Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Enrique Arrosagaray
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789874039446
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que una vez en lo de Vera Silser, yo me disfracé con un traje de policía del no­vio de la mamá de Poupée, Ricardo Vitani, que durante el gobier­no de Cámpora llegó a ser subjefe de policía. Y Rodolfo se puso algo…-no logra definir-; Brascó se puso una galera que decía fo­reing oficce e hicimos una especie de salón literario de otra época. Ella vivía por Arenales o por Juncal. La tonalidad de las reunio­nes era muy divertida.

      Al Miguel Brascó que alguna vez se disfrazó de funcionario in­ternacional inglés, lo encontramos ya sin la galera en La Biela, el legendario bar de La Recoleta, más de cuarenta años después, es decir, ahora.

      Los años pasan pero su agudeza no declina. Su memoria tam­poco. Fortachón y de charla pausada, como peleándose con su res­piración en busca de la prioridad de cada palabra, comparte un café y hasta algunos antiguos, muy antiguos rencores.

      ¿Cuándo lo conoce a Walsh?

      Brascó: Yo estaba trabajando en Holanda y se me presentó la posibilidad de ir a trabajar a una universidad de Suecia, a reempla­zar al poeta peruano Javier Sologuren. En ese momento empiezan a llegarme convocatorias desde la Argentina; teníamos que volver porque finalmente nuestra generación iba a tomar…-se sonríe y la pausa deja suponer que iba a decir el poder- participación polí­tica con Frondizi y ahí hice una evaluación: si me voy a Suecia no vuelvo nunca más. Volví y me integré al grupo que estaba traba­jando con Smuckler, en la Diagonal Sur.

      ¿Qué grupo era ése?

      Brascó: Era un grupo de intelectuales que trabajaba para la campaña presidencial de Frondizi; a su vez tenía que armar toda la estructura cultural del próximo gobierno. Nosotros aspirába­mos a hacer una cultura no burocrática, viva, sobre todo federal. Estaba Castelpoggi, Nicanor Salem, un grupo grande.

      ¿Allí aparece Walsh?

      Brascó: No. Lo conocí a Rodolfo a través de Poupée. Y a Poupée a través de una amiga mía. Lo conocí como esposo de Poupée. Iba a la casa de ellos en la calle Montevideo. En el sótano tenían un polígono de tiro. Con Vitani, que llegaría a ser subjefe de la Policía Federal. Ricardo Vitani era un elegantón de barrio norte. Usaba unos trajes muy ajustados pegados al cuerpo, como era la moda, y era imposible llevar el arma sin que se note. Entonces iba con la pistola en la mano envuelta en un diario. Y Rodolfo venía de cumplir destino de cuentista policial. Así que andaba siempre con un piloto. Ellos -Walsh y Vitani- hicieron una investigación sobre Mizraji, una operación fraudulenta de contrabando, mons­truoso. Resolvieron el caso. Los detalles muy bien no los conoz­co pero sé que cobraron una suma importante.

      Entonces podríamos decir que en algún momento Walsh fue un in­vestigador verdadero, investigando para la policía…

      No sé si para la policía, o no sé si Ricardo lo hacía por la suya, porque la misma policía estaba metida, como después se demostró.

      Esa época de Rodolfo es muy romántica. No tenía nada que ver con la política. Era más vale un peronista de derecha, aunque era antiperonista. Sí, antiperonista. Quiero decir: estaba saliendo de su antiperonismo. En la década del 50 ser peronista era muy difí­cil…-se le viene a la memoria una de cowboy o tal vez de Sherlok Holmes y no puede frenar el relato-. Una noche estaba caminan­do yo por la avenida Santa Fe, tarde, y estaba Rodolfo con su tí­pico impermeable parado en una esquina, mirando hacia la Plaza San Martín. Me acerqué por detrás de él, lo agarré de los hom­bros y le dije “¡Rodolfo!” Inmediatamente tenía el caño de una pis­tola acá -se señala el pecho- y el tipo -por Walsh- estaba pálido. “¡¡Nunca más me hagas eso!!”, me dijo. Le pedí disculpas.

      Entonces -retira la pistola de su pecho, respira y retoma-, ha­cíamos reuniones en la casa de Poupée que eran más bien frívolas. Iba Timossi, Quino, este chico Jorge Álvarez, el editor; también Pirí, iba Lili Mazzaferro…

      ¿Era frecuente la presencia de Lili?

