Tetsutaro vivió el final de la era Edo, etapa durante la cual el poder del gobierno guerrero decayó inexorablemente ante las amenazas procedentes del exterior.
En aquel período de declive del mandato del Sogún, la puesta en tela de juicio del sistema imperial hubiera roto toda la concepción japonesa del mundo. Así pues, los ideólogos que criticaban el feudalismo apoyaron el desdoblamiento formal del poder: la legitimidad volvía al Emperador, del cual el fundador del Sogunato había recibido el título y el poder. Un grupo aconsejó la destitución del Sogún con el fin de restablecer al Emperador en sus funciones originales.
Frente a la amenaza de colonización, muy sentida por los hechos transcurridos en China, el Sogún no propuso otra cosa que el mantenimiento del sistema existente, es decir: una estructura jerárquica muy marcada, estancada, que descansaba en un mundo rural con un desarrollo técnico rudimentario y un sistema militar arcaico.
Los partidarios de una reorganización del país chocaron violentamente con la tendencia conservadora que sostenía el Sogunato.
Durante el Sogunato Tokugawa, Japón había vivido dos siglos y medio de paz feudal aislándose casi por completo del exterior (Sakoku). De arma de guerra, el sable pasó a convertirse en un símbolo y su práctica fue, para los guerreros, una afirmación de su situación en lo alto de la jerarquía.
Sin embargo, los enfrentamientos políticos e ideológicos entre las dos tendencias que dividían la clase de los guerreros se materializaron principalmente por medio de combates con el sable. Así pues, el sable volvió a vivir plenamente una época de sobresalto para, finalmente, llegar a su desaparición, tanto simbólica como real.
En el Instituto, Tetsutaro estaba en contacto permanente con estas divergencias, pero la ideología revolucionaria no le convenía. Siendo un hombre recto, mantuvo su fidelidad al Sogún y demostró igualmente su lealtad al Emperador. El ser fiel a uno no le llevaba a poner en tela de juicio al otro, contrariamente a lo que hacían la mayoría de guerreros que consideraban que la lealtad al Emperador era sinónimo de oposición al Sogún.
Para Tetsutaro, la vía del sable implicaba una interiorización tal que se mantenía siempre alejado de los movimientos políticos.
En 1863, a los 27 años, se encontró en el Instituto con un gran adepto, Asari Matashichiro, quien por aquel entonces tenía 57 años. Tetsutaro le reto en un combate de entrenamiento para evaluar, también, su propio progreso.
En el dojo, se sorprendieron de la valentía de Tetsutaro, ya que el maestro Asari, después del fallecimiento del maestro Chiba Shusaku, era considerado como el hombre de sable más eminente de la época.
Asari blandió un sable de bambú (shinaï) y dijo:“Ven”.
Diciendo sentirse muy honorado por la lección, Tetsutaro se colocó delante del maestro. Pero desde el momento en que Asari se puso en guardia, Tetsutaro se tragó un grito de asombro; el maestro había levantado el sable por encima de su cabeza y lo blandía con ambas manos manteniéndose perfectamente inmóvil. Aunque la posición del maestro era muy abierta, Tetsutaro no vio ningún defecto en ella, ni en el pecho, ni en el vientre… Sintió la misma sensación que ocho años antes delante del maestro Chiba. El cuerpo fino de Asari parecía una roca y desprendía una potencia irresistible. Esta energía bloqueó literalmente a Tetsutaro.
No obstante, reuniendo toda su energía, Tetsutaro se lanzó con todo su cuerpo y su sable. Enseguida, recibió un golpe seco y violento en la cabeza y su vista se nubló. Al intentar recuperar el control de su sable, el cual sólo había golpeado el aire, recibió un segundo golpe en la cabeza. Si no hubiera sido de bambú, el sable le hubiera cortado la cabeza en dos.
