5 abr., 5 ag., 5 dic.
8 abr., 8 ag., 8 dic.
12 abr., 12 ag., 12 dic.
16 abr., 16 ag., 16 dic.
19 abr., 19 ag., 19 dic.
21 abr., 21 ag., 21 dic.
23 abr., 23 ag., 23 dic.
La nueva edición de la Regla de san Benito (RB) que ahora presentamos, en realidad ofrece la misma versión castellana publicada por Ediciones Cuadernos Monásticos (ECUAM) en el año 2009; y lo mismo debe decirse del texto introductorio.
La única novedad es la inserción de las citas bíblicas dentro del texto mismo de la RB, a más de algunas pocas notas complementarias.
El porqué de esa modificación tiene su fundamento en una muy simple aspiración: que se lea la Regla de nuestro Padre san Benito con la Biblia en la mano. Solo así se podrá comprender su profunda inserción en la Palabra de Dios, cómo ésta inspira prácticamente cada versículo de aquella. No es un nuevo modo de leer la RB, es la forma en que siempre debería hacerse. Esperamos entonces que así se recupere toda la riqueza que nos ha legado san Benito.
INTRODUCCIÓN
San Benito, la Regla y su mensaje1
San Benito vivió entre los años 480 y 547, período fundamental de la historia de la Iglesia y de su relación con el imperio romano. El mismo papa san Gregorio Magno, que escribió su vida (594), pone de manifiesto el rechazo del joven Benito por la vida y las costumbres de la Roma de su época, como también los estragos causados por las invasiones de los godos, que profundizaron la crisis y exigieron un renovado esfuerzo de evangelización por parte de la Iglesia2.
En medio de la gran desorientación que significaba la caída de un imperio milenario, la vida y la obra de San Benito se presentan como una guía para esa nueva civilización que comienza a nacer, fruto del encuentro de pueblos y mentalidades muy distintas.
La fundación de Montecasino hacia el 529, y la redacción de la Regla, son los dos pasos decisivos en la presentación del monasterio como una “escuela del servicio del Señor” (dominici schola servitii), donde Cristo es la única roca firme sobre la que el hombre puede edificar cualquier proyecto, tanto interior como exterior. Es con esa imagen que san Benito comienza su Regla (Prólogo) y Cristo pasa a ser verdaderamente la “piedra angular” que sostiene toda la edificación del monasterio y la clave para la comprensión de su escrito.
“Es Cristo quien ha llamado al cristiano a entrar en el monasterio. Es por amor de Cristo que el monje vive en él y persevera hasta la muerte. Es a Cristo a quien se entrega entera y totalmente. Es Cristo quien lo conduce, unido a sus hermanos, todos juntos, a la vida eterna”.
“La existencia del monje no se explica sino por esa relación personal con Cristo. No hay nada más preciado que Él. No prefiere nada absolutamente a su amor. Vive en comunión con Él a lo largo de sus días. Lo encuentra en el Oficio divino, en su oración privada, en sus lecturas. Lo encuentra en su abad, que tiene el lugar de Cristo en medio de la comunidad, en la que es el padre. Lo sirve en sus hermanos enfermos. Lo recibe en los huéspedes, que no dejan de venir al monasterio. Cristo es encontrado en los diversos sucesos de su existencia. Cristo está, en todas partes, presente en su vida, tanto privada como comunitaria. Es el alma de la vida del monje”3.
Ésta es la verdadera clave de lectura de la Regla, pero también para el conocimiento de quién fue san Benito. Por eso dice san Gregorio: “Si alguien quiere conocer más profundamente su vida y sus costumbres, podrá encontrar en la misma enseñanza de la Regla todas las acciones de su magisterio, porque el santo varón en modo alguno pudo enseñar otra cosa que lo que él mismo vivió” (II Libro de los Diálogos, 36).
En el año 1964, Pablo VI proclamó a san Benito patrono de Europa. Con ello estaba señalando el papel central que tuvo la Regla y la vida monástica en la configuración del mundo de Occidente, no sólo en su dimensión espiritual, sino en sus mismas actividades e instituciones sociales, desde la familia hasta la organización civil4.
Esta vitalidad que encierra la Regla es fruto de su doble enraizamiento en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia y por eso sigue ejerciendo su influjo vivificante en las sucesivas generaciones y en las diversas realidades en las que va penetrando. En efecto, la “escuela del servicio del Señor” que funda san Benito, tiene por modelo a la Iglesia, y su objetivo no es otro que el de llevar a su plena maduración la vida recibida en la fuente bautismal, gracias a la cual el hombre renació a la condición de hijo de Dios y quedó incorporado a la nueva sociedad que es la comunidad eclesial.
Por ello el monasterio pasa a ser un punto de referencia directo y concreto del Misterio y de la acción transformante de la Iglesia. Y en