–Tendré cuidado a la hora de elegir.
–Piensa en ello, Renee. Piensa en los planes que hicimos. En la casa que compramos y reformamos juntos con el propósito de formar una familia. El jardín. El perro… Tu hijo podría tener el lote completo.
A Renee se le encogió el corazón.
–¿Todavía conservas la casa?
–Sí.
Habían pasado los seis primeros meses de su matrimonio reformando la bonita casa victoriana de Pacific Heights. Los segundos seis meses Renee los pasó vagando en solitario por las habitaciones vacías mientras intentaba salvar su matrimonio agonizante. Al final sólo pudo salvarse a sí misma.
–Es una locura, Flynn.
–También lo fue irnos a Las Vegas para casarnos. Y aun así funcionó.
–Por un tiempo. Y por la matrícula de tu coche, veo que sigues trabajando en Maddox Communications. Nada ha cambiado…
–Ahora es distinto. El trabajo no me consume tanto tiempo como antes. Vente a vivir conmigo y tengamos un hijo, Renee.
Ella se quedó boquiabierta.
–¿Que me vaya a vivir contigo, dices? ¿Y qué pasa con mi trabajo? Me ha costado años levantar este negocio. No puedo ausentarme todo un año y esperar que mis clientes me estén esperando cuando vuelva. Y no puedo ir y venir todos los días desde tu casa; son cinco o seis horas en coche, sin contar con el tráfico.
–He visitado tu página web. Tienes una ayudante «con un talento increíble», o al menos eso aparece en tu blog. Puedes dejar el negocio en sus manos y expandirlo en la zona de San Francisco. Tengo contactos que podrían ayudarte.
Era indudable que Flynn sabía cómo negociar y persuadir. Renee confiaba en Tamara para hacerse cargo del negocio, y a través de Maddox Communications podría llevar a California Girl’s Catering a las más altas cotas del mercado en San Francisco.
Pero ¿merecería la pena correr el riesgo?
–Ten a mi hijo. Deja que pasemos el primer año de su vida bajo el mismo techo. Después, te concederé el divorcio y te pasaré la pensión correspondiente.
Una parte de ella, minúscula y sentimental, quería aceptar la oferta. Renee siempre había querido creer que Flynn sería un padre maravilloso, la clase de padre que ella querría haber tenido. Había visto lo paciente y alentador que podía ser cuando le enseñaba los rudimentos de la restauración. Pero dejarlo entrar de nuevo en su vida era un riesgo demasiado grande.
Claro que… ahora era una mujer más sabia, fuerte y madura. Podría manejar la situación con soltura.
Quizá se había vuelto loca, porque realmente estaba considerando su oferta. Aunque tal vez podría funcionar. Sólo tenía que concentrarse en el resultado. Un bebé. Alguien a quien darle todo su amor y cuidado. Pero para conservar el juicio y la dignidad tendría que establecer algunas reglas básicas.
–Flynn, es una locura que nos liemos sólo por tener un hijo.
–Podría funcionar… para ambos.
–Si acepto, necesitaré ayuda para encontrar un espacio en San Francisco donde poder cocinar.
–Me ocuparé de ello.
Renee se frotó las manos. El corazón le latía desbocadamente y le costaba tragar saliva.
–Está bien… Lo pensaré, pero pondré algunas condiciones.
Un brillo triunfal destelló en los ojos de Flynn.
–Tú dirás.
–Necesitamos tiempo para volver a conocernos y asegurarnos de que esta locura pueda funcionar antes de meternos en la cama.
–¿Cuánto tiempo?
–No lo sé. Un mes, supongo. Con eso debería bastar para saber si somos compatibles o no.
–Concedido.
–Si no funciona, volveremos a separarnos y tú firmarás los papeles del divorcio.
–Descuida.
El pánico se apoderaba de ella por momentos, como si se estuviera ahogando y necesitara aire. ¿Estaba tan loca como para tener un hijo de un matrimonio destrozado? Por otro lado, ella y Flynn nunca habían tenido la clase de discusiones que su madre tenía con sus amantes. Su hijo jamás se sentiría motivo de discordia en una pareja. Desde el primer día, sabría que era querido y que había sido concebido con ilusión, no como un error que lo marcaría de por vida.
–Quiero… quiero tener mi propia habitación. Dormiremos juntos cuando sea el momento, y sólo si decidimos seguir adelante con el plan.
Él frunció el ceño.
–Si insistes.
–Insisto.
–¿Algo más?
Renee se estrujó los sesos en busca de alguna defensa que erigir entre ellos, pero el caos que reinaba en su cabeza le impedía pensar.
–Por ahora, no. Pero me reservo el derecho a hacerlo más adelante, en caso de que fuera necesario.
–Acepto tus condiciones, y yo ya tengo algunas mías.
Ella se puso muy rígida.
–Oigámoslas.
–Quiero que el verdadero motivo quede entre nosotros. Es absolutamente crucial que nuestra familia, nuestros amigos y nuestros clientes vean esto como un intento de reconciliación definitiva, y no como un acuerdo temporal para tener un hijo.
¿Podría fingir esa clase de felicidad? No estaba muy segura, aunque por un hijo haría lo que hiciera falta.
–Supongo que será lo mejor a largo plazo… sobre todo si tenemos ese hijo.
–Entonces ¿trato hecho?
Las dudas se arremolinaban en su cabeza.
«Piensa en el bebé. Un niño precioso de ojos azules, con el pelo negro y mofletes».
Asintió y extendió la mano. Flynn la agarró con sus largos dedos y tiró de ella al tiempo que daba un paso hacia delante para besarla en la boca. El desconcierto dejó paralizada a Renee, pero fue rápidamente barrido por un aluvión de sensaciones incontroladas y muy familiares. A pesar de la considerable diferencia de estatura, un metro ochenta y cinco contra apenas un metro sesenta, sus cuerpos siempre habían encajado a la perfección, como dos piezas de un puzzle. Flynn deslizó el muslo entre sus piernas y la rodeó con sus fuertes brazos para apretarla contra el pecho. Para ella fue como si nunca hubiera abandonado aquellos brazos. De nuevo estaba donde debía estar…
Horrorizada, lo empujó con fuerza y se echó hacia atrás mientras intentaba recuperar el aliento. Pero no consiguió sofocar el deseo que ardía en sus venas.
–¿Por qué has hecho eso?
–Estaba sellando nuestro trato.
–No vuelvas a hacerlo.
–¿No se me permite tocarte?
–No. No hasta que… sea el momento.
–Renee, para hacer que nuestra reconciliación parezca real, tendremos que tocarnos, besarnos y comportarnos como si estuviéramos enamorados.
–Soy proveedora, no actriz.
Él le acarició la mejilla y luego bajó por el cuello. Renee se estremeció y sintió como se le endurecían los pezones.
–Escucha a tu cuerpo… Te está diciendo que aún me deseas.
Renee se quedó boquiabierta ante su atrevimiento. Pero por desgracia, decía la verdad. La reacción que había tenido a un simple beso demostraba hasta qué punto seguía