Ameghino no llevó un diario de su vida, el dispositivo más emblemático de la subjetividad decimonónica. Le alcanzó con registrar sus huesos en un cuaderno de librería, copiar sus cartas y recortar y pegar con cierto orden las noticias aparecidas en los diarios. Tiene sentido: trabajaba como una empresa o una institución y se modeló a sí mismo con sus herramientas. A fin de cuentas, como creía en su gloria, dejó que la prensa llevara el registro de sus acciones. Esta historia se inicia a mediados de 1870 y termina en 1911. Se detiene en los episodios menos conocidos y en los años iniciales de la carrera fosilífera de Ameghino, quien, en muchas partes, opta por esfumarse de la historia. Se trata de momentos que, iluminando a otros personajes y otros agentes (el comercio, el transporte, los reglamentos), resaltan o tratan de entender sus acciones. Florentino también desaparece porque esta biografía intenta mostrar el lado colectivo de la práctica científica. No se extrañe el lector si de vez en cuando se pierde entre los nombres de las especies argentinas, vivas y fósiles, humanas y no tanto. Sin llegar a nuestros días, las últimas páginas se internan en el siglo XX y en las distintas versiones que trataron de dar cuenta de la vida del sabio nacional. Allí aparece el período que va entre su nacimiento en 1853 (o 1854) y 1870, años de los que él no dejó constancia y que, para entreverlos, el mito reemplazó a la historia.
Esta biografía puede leerse como una historia de la paleontología y de la arqueología, de las prácticas de campo y de la clasificación geológica, pero también de las técnicas culturales que modelaron la subjetividad de los habitantes de nuestro país: la prensa, el correo, las cartas, los medios de comunicación, las técnicas del registro, los museos y las colecciones. Menos protagonismo tienen los rótulos al estilo de “positivismo”, “evolucionismo”, “darwinismo” y “transformismo”. Espero que su ausencia ayude a ver otros matices de la historia y los azares que gobiernan el pasado y el futuro.
IRINA PODGORNY, París, junio de 2017
Capítulo 1
La prehistoria y el preceptor de Mercedes
EL INFORME DEL INSPECTOR TRINIDAD OSUNA
Mercedes, la Perla del Oeste, situada sobre el río Luján, a cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, conectada mediante el ferrocarril con el puerto y las provincias, contaba, según el censo de 1869, con 8.146 habitantes, de los cuales más de mil niños se encontraban en edad escolar. Cuando el inspector escolar Trinidad Osuna visitó la ciudad en 1876, sumaba cinco establecimientos educacionales importantes: el Colegio Municipal de Varones, el Colegio Franco-Argentino de Eduardo Vitry, el Seminario Anglo-Francés, el Colegio Hispano-Argentino y la Nueva Escuela de enseñanza primaria, elemental y superior, orientada hacia lo mercantil. El Colegio Franco-Argentino impartía enseñanza científica, comercial y literaria en idiomas inglés y francés; en un departamento anexo, la hija del director-propietario atendía la Escuela de Niñas. El Colegio Hispano cultivaba la educación religiosa, científica y literaria, incluyendo la historia natural y agregando portugués a los idiomas brindados por los preceptores del establecimiento. Por su parte –señalaba el inspector– Luis Traverso, el director de la escuela municipal de varones, había ideado un procedimiento para asegurar la disciplina: los alumnos con buena conducta tenían asueto a las once por el término de una hora para ir a almorzar. Más allá de esta innovación, la escuela municipal se destacaba por cierta inconsistencia en sus registros: “En el libro de matrículas aparecen anotados 234 alumnos; la asistencia media, sin embargo, fluctúa entre 100 y 110, debido mas que nada á la falta de local, de asientos y de personal docente; pues el actual ayudante, según informes fidedignos, de acuerdo con lo que pude observar, carece de las dotes pedagógicas necesarias, á mas de ser sumamente corto de vista”. El ayudante, de unos veinte años de edad, se llamaba Florentino Ameghino.
Irritados por estos comentarios, los diarios de Mercedes publicaron el informe de la comisión examinadora como un acto de cumplida justicia que hacía honor al viejo y competente director de la escuela: sobre 93 niños examinados, 38 habían merecido la calificación de distinguido y 36, la de bueno. No obstante, reconocían la diferencia entre el número de alumnos contabilizados, causada por la insuficiencia del salón para contener un número tan crecido de niños, a cargo de un solo preceptor y su ayudante, motivo por el cual muchos padres habían retirado a sus hijos para ponerlos en escuelas particulares. También se sentía la falta de útiles y materiales, remedados por el sueldo del director. Se pedía, por lo tanto, el ensanchamiento del colegio o la división en cuatro escuelas con cuatro preceptores. La comisión llamaba a llevar adelante estas reformas, mejoras que “todos tenemos el derecho de esperar de la completa actuación de la nueva ley sobre la educación común”, que había entrado en vigor hacía unos pocos meses.
Por entonces, la enseñanza privada había alcanzado un notable desarrollo en los principales centros urbanos de la provincia y competía en respetabilidad con las débiles escuelas del Estado. En esos primeros meses de la implementación de la ley, el informe del inspector Osuna terciaría en la elección del reemplazante del malogrado Traverso, quien, inesperadamente, en el inicio de 1877, dejaría vacante el cargo de director. Para relevarlo, el Consejo Escolar recibió cuatro solicitudes, dos de ellas suscriptas por el subpreceptor de otra escuela y un joven recién iniciado en la carrera del profesorado. La tercera estaba firmada por el francés Eduardo Vitry, reputado educacionista de la zona con experiencia en otra escuela de San Antonio de Areco y en la escuela francesa de Mercedes. La última era la del subpreceptor Ameghino, reconocido por los servicios prestados al municipio en campañas tales como la demolición del tajamar del molino local, fuente de exhalaciones pútridas e insalubres.
En cada oportunidad que se otorgaba un empleo público, los periódicos se plegaban a la razón que habían asumido en la vida pública argentina: transformar en política de facciones los conflictos entre los particulares y los actos más nimios de la administración. Los numerosos periódicos de Mercedes tomaron partido, apoyando a uno u otro candidato. Pero otros también solicitaron sacar el puesto a concurso para evitar los favoritismos, actuando con independencia y en consonancia con la ley. En abril de 1877, una parte del vecindario