Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Irina Podgorny
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789876286039
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anciana de ciento nueve años de edad, propietaria de ese campo, aseguraba que en su juventud, en los tiempos de la yerra, el palacio era el punto donde se festejaba, con el mate, el asado con cuero y los pastelitos, una fiesta campestre, que concluía con los tristes de las guitarras, que en ese monumento retumbaban de un modo particular. Sus abuelos, como los antiguos soldados de la Independencia y otros vecinos, recordaban que en tiempo de los charrúas ese palacio ya existía. Varias personas inteligentes lo habían visitado con el objeto de cerciorarse de su origen: algunos lo atribuían a la naturaleza; otros a los grandes trabajos de minería practicados por los antiguos españoles. Isola, en cambio, opinaba que se trataba de una obra defensiva de los indios yaros, semejante a las de un confluente del Amazonas. Su situación cercana a las fuentes de agua, en una zona protegida del pampero, y el hallazgo de geodas similares a las encontradas en la década de 1860 en el abrigo de la Magdalena, en la Dordoña, le sugerían el origen remotísimo de esta cripta o catacumba, foro o asamblea, templo ergástula, o quizá postrer baluarte y asilo de una raza mucho más civilizada que las tribus nómades de la conquista española. Isola pedía al gobierno promover la excavación ordenada del portento, “que puede dar tan importante contribución a la arqueología del Uruguay, a la antropología de sus razas extintas y aún quizás de las misma paleontología y a la historia del hombre prehistórico”. La Reforma de Mercedes reprodujo esta noticia del genovés de la otra banda, quien, por su parte, la dio a conocer en los diarios orientales y costeó la publicación de un folletito sobre sus investigaciones en la cueva.

      Ameghino, acordando con esta interpretación, la incluiría en sus Noticias sobre las Antigüedades Indias de la Banda Oriental, un folleto de 1877 surgido de la imprenta de La Aspiración con las primeras fotografías de objetos prehistóricos tomadas y editadas en la Argentina. Realizadas por Pedro Annaratone, rematador y fotógrafo de Mercedes, estas láminas de los objetos de piedra de la Edad Neolítica se agregaron pegadas a las hojas del folleto (Fig. 1).

      

      Figura 1: Fotografías de Pedro Annaratone publicadas en Noticias sobre las Antigüedades Indias de la Banda Oriental (cortesía de Roberto Ferrari).

      Eran el resultado de un viaje realizado a fines de 1876, luego de la visita de Osuna, estimulado por el ingeniero francés Octavio Nicour, con quien se había encontrado en Mercedes y quien le había proporcionado bibliografía y datos sobre la otra orilla del Plata. Nicour había estado a cargo de la construcción de represas y terraplenes en Mendoza y San Juan y, como buen ingeniero, estaba familiarizado con los hallazgos prehistóricos: las obras de remoción de tierra a raíz del tendido de vías férreas y la construcción de caminos, puertos y edificios lo transformarían en coleccionista o en proveedor de piezas para otros. Asimismo, el entrenamiento en la observación de la estructura geológica de los suelos le permitía reconstruir la posición de los objetos en su lugar de descubrimiento. Nicour le brindó detalles sobre las cuevas cavadas en las rocas y en forma de horno, una verdadera ciudad troglodita hallada en los Andes, y sobre la geología y los yacimientos de objetos antiguos de la Banda Oriental. Cerca había bancos de conchas marinas de una potencia bastante considerable: podría ser que entre estos y las piedras de las cercanías hubiera alguna relación, contándole entonces de los depósitos llamados Kjökkenmöddings de las costas de Dinamarca, pequeñas colinas compuestas de valvas de caracoles acumuladas por el hombre. Por esta analogía, Nicour atribuía los hallazgos uruguayos a tribus indígenas pescadoras e interpretaba la enorme cantidad de bolas entremezcladas como plomadas para las redes. Nicour, además de ponerlo al tanto de estas novedades, le regaló algunos especímenes.