      Brascó: …-asiente sin contundencia-. Pero era otra. ¡Nada que ver con la política! Ella empieza con la política cuando matan a su hijo.

      ¿Había más mujeres en ese grupo?

      Brascó: ¿Sabés quién fue también un par de veces? La hija de Illia, con su marido, Soler, de quien después se separó, un radi­cal. Eran reuniones sociales más que políticas.

      Se debe acordar también de Juan Fresán…

      Brascó: Sí, Juan Fresán y su mujer de entonces, que era esta chica Mastrolini, que ahora está casada con Julio Crespo, de La Nación.

      ¿Cómo se comportaba Rodolfo en ese marco? ¿Hacía de dueño de casa?

      Brascó: Bien. Participaba. Había charlas más bien literarias y hacíamos juegos de ingenio. Más que nada Vitani hacía de due­ño de casa; porque estaba casado con la madre de Poupée, de ahí viene la relación. Eran reuniones muy ingeniosas. Muy buen ni­vel. Noé Jitrik debe haber venido alguna vez.

      ¿Qué eran esos juegos de ingenio?

      Brascó: Se hacían representaciones mudas sobre frases litera­rias que había que deducir a partir del idioma gestual. O lo de los Cadáveres Exquisitos.

      ¿Cómo era el juego de “los cadáveres exquisitos”?

      Brascó: Esa era la práctica de los surrealistas franceses que consistía en escribir un poema línea por línea. Cada uno escribía una línea, sin saber qué escribió el anterior, con el papel doblado; después se abre y se lee, y a las dos o tres vueltas empieza a haber una especie de coherencia.

      Se tomaría whisky y no había comida. Eran reuniones largas, había disponibilidad del tiempo nocturno.

      Quisimos no dejar pasar este momento para contar por boca de Poupée Blanchard, la anfitriona, que es cierto que en aque­llas noches bohemias no se compartía una cena formal pero que la comida de los viernes eran tortas, cosas dulces. “Teníamos per­sonal…-deja claro que ella no era repostera sino que su personal de servicio lo era-. Comenzábamos a eso de las diez de la noche y se suponía que cada uno venía comido. Había whisky, café y nos quedá­bamos hasta tarde. Se hacía de día cuando andábamos por la calle, de­sayunábamos por ahí…”.

      ¿Usted de qué año es, Brascó?

      Brascó: Yo soy de todos los años…-no deja espacio para la re­pregunta y sigue con las reuniones de los viernes-. Estuvo Frondizi alguna vez. Yo recuerdo haber estado con Frondizi, con Rodolfo y con Poupée allí, en esa casa. Y le preguntaba en qué medida el po­der tenía una fascinación que iba más allá del control conciente.

      ¿Y qué le decía don Arturo?

      Brascó: No me daba pelota. Y a la cuarta vez, me miró, se gol­peó la pierna y me dijo “¡¡es irresistible!!”.

      Y eso que todavía no era presidente.

      Brascó: No, era candidato, pero ya estaba… Yo seguí frecuen­tando después a Frondizi. Incluso presentó un libro mío, un li­bro de cuentos.

      ¿Por qué fue tan rápida la desilusión con Frondizi?

      Brascó: Con todo el proyecto -que elaboró el grupo Smuckler- fuimos a ver al Ministro de Cultura, que era un experto en derecho agrario… “Bueno, nos dijo, vayan a ver al profesor Nicolás Babini, que está a cargo de todo el sector de cultura”. Nosotros éramos el equi­po al que nos habían encargado el proyecto y esa noticia -que ya había un responsable de cultura- nos pareció rara. Fuimos a ver­lo a Babini, lo felicitamos por el cargo y nos contó que él no sabía nada acerca de la existencia de un equipo que estaba elaborando un proyecto de cultura. Y nos dijo también que el responsable del área sería Ismael Viñas y que el proyecto era cerrar la secretaría de cultura por seis meses para elaborar un proyecto… “¡Dejenmé el proyecto que lo vamos a considerar!”.

      Y todavía están esperando la respuesta a sus consideraciones…

      Brascó: Cerraron la secretaría por seis meses -en síntesis, tu­vieron que guardarse el proyecto en el tracto anal.

      ¿Walsh