Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernanda de Alva
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789878681368
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como para que éste mande todo al diablo por vos!). Entonces, te quedás pensando y te perdés en el limbo de tu indecisión (en realidad, la de ella, ¡pero te la contagió!) y lo peor es que nunca podrás saber si es tu mejor amiga o tu mayor enemiga…

      Con amigas así… las otras quedan chicas

      Alguna vez llegó a mis oídos la historia de esa piba más joven, divina, que siempre era divertida y la seguía a “la flaca” en todas… Siempre que salían estaba dispuesta, la pasaban genial. Tan buena onda era que cuando “la flaca” armaba programa con su marido, se quedaba con los chicos. Cerca de sus 40, cuando “la flaca” tuvo la crisis de “la edad”, la impulsó a que haga terapia y a que luego estudiase. Un fenómeno la chiquita. Es más, tan buena era que le iba a buscar a los nenes al cole cuando no llegaba de la facu a tiempo… La verdad, ¡una gran amiga!

      Algunos le decían que desconfiara; que tal vez tenía otras intenciones. Para ella, todos eran unos tremendos exagerados, sin embargo, tuvo que admitirlo, no hay peor ciego que el que no quiere ver… En este caso la ciega era “la flaca”.

      La gran amiga era, más que todo, ¡la amiguita de su marido! Pero la sigue queriendo, porque gracias a ella hoy tiene una profesión, tiene a sus hijos y…, ¡su exmarido se convirtió en el marido de la “muchachita”! ¡Más que una gran amiga, fue una gran ayuda! ¡¿Por qué negarlo?!

      Aunque la mona se vista de seda, mona queda

      Una gran filósofa popular me dijo una vez que ella prefería a un “mal bicho” que a una “mosquita muerta”, porque con la primera una siempre sabe qué se puede esperar de ella. En cambio, con la segunda, una siempre la subestima y cuando menos lo esperás, te destroza.

      Este comentario me hizo recordar que, en la época en que iba a la universidad, había una compañera que era media especial y ahora voy a contarles por qué. Ella, para demostrar su personalidad, se vestía toda de rosa. Sí, como han leído, toda de rosa: botitas de agua o de calle color rosa, zapatillas color rosa, pantalones rosas, remeras rosas, camperas rosas y hasta carteras color rosa. Así que todos la teníamos como una “gran mosquita muerta”.

      El punto es que, si bien parecía pertenecer al segundo grupo mencionado por la filósofa, siempre encontraba la forma de desquitarse con nosotros. Por ejemplo, si estábamos todos en clase, hablando sin parar sobre algún tema que nos molestaba -como podía ser la toma de los trabajos prácticos- cuando todos nos callábamos, esta linda persona decía a voz en cuello: “Vamos, chicos, no se quejen tanto, a ver si el profesor se da cuenta que se copiaron”.

      En otra oportunidad a una de las chicas se le ocurrió presentarle a su novio, que se llamaba Mariano. Lo saluda atentamente y cuando la primera se está por ir con su novio, esta personita le dice: “Chau, ¡Marcelo! ¡Ay, no! ¡Me equivoqué! ¡Perdón! ¡Ese era el otro con el que salías, el ayudante de los teóricos!”

      Otra anécdota que la pinta de cuerpo entero la vivimos una vez, cuando estábamos por presentar un trabajo final que se hacía en equipo. Había que defenderlo. Ya estaba todo preparado y éramos los próximos en pasar. En eso, la chica color de rosa, nos dice que la disculpemos, que no es nada personal con nadie pero que no se sentía a gusto con lo que le tocaba defender. Le dijimos que eso no era posible, que habíamos trabajado cuatro meses y que lo podía haber dicho antes. Replicó que lo sabía, pero que no lo había podido decir así que… “¡Mil disculpas!” Tuvimos que desprenderle las manos de otra compañera de su cuello para que pudiese seguir respirando y pudiera partir. Eso sí, esta vez, para no volver.

      Moraleja: ¡No subestimes nunca a un “mal bicho” vestido de “mosquita muerta”!

      ¿Quiénes somos en grupo?

