo, que no tenían calefacción. La habitación de arriba era tan fría que la llamaban “Siberia”. Tratamos de remediar esta situación instalando una estufa de carbón de segunda mano que costó $3.75. Continuamente amenazaba con romperse y nunca me explicaré cómo logramos evitar quemar la casa. No obstante, era una época muy feliz; además de compartir con nosotros todo lo que tenían, Bob y Mag eran efusivamente alegres.
Lo que nos provocó la mayor emoción fue la formación del primer grupo en un hospital mental. Bob había estado hablando con el Dr. Russell E. Blaisdell, director del Hospital Rockland State de Nueva York, una institución mental, situada a poca distancia. El Dr. Blaisdell inmediatamente había aceptado la idea de probar A.A. con sus pacientes alcohólicos. Nos dio libre acceso al pabellón y al poco tiempo nos permitió iniciar una reunión en el hospital. Los resultados eran tan buenos que pocos meses después, dio permiso a multitud de alcohólicos internados a ir en autobús a las reuniones de A.A. que para entonces se había establecido en South Orange, Nueva Jersey y en la ciudad de Nueva York. Para el director de una institución mental eso era sin duda correr un gran riesgo. Pero los alcohólicos no le defraudaron. Al mismo tiempo se estableció una reunión regular de A.A. en el mismo Rockland. Los casos más desesperados que se pudiera imaginar empezaron a recuperarse y a no recaer al ser dados de alta del hospital. Así comenzó la primera colaboración de A.A. con un hospital mental, una experiencia que se ha repetido más de 200 veces. El Dr. Blaisdell había escrito una página luminosa en los anales del alcoholismo.
En este aspecto, vale mencionar que dos o tres alcohólicos fueron dados de alta de los Hospitales