      Convencido y con varias cartas de recomendación obtenidas en Buenos Aires, Ameghino partió hacia Uruguay, donde recolectó los objetos con los cuales definió la etapa más reciente de la prehistoria: el Neolítico o edad de la piedra pulida. Para ello comparó los objetos orientales con las figuras publicadas por Sven Nilsson, Charles Lyell y John Lubbock en las versiones francesas de sus obras y con las descripciones de los prehistoriadores Gabriel de Mortillet, Émile Sauvage, el español Juan Vilanova y el divulgador francés Figuier. Ameghino, dominando la cuestión, se preguntaba: en presencia de tantos vestigios de una civilización extinguida de un extremo al otro del continente, ¿qué relación hay entre la Banda Oriental, Catamarca, San Luis, Brasil, California, Nueva Granada, México, Yucatán, el Titicaca y otros puntos de América? La prehistoria no podía limitarse a las fronteras de un país; necesitaba la reunión de datos en una escala temporal y espacial descomunal, una tarea que recién empezaba.

      Mientras tanto, la comisión directiva de la Sociedad Científica solicitaba a Zeballos y a Moreno un informe para juzgar la memoria sobre el hombre cuaternario o la antigüedad del hombre en el Plata. Estaban abiertos a la cuestión, ya planteada por Peter Lund en Brasil. Los sedimentos de las cavernas europeas y Minas Gerais habían actuado como sustrato seguro para la asociación entre animales fósiles y seres humanos; los terrenos de las pampas, en cambio, todavía no habían arrojado las claves para una lectura no conflictiva de su historia: “la naturaleza del terreno llano y generalmente uniforme no permite con frecuencia el estudio de sus capas inferiores”. Por otra parte, se conocía “la existencia de cavernas con restos humanos en varias provincias del Interior y especialmente en San Luis, donde se han hecho descubrimientos de este género en 1875”. Se referían a los restos de guanaco encontrados en la caverna de Intihuasi, cuyo fondo estaba cubierto por una capa de estiércol. De allí procedían los huesos rotos por las manos de ese hombre primitivo que, a falta de fuego, comía la médula cruda. En junio de 1876 la comisión aconsejaba aplazar el juicio: “Otros descubrimientos análogos no dieron los resultados que esperaban sus autores. Por esta razón, y por la naturaleza del terreno visitado por uno de nosotros, en que ha hecho sus investigaciones el autor de la Memoria, opinamos que no debe considerarse resuelto el problema hasta que no se haga un estudio fundamental y detenido sobre los objetos encontrados. En Europa se ha agitado también durante largo tiempo la cuestión del hombre fósil, y sólo después de maduras observaciones y profundos estudios se ha arribado a una conclusión definitiva como la que busca el señor Ameghino”.

      Este los invitaría a visitar los yacimientos, reflexionando sobre las excavaciones metódicas realizadas con “constancia, paciencia y esmero”. Por otro lado, no tenía testimonio de la visita mencionada, sospechando que alguien les había indicado un punto incorrecto y datos falsos. “Nada tiene de extraño que personas sin conocimientos en la materia no hayan hallado objetos trabajados por el hombre”, afirmaba, haciendo de la experiencia de campo, y no del gabinete, el espacio donde se adquirían las prácticas de observación y las destrezas necesarias para llevar adelante estas ciencias. Los invitaba a explorar en su compañía los sitios adecuados, prometiendo extraer de la tosca cuaternaria del río Luján –en su presencia y “sin hacerle esperar muchas horas”– “a lo menos veinte fragmentos por cada metro cúbico de terreno removido”.

      Ameghino tenía razones para estar sorprendido: Zeballos y Moreno, antes de expedirse, lo habían contactado al leer las noticias en la prensa. Zeballos había demostrado interés y ofrecido comprar algunos objetos con destino a su colección particular ya que, además de fomentar el de la Sociedad Científica, estaba armando otro pequeño museo como aficionado, donde había reunido una bonita colección que no estudiaba ni describía por falta de competencia. Ameghino le regalaría una cajita con cráneos incompletos, huesos largos partidos, fragmentos de alfarería y piedras talladas de la cañada de Rocha, restos de un pueblo mucho más antiguo que el hallado por los conquistadores. No podía satisfacer el pedido de enviarle un cráneo entero –la debilidad de Zeballos– porque, de los cien obtenidos, estaban completos solamente uno de perro y otro de un ciervo. Zeballos –perseguido en esos días por la policía– respondió tardíamente, acusando recibo y transcribiendo estas noticias en La Libertad, el periódico donde colaboraba. Por su parte Moreno, como director del Museo Antropológico, le expresó, a pesar de diferir con él en algunas de sus opiniones, el deseo de visitarlo y estudiar su colección. Zeballos y Moreno nunca cumplirían con lo prometido, y la Memoria pareció diluirse