      ¿Nunca les pasó reunirse con sus amigas de siempre y, al darse cuenta en medio de la velada de que una no había asistido, encontrarse en medio de un despiadado “despellejamiento” de la pobre ausente digna de un matadero? A tal punto de pensar… ¡Yo de acá no me muevo hasta que la última de estas brujas se haya ido! Algo que, de hecho, terminamos haciendo por el susto que nos damos a nosotras mismas con nuestra actitud.

      Las mujeres somos capaces de acompañarnos tanto en buenos como en malos momentos y de compartir nuestras alegrías y tristezas, lo que termina siendo el motivo por el cual los grupos son tan valiosos. Nos contienen y sostienen a través del tiempo en múltiples episodios de nuestras vidas.

      En salidas y reuniones, a menudo hay una amiga que se convierte en ese personaje especial y diferenciador, que acapara gran parte del tiempo, contándonos, por ejemplo, todas las cosas de su oficina, a tal punto que las demás ya tenemos una opinión formada de su jefe, sus compañeros y hasta del desarrollo de carrera que le convendría a cada uno. Cuando se agota ese tema y alguna comienza a hablar de los hijos, vuelve a la carga, para darte consejos, poniéndose siempre como ejemplo con su experiencia con los suyos y hace que todo vuelva a girar en torno a sí.

      Luego, cuando finalmente se separa de su marido, ¿qué hace? Habla, habla y habla… ¡De su ex! Pero, como la queremos y sabemos que nos necesita, le tenemos paciencia…Total, ¿qué son seis meses de charla ininterrumpida sobre su duelo? ¿Qué le hace una mancha más al tigre?

      Esto no sería tan terrible si cuando se termina el duelo por la finalización del matrimonio, no empezara una etapa de rememoración. Entonces, ingresamos en el período: “Todo me hace recordar a Cacho”. Cada situación, la hace comparar a Cacho (su ex) con cada cosa que suceda y cada cosa que se plantea en el grupo a ella la lleva a una nueva reflexión del tipo: “¿Qué hubiese hecho Cacho en esta situación?”. Bueno, en fin, el grupo funciona así, desde hace varios años: nosotras, ella y Cacho…

      Lo que importa es… ¡competir!

      En “dulce montón”, las mujeres también solemos ser más competitivas. En realidad, hacemos lo mismo que los hombres, pero en otro sentido. Ellos miran sus autos y ven quién “la tiene más larga”. Nosotras medimos todo y, en síntesis, vemos quién la tiene “más lustrosa”.

      Por ejemplo, competimos con el peso para ver quién está más flaca y quién más gorda. Nos pasamos tips de dietas. Sin embargo, cuando estamos juntas, las flacas comen como locas y las gorditas tratan de contener sus manos todo el tiempo ante los manjares que tienen frente a sus narices.

      También competimos por la ropa. Ante una salida con amigas, es muy usual que nos vistamos para y por las otras. Somos capaces de estar hechas unas diosas, y hasta de estrenar prendas nuevas, cada vez que nos vemos con ellas. Siempre hay una que se destaca en el métier de los trapos y cuando toma el micrófono, critica a las otras sin parar. Las deja como lentejas aplastadas en medio de la alfombra del living de la casa en la que se encuentren. La verdad es que a veces podemos ser muy crueles.

      Otro personaje que suele aparecer es el de la potentada, quien gracias a haber heredado (o a haberse conseguido un señor con dinero) demuestra todo su poderío económico a fuerza de alhajas, carteras y zapatos, de dudoso gusto, pero de claro valor económico. Cada vez que abre su boca empieza diciendo: “Porque yo tengo…”, o, lo que es peor, “lo importante es lo que una es, no lo que una tiene”, mientras sacude sus manos repletas de joyas.

      Los hijos son también otro gran punto de competencia entre mujeres. Generalmente pasa por establecer quién es la mejor o mayor madre. Ellas se destacan llevando cadenas de dijes con diseños de niños (pesan tanto que les hace inclinar levemente su cuello hacia adelante). Siempre están algo desarregladas, pero felices de haber dado tanta vida con su vientre, al punto de hacer sentir desgraciadas a las más coqueta.

      Otro grupo digno de destacar son las grandes trabajadoras: las exitosas. Esas mujeres que sobresalen en su trabajo, por sus puestos, sus viajes de negocios y sus agendas llenas de compromisos laborales. Cuando llegan a la reunión de amigas, sacan sus tres teléfonos y los ponen en la mesa. Ellas nunca están en onda con lo que hablan las