Capítulo Dos
«Como en casa en ningún sitio».
Pero aquélla no era su casa, se recordó Renee el viernes por la noche. Se le hizo un nudo en el estómago al mirar la casa victoriana de ladrillo con sus balaustres de color crema y su saliente rojizo.
La puerta de madera con su cristal ovalado se abrió y Flynn salió al porche, vestido con unos vaqueros descoloridos y una camiseta azul. Seguramente había estado esperándola, y a Renee le pareció el mismo hombre del que se había enamorado perdidamente ocho años y medio atrás. Pero aquel amor había muerto de la forma más dolorosa posible. Y por nada del mundo se permitiría volver a sentirlo.
Un cúmulo de emociones contradictorias se agitó en su interior mientras Flynn bajaba los escalones y se detenía a escasos centímetros de ella.
–Yo llevaré estas maletas. Tú lleva el resto de tu equipaje.
Renee bajó involuntariamente la mirada a sus labios, pero enseguida la apartó.
–Esto es todo lo que he traído.
Sólo había llevado con ella lo mínimo necesario. Al fin y al cabo, sólo iba a ser una estancia temporal y no quería que Flynn, ni ella misma, se hiciera una idea equivocada.
–Si necesito algo más, lo traeré cuando haga mis visitas semanales a Tamara para ver cómo lleva el negocio.
Él no pareció del todo satisfecho, pero tampoco discutió.
–¿Quieres meter tu coche en el garaje?
–No, gracias. ¿Llegaste a hacer algo con el resto del sótano? –durante las reformas, Flynn había usado el sótano para guardar las herramientas. Pero al ser tan grande y con ventanas al jardín trasero era una lástima desperdiciarlo como simple trastero o despensa.
–Aún no, pero tengo algunas ideas.
Renee volvió a observar la fachada de la casa.
–No parece que hayas hecho muchos cambios por fuera.
–Es difícil mejorar lo que ya es perfecto. Hicimos un buen trabajo con Bella.
Bella… Era el nombre que le habían dado a la casa.
Flynn la agarró de la mano sobre las asas de las maletas, provocándole un escalofrío por el brazo. Estaba muy cerca de ella y olía maravillosamente bien. Los recuerdos más felices del pasado se abrían peligrosamente camino, de modo que Renee intentó contenerlos y dejó el equipaje en manos de Flynn para poner distancia entre ellos.
Él levantó las maletas como si no pesaran nada y subió los escalones. Ella lo siguió, pero se detuvo en el porche para girarse y admirar la vista. Otras mansiones del siglo XIX se alineaban en la cresta de la colina como un arco iris de color. En días claros como aquél se podía ver el puente Golden Gate, la antigua prisión de Alcatraz y las Marin Headlands al norte. La zona comercial y de ocio estaba colina abajo y rodeando la manzana.
–Vamos, Renee.
El miedo ralentizaba su tiempo de reacción. Lentamente, le dio la espalda a las maravillosas vistas que tanto encarecían el precio de aquellos inmuebles y entró en la casa. En cuanto puso un pie en el vestíbulo la invadió la nostalgia. Era como si sólo hubiera pasado un día desde que se marchara de allí. Los cálidos colores que habían elegido para las paredes la recibieron exactamente igual a como recordaba, e incluso persistía el delicioso olor a vainilla y canela.
Los brillantes suelos de parqué se extendían en todas direcciones. La escalera con su bonita barandilla de color marfil ocupaba una pared lateral. A la izquierda del vestíbulo estaba el salón, y a la derecha quedaba el comedor.
Renee se obligó a volver al presente.
–¿Has acabado ya la tercera planta?
–No tenía mucho sentido que lo hiciera.
Las habitaciones de los hijos habrían estado en la tercera planta, que contaba con tres dormitorios y un cuarto de juegos.
–No puedes abandonar, Flynn. Bella se merece que la acabes.
–Ahora que has vuelto, quizá podamos ocuparnos de ello…
Renee intentó ignorar el uso que hacía Flynn del plural.
La casa estaba en un estado lamentable cuando Flynn la compró hacía diez años. Estaba reformando la primera planta cuando él y Renee se conocieron en un almacén de pintura al que ella había ido para buscar una marca de pintura imposible de encontrar en Los Ángeles. Él le había pedido su opinión sobre un color para la fachada, y el resto, como se suele decir, es historia.
Se sucedieron muchas citas, así como los primeros seis meses del matrimonio, acabando la primera planta y acometiendo las reformas de la segunda. Se disponían a empezar con la tercera cuando Flynn perdió a su padre y cambió de trabajo, perdiendo todo interés en las obras de la casa, en su matrimonio y en ella. Renee siguió con las reformas a solas, pero ya no era lo mismo. Sin Flynn a su lado no le hacía ilusión acabar nada, y cuando él se negó a tener un hijo, el cuarto de los niños dejó de tener sentido.
–Puedes elegir habitación –le dijo él mientras subía la escalera–. El dormitorio de invitados o el principal.
¿Y enfrentarse a los recuerdos que impregnaban la enorme cama de matrimonio y la bañera con patas? No, gracias. Habían llenado de recuerdos eróticos cada rincón de la casa, pero aun así quería poner entre Flynn y ella la mayor distancia posible.
–Me quedaré la habitación con balcón –decidió. Allí habían hecho el amor sobre un plástico manchado de pintura, y durante las semanas siguientes Renee siguió encontrándose restos de pintura en el pelo y en otras zonas más íntimas de su cuerpo. Pero aquel plástico y aquel día pertenecían a un pasado muy lejano.
Flynn frunció el ceño.
–¿Estás segura? Esa habitación da a la calle…
–Uno de los dos tiene que dormir ahí, y por aquí apenas hay tráfico. Siempre me pareció que ese balcón sería un lugar muy agradable para que los invitados tomasen café por la mañana. Tendrás que admitir que las vistas son increíbles.
Flynn llevó el equipaje a la habitación indicada y lo dejó en la cama de hierro.
–Ya sabes dónde está todo. Ponte cómoda.
–Gracias –lo dijo con una voz tan fría como si fuera una desconocida, y no la persona que había elegido la decoración del dormitorio, desde la colcha Wedding Ring hasta la alfombra.
–Cuando acabes de deshacer el equipaje, iremos a cenar a Gianelli’s.
Los recuerdos del pintoresco restaurante italiano la golpearon con fuerza.
–No intentes aparentar que todo es igual que antes, Flynn. Porque no lo es.
–Las personas que nos conocen esperarán que celebremos nuestra reconciliación en nuestro restaurante favorito.
Tenía razón, por desgracia. Para conseguir que aquella farsa pareciera real tendría que enfrentarse a los demonios del pasado.
–Nuestra supuesta reconciliación –corrigió.
Él inclinó la cabeza, y a Renee le invadió la resignación. Aquella farsa iba a obligarla a hacer cosas que no quería hacer.
–Dame media hora –murmuró. Tal vez para entonces hubiera encontrado el valor que necesitaba.
***
A Flynn le gustaba que los planes salieran bien, y hasta el momento todo iba sobre ruedas. Renee estaba instalada en su casa. En su cama aún no, pero muy pronto lo estaría.
La agarró de la mano al entrar en Gianelli’s, igual que habían hecho tantas veces. Ella dio un pequeño respingo e intentó retirar la mano, pero con el tirón se tropezó y