Al volver a casa tambaleándose, no tenía más que una cosa en la mente: el sable de Asari. Tres días más tarde, todavía obsesionado por aquella experiencia, se dirigió a la escuela del maestro empujado por esta reflexión:
“Mientras no venza al sable del maestro Asari, mi sable está muerto… Un verdadero adepto tiene la flexibilidad del exterior y la fuerza del interior. Su espíritu respira, conoce la fineza del combate, sabe el momento vulnerable del adversario incluso antes de que éste le lance un ataque… Mi vida ahora tiene una meta: vencer a su sable.”
Para conseguir el nivel de Asari necesitaba desarrollar su mente por medio del zen. El sable de Asari le obsesionaba:
“Desde aquel día no he dejado de entrenarme, pero no puedo encontrar ningún método para vencerle. Sin embargo, desde aquel día me entreno en el combate durante el día y en la meditación durante la noche con la finalidad de descubrir el aliento del combate. Cuando pienso en el maestro Asari y cierro los ojos, él aparece delante de mi sable como una montaña, y no consigo encontrar una salida. Se deberá a mi incapacidad innata y a mi falta de sinceridad.”
Tetsutaro dormía frecuentemente en el dojo del maestro. Lo hacía con el sable de bambú en la mano ya que, una vez terminaba el entrenamiento de la noche, continuaba entrenando y a veces se quedaba dormido reflexionando. Una noche soñó que el maestro Asari le golpeaba y, sin ningún asombro, se colocó en posición. Estaba listo en todo momento.
Aunque se había marcado la meta de superar el nivel de su maestro, Tetsutaro, bushi (samurai) del Sogún, fue apresurado por unos sucesos.
En el mes de enero de 1868, los partidarios del Sogún sufrieron una derrota definitiva, infligida por las fuerzas aliadas de los clanes feudales del sur, los cuales eran partidarios de la restauración del poder imperial y continuaban su imparable progresión hacia Edo, donde se había refugiado el Sogún.
Se presentaban dos posibilidades para el poder del Sogún: hacer un combate decisivo en los alrededores de Edo, o ceder al poder imperial para evitar un baño de sangre inútil y fratricida.
Considerando la amenaza de una invasión de los americanos, los ingleses, los franceses y los rusos, el Sogún escogió la segunda opción juzgando necesario conservar vivas las fuerzas de un país forzado, a partir de aquel momento, a unirse para no perecer.
En agosto de 1868, el poder imperial se restaura y el estado japonés se organiza “a la europea” alrededor del Emperador Meiji.
Tetsutaro, aunque vasallo del Sogún, jugó un papel muy importante en la conciliación entre ambas partes y le solicitaron que ocupara un alto cargo en el nuevo Estado.
En 1872, fue nombrado instructor del joven emperador de 20 años. En aquel mismo año, a los 37 años de edad, fue nombrado Tesshu.
Así pues, Tesshu atravesó este período de conmoción social, llevando consigo los valores esenciales –en el sentido correcto– del guerrero. Para él, el punto de convergencia de estos valores era doble: el emperador para la vida social y el sable para la existencia interior. Estos dos aspectos constituían en él el bushido7, “la vía de los guerreros”, ligeramente diferente del budo, “la vía de las artes marciales”. El ámbito del bushido era más amplio en virtud de su aspecto cosmogónico y los valores múltiples que abarcaba –efectivamente, en él encontramos una amalgama de budismo, confucianismo, shintoísmo y artes marciales, que tienen como valor central el Señor y, luego, el Emperador.
Al inicio del período de restauración, la clase de los guerreros, formados con el bushido, tuvo un papel motor en la modernización rápida de la sociedad japonesa. Aquel momento requería un servicio considerable al Emperador y, en consecuencia, a la expansión del poder imperial hacia la conquista de la tecnología occidental. Es con este propósito que los guerreros forman parte de las funciones del nuevo Estado japonés.
Esta evolución tenía la finalidad de aumentar la fuerza productiva de un Japón capitalista