Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernanda de Alva
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789878681368
Скачать книгу
teléfonos que han sacado, cuales armas mortales.

      Por último, no nos podemos olvidar de las más sexuales. ¡Son puro erotismo! Llegan y todas pueden sentir su olor a sexo. Tienen siempre colgada una gran sonrisa que dice: “Lo hice hace 20 minutos”, y cuando les toca abrir la boca pasan a relatar su última experiencia que obviamente fue INOLVIDABLE y dejan a todas más calientes que una pipa, pensando, “¿qué tendrá ésta tan fascinante allá abajo?”.

      Con un poco de ayuda, todas somos más divinas

      Si hay un tema que suele revelar nuestras actitudes y reservas más insospechadas es el de las cirugías estéticas. Esta escena es típica:

      Una amiga anuncia que se va a hacer las lolas (o sea se va a operar el busto, aclaramos por si dudan de la expresión). Algunas la felicitan y otras la miran con cara de ¿para qué? Entre las que la apoyan empiezan a preguntarle cuánto se va a poner y si ya sabe con quién se las va a hacer. Una declara que ella ya se las hizo y las demás la miran fascinadas. Así que ésta toma la batuta y comienza a compartir su sabiduría: “Mejor es si te las ponés por detrás del músculo y si te animás, que sean grandes, para que se te noten”. Entonces, las demás le preguntan si le dolió. Ella dice que “nooo”, que “nada que ver”, que quizás, las dos primeras semanas estuvo dolorida, “pero nada que no se vaya con un analgésico”. Así que luego le preguntan cuánto tiempo estuvo sin hacer actividad física y ella afirma que “no mucho, más o menos un mes y medio o dos. Lo más difícil era no levantar los brazos”, y el interrogatorio sigue.

      De repente, cuando están en lo mejor de la charla, una le dice: “Están re naturales”, y otra más osada aún pregunta: “¿Podemos tocar?”. A lo cual, la dueña de las lolas, contesta, feliz de la vida, que “sí”, y todo se convierte en un testeo in situ de la cirugía realizada.

      Cuando ya la mayoría está convencida de partir en tándem a “hacérselas”, sucede que emerge un clon de Uma Thurman en la película Kill Bill y dice: “¡Cuidado! Que esto no es joda. ¿Acaso no saben todas las cosas terribles que les pueden pasar? Rechazos, siliconas estalladas, infecciones, mujeres que no pueden volver a dormir boca abajo, encapsulamientos…”.

      Todas la miran azoradas y, como si hiciera falta, esta asesina serial de ilusiones inicia un rosario de anécdotas negativas sobre implantes que las deja a todas de cama y agarrándose las tetas del pánico que les produjo.

      Así que pasan a otro tema menos conflictivo, otra de las amigas presentes arranca: “¿Saben lo que me hice? Me puse Botox”. Todas la felicitan y luego pasan a examinar el trabajo. Se asombran de lo bien que le quedó y ella acepta contenta que ve su cara mucho mejor, como más fresca y relajada. Las otras asienten y le preguntan con quién se lo hizo y cómo es el procedimiento. La nueva experta en Botox cuenta que primero estuvo averiguando a través de revistas y programas televisivos e Internet, que luego charló con varias conocidas y que, por último, fue a lo de una doctora que le recomendó una amiga (que de esto sabe un montón y a la que le había quedado bárbaro).

      Todas felices ya estaban sacando sus agendas nuevamente para anotar el teléfono de la doctora, cuando… ¡Zas! otro embate de Kill Bill: “¡Cuidado que eso no es para todas! ¿Acaso no conocen esos casos de mujeres a las que les produjo alergia? ¡Hay algunas, incluso, a las que se les cayó la mitad de la cara! Ni qué decirles de las que quedan con gesto de espantadas…”. Como si con eso no fuera suficiente, lanza una lista de actrices nacionales e internacionales a quienes, según ella, “con sólo mirarlas por la tele, una se da cuenta que tienen la cara como planchas y son absolutamente inexpresivas”.

      Como acto reflejo, todas las amigas presentes se empiezan a tocar la cara y a imaginarse como si fueran una versión recargada de Frankenstein con faldas y, simplemente, se quedan sin palabras. Así que una, para romper el hielo del susto, propone: “¿Abrimos otro vinito?”.

