La voz de Adamat quedó tapada por la cacofonía de gritos inarticulados. Él ni siquiera sabía qué era lo que estaba diciendo, pero su corazón vertió en sus gritos toda la frustración que tenía con Palagyi y su rabia por el hecho de que su esposa e hijos estuvieran lejos. Se inclinó hacia delante agitando los puños como parodiando a los dos luchadores, gritando con todas sus fuerzas con el resto de la muchedumbre.
Formichael asestó un gancho violento en las costillas de SouSmith. SouSmith tropezó hacia un lado, y el joven avanzó y volvió a golpear en el mismo lugar, quizás una antigua costilla rota, con los puños brillando en la penumbra. SouSmith se tambaleó tembloroso y fue hacia el lateral del foso, hasta que quedó apoyado contra los tablones de madera que lo separaban de la gente. Algunos dedos de los espectadores se asomaron por entre los maderos, unas uñas le escarbaron en la cabeza rapada, algunos salivazos le salpicaron la mejilla. Adamat lo miraba, la cabeza del luchador estaba justo fuera de su alcance.
—¡Continúa! —le gritó—. ¡No dejes que te arrincone! —Se oyó un crujido sonoro, y SouSmith cayó sobre una rodilla, con una mano en alto para protegerse de los golpes del otro. La voz de Adamat pasó a ser un susurro—. Levántate, cabrón —gruñó entre dientes.
Formichael golpeó las manos y los brazos de SouSmith, una y otra vez, hasta que el otro quedó de rodillas, sufriendo por el embate. Formichael tenía el rostro encendido por la promesa de la victoria, y poco a poco fue aminorando los puñetazos, hasta que solo fueron golpecitos, y luego se detuvo. Se quedó de pie, jadeante, observando al hombre que tenía a sus pies. SouSmith no levantó la mirada.
“Bah”, pensó Adamat, “ya finiquítalo”.
Pero no había nada de eso en los planes de Formichael. Con una sonrisa ancha, se inclinó y agarró uno de los brazos de SouSmith, lo levantó y le dio un único puñetazo brutal. SouSmith volvió a caer de rodillas, con todo el cuerpo temblando. Formichael pensaba alargar la lucha, dejar que el agotamiento de SouSmith lo mantuviera abatido y continuar con la paliza hasta que SouSmith no fuera más que una papilla.
Formichael le dio varios puñetazos más de esa manera, hasta que permitió que SouSmith cayera de manos y rodillas sobre el suelo. Su rostro era una masa informe de sangre y carne hecha trizas. Escupió sobre el serrín. Formichael se volvió, levantó los brazos en dirección a la multitud y se regocijó con el rugido de las voces. Se volvió hacia SouSmith una vez más.
El otro se puso de pie en una fracción de segundo y lanzó su puño, seguido de sus ciento sesenta kilos de peso, contra la bonita cara de Formichael. El impacto levantó al joven del suelo. Su cuerpo quedó horizontal en el aire, luego rebotó como un juguete contra los tablones de madera y cayó al suelo. Se estremeció una vez y luego se quedó quieto. SouSmith le escupió en la espalda y luego se volvió, subió la escalera a paso lento y se dirigió a las casetas de los luchadores. Recibió palmadas de felicitaciones en la espalda e insultos por las apuestas perdidas.
Adamat cobró sus ganancias y esperó hasta que hubo bastante gente yendo y viniendo para escabullirse hacia las casetas. Entró en la de SouSmith y cerró la cortina detrás de él.
—Ha sido una gran pelea.
SouSmith hizo una pausa, con un cubo de agua levantado por encima de la cabeza, y le echó una mirada a Adamat. Inclinó el cubo y dejó que el agua lavara una capa de sudor y de sangre, luego se restregó el cuerpo con una toalla sucia. Miró a Adamat ladeando la cabeza; tenía los ojos hinchados y magullados, los labios y las cejas partidos.
