Obama fue sucedido en 2016 por Donald Trump, un extraño en relación con la política y el Partido Republicano, lo que provocó un cambio radical, incluso emocional y voluntario, en la conducción de la política exterior americana y, en especial, en cuanto a China. Trump identificó a China no solo como un competidor, sino también como el principal adversario económico, político y militar de Estados Unidos, que debe ser tratado con firmeza.
El enfoque de confrontación de Trump ha atraído un sorprendente apoyo bipartidista en su país. Los empresarios estadounidenses comenzaron a quejarse de la transferencia forzada de tecnología y los subsidios a las empresas chinas que harían imposible la competencia. Y los políticos comenzaron a denunciar con mayor énfasis la existencia de cárceles chinas llenas de activistas de derechos humanos y líderes de minorías étnicas.
La estrategia de Trump de desacoplamiento (desconexión) de China para contener su crecimiento económico y político cuenta con los siguientes instrumentos: eliminar el déficit comercial de Estados Unidos con China, evitar la transferencia de tecnología avanzada, reducir la presencia de estudiantes chinos en Estados Unidos, evitar la adopción de la tecnología 5G de Huawei, promover el retorno de la producción industrial a Estados Unidos, expandir el presupuesto militar estadounidense y su presencia en Asia y alinear a los países europeos con Estados Unidos contra China.
La comparación de algunos datos sobre Estados Unidos (y su imperio) y la República Popular China indica que esta disputa por la preservación y afirmación de la hegemonía estadounidense continuará durante un largo período.
El PBI nominal de Estados Unidos es de 21 billones de dólares y el de la República Popular China, de 13 billones. Si el producto de Estados Unidos se agrega a los productos de las “provincias” más desarrolladas del imperio (Japón, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Canadá), ese total es de 39 billones de dólares, aproximadamente tres veces el producto chino. El PBI de China es de 9.500 dólares/habitante y el de Estados Unidos, de 52.900 dólares/habitante, más de cinco veces mayor.
La gama de recursos naturales del suelo y del subsuelo en Estados Unidos es mucho más amplia que la de China, lo que hace que esta sea más dependiente del mercado internacional y, por lo tanto, más vulnerable.
El presupuesto militar anual de Estados Unidos es casi tres veces mayor que el de la República Popular China. La red de setecientas bases americanas en el extranjero, varias alrededor de China, supera con creces el número de instalaciones militares en cualquier país en el extranjero. La red de acuerdos militares de Estados Unidos con las “provincias” no tiene paralelo en la situación en China, que solo tiene una base en el extranjero.
La tierra cultivable, en hectáreas por habitante, es 0,480 en Estados Unidos y 0,078 en China. Estados Unidos es un importante exportador de alimentos, incluida China, que, a pesar de ser un gran productor, es un gran importador.
El insumo esencial (junto con el carbón) para generar energía, para mover la industria en general, para la industria de fertilizantes, para petroquímicos, para química fina, para el transporte es el petrolero. Estados Unidos tiene reservas de 19.000 millones de barriles y China de 16.000 millones; Estados Unidos produce 15 millones de barriles diarios y China, 4 millones.
La influencia cultural, ideológica y política de Estados Unidos es mucho más extensa que la de China, lo que se puede ver por la abrumadora presencia de productos culturales estadounidenses en todas las “provincias”, incluso en comparación con la presencia de productos de países de cultura avanzada, como Francia, Reino Unido y Alemania. Estos productos culturales, difundidos por los medios de comunicación y hoy también por internet, contribuyen a formar una visión favorable de Estados Unidos, como sociedad y como Estado.
Por otro lado, la extensa red de sucursales de las megaempresas multinacionales estadounidenses significa que hay una comunidad de altos ejecutivos (nacionales locales) en cada “provincia” con lazos profesionales con Estados Unidos. Nada de esto ocurre en relación con la República Popular China, cuya influencia, sin embargo, tenderá a crecer a medida que su economía se desarrolle y se expanda en el extranjero, al igual que su poder militar y tecnológico. Las características del mandarín, escrito y hablado, hacen que sea difícil difundirlo como idioma y como portador de la cultura china, mientras que el inglés facilita la difusión de la cultura americana y su influencia.
Tanto Estados Unidos, hogar del imperio americano, como China dependen en gran medida del comercio exterior como importadores y exportadores; además, en el caso americano, de los lazos financieros, comerciales y tecnológicos. Por lo tanto, una creciente influencia comercial y de inversión de China en cada provincia del imperio afectaría la hegemonía, así como la capacidad americana de influir y controlar.
La disputa por la hegemonía en el escenario internacional se ve afectada por las elecciones de 2020 en Estados Unidos, por la pandemia del SARS-CoV-2, por los conflictos raciales en ese país, por su actitud de no cooperación con sus aliados en el combate contra la pandemia como consecuencia de la confrontación con la política de cooperación por parte de China.
La pandemia se superará con el descubrimiento de la vacuna, y la solidaridad y los anhelos de un nuevo capitalismo humano se disolverán, las elecciones estadounidenses ocurrirán con la victoria de los republicanos o los demócratas, así como los conflictos raciales en Estados Unidos tenderán a amortiguarse como sucedió con tantos en el pasado, pero la disputa por la hegemonía global no cesará.
El sistema internacional
La disputa por la hegemonía entre el imperio americano y la República Popular China no se verifica en abstracto, sino en el contexto del sistema internacional.
En el sistema internacional coexisten un “mundo real” y un “mundo ideal”. Con mayor o menor intensidad y alcance, los Estados, las sociedades, las economías, las organizaciones multilaterales, las megaempresas, las ONG, las Iglesias, todos participan en estos dos “mundos” que se interpenetran, influyen e interactúan.
El “mundo ideal”, que gira en torno a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es generado por intelectuales de las clases hegemónicas, especialmente del imperio. Sus actividades son publicitadas por los medios de comunicación, estudiadas por académicos y objeto de la atención de militantes pacifistas que, en este “mundo ideal”, depositan sus esperanzas de paz, desarrollo y justicia en el futuro de una humanidad armoniosa y feliz. Esta es la expectativa idealista para un mundo poscoronavirus, cuando se iniciaría la construcción del capitalismo humano y solidario.
En el “mundo ideal”, los Estados son soberanos e iguales, aunque sus dimensiones, fuerza militar, capacidad económica, influencia cultural e ideológica son extremadamente dispares. Tales Estados dispares se habrían creado a través de negociaciones libres, como si fueran parte de una verdadera comunidad internacional, la ONU, en la Conferencia de San Francisco en 1945. Por lo tanto, afirman estar regidos en sus relaciones políticas, económicas y militares por la Carta de la ONU, en particular por los principios de respeto a las fronteras, autodeterminación, no intervención, no uso de la fuerza, solución pacífica de controversias y respeto al derecho.
La Gran Depresión, el nazismo y la Segunda Guerra Mundial habrían llevado a los Estados a entregar voluntariamente a las grandes potencias la tarea de garantizar la paz y la seguridad internacionales, a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que la humanidad no sufriera nuevamente flagelos similares que pusieran en riesgo la supervivencia de la civilización (occidental).
El Consejo de Seguridad de la ONU, un organismo oligárquico, tiene la responsabilidad de mantener la paz y la seguridad y cuenta con el monopolio del uso de la fuerza. Ningún Estado puede utilizar la fuerza, la presión o la coerción en sus relaciones con otros Estados, que solo pueden utilizarse por decisión del Consejo. Los cinco miembros permanentes del Consejo –Estados Unidos, Rusia, China, Reino