      Después del cuarto vino, una corajuda respira hondo y larga: “Chicas, yo no quise decir nada porque es bastante inocuo, pero, mañana me pongo ácido hialurónico”.

      Silencio. “Es algo que te rellena los surquitos gestuales que nos marcan y nos envejecen sin necesidad. No tiene ningún efecto colateral”, agrega, como para aclarar. Entonces, todas se aflojan, se animan otra vez y empiezan a preguntar: “Pero ¿qué es el ácido hialurónico? ¿Cómo se pone? ¿Cuánto dura?”.

      La consultada está explicando que es una especie de relleno y que, además de éste, una se puede poner otros rellenos naturales (es decir, por ejemplo, pequeñas cantidades de tu propia grasita para rellenar pómulos), cuando adivinen qué pasa. Kill Bill grita: “¡Paren! ¡Ustedes están locas! ¡Los rellenos son peligrosísimos! ¿Acaso quieren quedar con bocas como toronjas, entrecejos como después de una pelea de box o pómulos como pelotas de ping pong?”. Antes de que la interrumpan, pasa a relatar la historia de una mujer que ella conoce a quien que se le cayó el relleno de los pómulos y le quedó estacionado en los mofletes, quedando finalmente más parecida al perro Pluto que a la Marilyn Monroe que pretendía.

      Aun estando destrozadas, tiradas en los sillones y mudas, ante el peso de semejantes argumentos negativos, Kill Bill decide rematarlas: “La verdad, amigas, me da vergüenza que no se quiera cada una como es… Son mujeres de edad, a las que la vida las atravesó y su belleza está en ser ustedes mismas, si no, ¡mírenme a mí”.

      Así que todas la miraron y ¿qué vieron? Una Kill Bill llena de arrugas, con un ojo levemente más alto que el otro, porque un párpado se le cayó, con su cara llena de manchas por efecto de los embarazos, que usa anteojos (¡para qué se iba a operar!), ¡con mofletes de bulldog y tetas que le tocan el ombligo! Entonces pasó algo que nadie esperaba... La que se hizo las lolas comenzó a ponerse colorada hasta que a voz en cuello le gritó: “¡Por qué no te vas un poquito a la mierda!”

      Duro, ¿no? Pero esto también es parte de la amistad, aunque pocas veces nos atrevamos a confesarlo.

      De eso no se habla

      Las mujeres somos “apoyadoras” las unas de las otras, y siempre buscamos decirle a nuestra amiga algo que le levante el ánimo, a veces corriendo el riesgo de ser unas grandes hipócritas.

      Una vez íbamos caminando con una amiga por el barrio de Belgrano cuando creímos ver a otra amiga en común, pero no estábamos seguras, hasta que ella se acercó y nos dijo con dudosa felicidad:

      -Hola Chicas, ¿cómo están?

      Nosotras nos habíamos dado cuenta de que se había hecho algo terrible en el cabello al punto de no reconocerla. Pensamos que le iba a ser difícil salir de ahí, pero no se lo íbamos a decir…

      -Carla, ¿sos vos? Estás distinta. ¿Qué te hiciste?

      -Fui a la pelu y Johnny me convenció para que me hiciera este corte rebajado y unas mechitas azules y otras violetas ¡para que le den más vuelo!

      -Sí, se nota que estás divertida, y además diferente…, le dice mi otra amiga.

      Ella se va contenta, y yo le pregunto a mi compañera:

      -¿Por qué le dijiste terrible pavada?

      Mi amiga me responde:

      -¿Qué querías que le dijese? ¿Que parecía la Torre de Pizza con bengalas de colores?

      En otra oportunidad, me vi involucrada en una situación algo parecida. Estábamos entre mujeres hablando de la vida, una de ellas se había separado recientemente. Todo marchaba a las mil maravillas hasta que esta pobre mujer ve entrar al bar en el que estábamos, a otra amiga (de esas del estilo de las que se creen ganadoras). La infeliz sale como eyectada de su asiento para contarle a la otra lo que le pasó. Como puedo, trato de involucrarme en el intercambio menos imaginado que podía darse esa tarde porque la que tiene más calle que la vía pública, después de haber asimilado la