—Sí. ¿Hiciste la apuesta correcta?
—Por supuesto.
—Ese cabrón está tratando de matarme.
—¿Quién?
—El Propietario.
Adamat rio, pero se dio cuenta de que SouSmith no estaba bromeando.
—¿Por qué dices eso?
SouSmith meneó la cabeza, estrujó la toalla para escurrir el agua rojiza y la sumergió en un cubo de agua limpia.
—Quiere que me hunda.
SouSmith estaba lejos de ser un idiota, pero siempre había hablado con frases cortas. Era difícil poner en orden las ideas después de pasar años recibiendo golpes en la cabeza.
—¿Por qué? Eres un buen luchador. La gente viene a verte a ti.
—La gente viene a ver a los jovencitos. —SouSmith escupió en uno de los cubos—. Yo estoy viejo.
—Formichael se lo pensará dos veces la próxima vez que le digan que luche contigo. —Adamat recordó el cuerpo inmóvil, tendido sobre el suelo del foso. Habían tenido que llevárselo entre varios—. Si es que todavía vive.
—Vivirá. —SouSmith se llevó un dedo a la sien—. Tendrá miedo.
—O quizá se asegurará de terminar rápido la pelea —dijo Adamat.
SouSmith aspiró hondo, luego dejó escapar una risa que se convirtió en una mezcla de tos y gruñidos.
—Ninguna me parece mal.
Adamat miró un momento a su viejo amigo. SouSmith era el hombre que su apariencia insinuaba. Detrás de esos ojos pequeños y brillantes había una inteligencia aguda; detrás de los puños retorcidos, las manos suaves de un hermano y un tío.
Muchos lo interpretaban incorrectamente, y ese era uno de los motivos de su récord de victorias. Sin embargo, había algo que nadie interpretaba mal: detrás de todo eso, más profundo incluso que su inteligencia o la lealtad hacia su familia, SouSmith era un asesino.
—Tengo que hacerte una pregunta —dijo Adamat.
—Pensaba que me echabas de menos.
—Una vez me dijiste que formaste parte de la banda denominada Promesa Rota de Kresimir.
SouSmith se quedó helado, con una de las puntas de la toalla todavía en la oreja. La bajó lentamente.
—¿Te lo dije?
—Estabas muy borracho. —De pronto, los movimientos de SouSmith se volvieron precavidos. Miró hacia el único escritorio de la caseta, a un cajón donde sin duda había ocultado una pistola. A pesar de que un hombre de su tamaño no necesitaba una. Adamat hizo un gesto tranquilizador—. Estabas muy borracho —le repitió—. En su momento no te creí. Yo estaba presente cuando sacaron a esos muchachos de las cloacas. Pensé que nadie había escapado a lo que fuera que había ido a por ellos.
SouSmith lo observó durante un momento.
—Quizás uno no —dijo—. Quizás uno sí.
—¿Cómo?
SouSmith respondió con una pregunta.
—¿Por qué?
—Estoy llevando a cabo una investigación. —Adamat ya había decidido contarle a SouSmith toda la historia—. Para Tamas, el mariscal de campo. Quiere saber qué es la Promesa de Kresimir.
SouSmith parecía impresionado.
—Un hombre al que yo no llevaría la contraria —dijo.
—Estoy de acuerdo. ¿Tienes idea de qué significa?
SouSmith continuó limpiándose.
—Nuestro líder era un fracasado de la camarilla real. —Abrió el cajón del escritorio y extrajo una pipa vieja y mugrienta, y una tabaquera. Encendió la pipa antes de continuar—. Un bocazas. Un imbécil. Buscaba llamar la atención. Decía que nuestro nombre les recordaría a los miembros de la camarilla real que eran mortales.
Esa era la frase más larga que Adamat le había oído decir a SouSmith en años.
—¿Les dijo qué significaba?
—Rompe la Promesa de Kresimir —dijo SouSmith, fumando de su pipa. El aroma