Obras escogidas de Ireneo de Lyon. Alfonso Ropero. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alfonso Ropero
Издательство: Bookwire
Серия: Obras Escogidas Patrística
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788416845095
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en todos sus puntos. Solo hay un Dios único en todas las economías o dispensaciones y un único plan de salvación, que parte de la creación, culmina en la encarnación y se completa en los cielos nuevos y en la tierra nueva. La unidad es la clave de la teología ortodoxa frente al espíritu divisionario y cismático siempre enfrentado entre sí, origen de un sinfín de escuelas y sectas, sin ánimo ni voluntad de construir uno sobre el otro, partiendo de la predicación apostólica, ignorando el consejo paulino: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno vea cómo sobreedifica” (1 Co. 3:10).

      Desde el punto de vista evangélico se puede adelantar la crítica, extensiva al resto de los Padres de la Iglesia, de la concepción esencialmente legal de la salvación. Para ellos la obra de Cristo es primordialmente la promulgación de una nueva ley divina, superior y más perfecta, en cuanto cumplimiento de la antigua ley del Sinaí. Cristo es asimilado a Moisés en cuanto dador de esa nueva ley. Aunque Ireneo y tantos otros utilizan el lenguaje paulino de la justificación por la fe: “Es la fe en Dios lo que justifica al hombre” (Adv. haer. IV, 5,5): “La prueba de que el hombre no se justificaba por medio de estas prácticas, sino que ellas eran dadas al pueblo como signos, lo prueba el hecho de que el mismo Abrahán, sin circuncisión ni observancia de los sábados creyó en Dios y le fue imputado a justicia, y fue llamado amigo de Dios” (IV, 16,2); “Que en Abrahán estaba también prefigurada nuestra fe, y que fue el patriarca y por así decirlo el profeta de nuestra fe, lo manifiesta el apóstol suficientemente en su carta a los Gálatas, diciendo: “Aquel, pues, que os daba el Espíritu, y obraba maravillas entre vosotros ¿lo hacía por las obras de la ley, o por el oír de la fe? Creyó Abrahán a Dios, y le fue imputado a justicia” (IV, 21,1), su concepción legal neutraliza la radicalidad de la fe a la que se imputa la justicia de la redención. Pues la fe ya no es confianza en la obra de gracia de Dios a favor del hombre, sino aceptación de Cristo y obediencia a sus preceptos. Esta concepción legal lleva a insistir en la libre voluntad y en la salvación condicionada por la propia determinación y obediencia del creyente. Toda la teología de los Padres tiende a limitar el perdón de los pecados al momento del bautismo, después del cual la salvación depende de una vida santa y de las buenas obras. No cabe duda que Ireneo anticipa el catolicismo posterior en su concepción soteriológica.

      Nacido entre el 126 y 136 d.C. en Asia Menor, probablemente en Esmirna, a juzgar por su familiaridad con Policarpo, obispo y mártir de la ciudad. En una carta que se conserva, dirigida al presbítero romano Florino, Ireneo dice que en su primera juventud había escuchado los sermones del obispo Policarpo de Esmirna, lo que viene en apoyo de su origen, a la vez que le sitúa en contacto con la era apostólica a través de Policarpo. “Te conocí –le dice a Florino–, siendo yo niño todavía, en el Asia Menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces un personaje de categoría en la corte imperial y procurabas estar en buenas relaciones con él. De los sucesos de aquellos días me acuerdo con mayor claridad que de los recientes, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella, de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo solía estar sentado y disputaba, cómo entraba y salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cosas relativas al Señor que había oído de ellos, y sobre sus milagros y sus enseñanzas, y cómo Policarpo relataba todas las cosas de acuerdo con las Escrituras, como que las había aprendido de testigos oculares del Verbo de Vida. Yo escuchaba ávidamente, ya entonces, todas estas cosas, por la misericordia del Señor sobre mí, y tomaba nota de ellas, no en papel, sino en mi corazón, siempre, por la gracia de Dios, las voy recordando fielmente” (Eusebio, Historia Eclesiástica V, 20).

      La huella de maestro tan noble y autorizado es perceptible claramente en el discípulo, que se limitó a aplicar a todos los aspectos de la verdad cristiana los principios aprendidos de Policarpo, en especial, someter todas las cosas a la prueba de la Escritura. Ireneo le tributa un homenaje de reconocimiento a lo largo de su obra (Adv. haer. II, 22,5; IV, 27,1; V, 5,1; 33,3; 36,1).

      La cultura y estudios seculares de Ireneo podemos deducirlos de sus citas de autores clásicos como Homero y Hesíodo y de filósofos como Platón y Aristóteles. Su manera de argumentar refleja una formación humanística bastante aceptable. De los tratados cristianos menciona con frecuencia a Papias y El Pastor de Hermas, pero sobre todo destaca en su conocimiento bíblico, que abarca todo el Antiguo Testamento y los libros apócrifos o deuterocanónicos, así como la totalidad del canon del Nuevo Testamento, que aún no estaba fijado definitivamente, pero que muestra una asombrosa concordancia con el presente.

      Desconocemos el motivo o la razón de su traslado a las Galias (Francia) desde su tierra natal, pero sabemos que existían fuertes lazos entre la Iglesia misionera de Galia y la Iglesia madre de Asia Menor. De hecho, Atalo, oriundo de la vecina Pérgamo, era considerado una “columna” de la iglesia lionesa. A veces se nos pasa por alto que el hombre de la antigüedad solía tener una movilidad sorprendente, y que los más inquietos, intelectualmente hablando, solían realizar extensos viajes para conocer y aprender.

      La ciudad de Lyon jugó un papel importante en la historia de la Iglesia, es el punto geográfico donde comienza la historia cristiana en Francia. Capital administrativa y política del imperio romano en un ángulo formado por la confluencia del Ródano y el Saona, estaba unida a Oriente por numerosas vías de comunicación. Lyon, como hace notar Arnold J. Toynbee, es el ejemplo más notable de una colonia romana puesta al servicio del cristianismo (Arnold J. Toynbee, Estudio de historia, vol. 2, pp. 336-337. Alianza Editorial, Madrid 1979, 4ª ed.). Fundada en el 43 a.C. con el nombre de Lugdunum, se hallaba en los umbrales de las vastas regiones del territorio galo que se había agregado al Imperio Romano por las conquistas de César. Se encontraba allí con el fin de irradiar la cultura romana a través de esa Galia Comata. Lugdunum era el asiento de la única guarnición romana que había entre Roma y el Rin. Era también el lugar oficial de reunión del Consejo de las Tres Galias, donde los representantes de setenta o más cantones se reunían periódicamente alrededor del altar de Augusto erigido allí por Druso en 12 a.C. Sin embargo, en 177 d.C. esta colonia romana se había convertido en el foco de una comunidad cristiana de suficiente vitalidad como para llamar la atención de las autoridades, que procuró su erradicación mediante la muerte. Estas circunstancias motivaron el primero documento que se conoce de la Iglesia de las Galias, una carta escrita por los cristianos de Lyon a sus hermanos de Asia y Frigia, conservada por Eusebio (Hist. Eclesiástica, V, 1).

      La fundación de la Iglesia de Lyon se remonta al año 150. A la cabeza está el primer obispo de las Galias, el asiático Pontino, que supervisa probablemente también varias pequeñas comunidades cristianas, muerto en el año 177, durante la persecución bajo el reinado del emperador filósofo Marco Aurelio. El anciano obispo, que a la sazón tenía más de noventa años y estaba físicamente débil, fue arrastrado sin piedad por las calles, mientras le propinaban puñetazos y patadas sin consideración ni respeto a su avanzada edad. “Los que estaban a más distancia le echaban lo que podían encontrar, todos ellos imaginando que con ello vengaban a sus dioses. Luego, echado en la cárcel, apenas sin poder respirar, murió dos días después” (Eusebio, Ibíd.). Sometidos a tortura y arrojados a las fieras del circo murieron mártires Epágato, personaje distinguido; Santo, diácono procedente de la vecina ciudad de Viena; Maturo, recientemente bautizado; Atalo, de Pérgamo; Blandina y Biblis, mujeres de fortaleza y gloria; Póntico, un joven de quince años y Alejandro, médico de Frigia, establecido desde hacía mucho tiempo en las Galias.

      Ireneo, presbítero por entonces y superviviente de las persecuciones, fue elegido para ocupar el puesto del obispo mártir. Bajo su episcopado van a multiplicarse las comunidades cristianas que comienzan en esa época a franquear los límites de la región de Narbona, sobre todo en dirección al nordeste, hacia el Rin. Más que por este celo en la conversión de los paganos, Ireneo es conocido por su confrontación con los herejes, fruto de la cual es su gran obra contra las herejías. No hay que formarse una idea equivocada de su carácter a juzgar por el título