La doctrina ordena hacia la misma dirección a la masa, “luego es la organización la que le da unidad en la ejecución de las cosas. Sin esa unidad de concepción, y sin esa unidad de acción, ni el diablo puede conducir […] El conductor no es nada si los elementos de la conducción no están preparados y capacitados para ser conducidos […] Por eso, conducir es difícil, porque no se trata solamente de conducir. Se trata, primero, de organizar; segundo, de educar; tercero, de enseñar; cuarto, de capacitar, y quinto, de conducir” (Perón, 2009: 50-52).
En Conducción política, Perón establece que los elementos más importantes para lograr la unidad de acción y concepción son la doctrina y la organización, complementada con la función del conductor. Además, estamos hablando de la conducción política en sentido amplio.
Dice Labourdette que la conducción es una combinación entre la capacidad operativa razonable y el liderazgo colectivo personalizado. Es decir, hay mezcla simbiótica entre el saber técnico-práctico (y teórico) y el liderazgo entendido como proceso social y personal. Puede establecerse una división tripartita de conducción estratégica: conducción burocrática, conducción del “orden” para evitar el “caos” y conducción revolucionaria.
El liderazgo reside en una persona, pero es más que una persona, pues todo conductor que al mismo tiempo es líder representa un tipo sociocultural: manda y es mandado, influye y es influenciado, exige y es exigido. El desarrollo de las dos características básicas de la conducción, es decir, la combinación entre las destrezas operativas y las del proceso de liderazgo, da como resultado una escala de los estados posibles de la conducción global. En consecuencia, hay conducciones predominantemente técnicas, o carismáticas, o combinadas.
El proyecto de la estrategia es un bosquejo operativo orientado hacia una meta. Es decir, se trata de un proyecto estratégico. La diferencia con otros tipos de proyectos es que el estratégico tiene un elevado grado de planeamiento.
El proyecto estratégico suele consistir en unas respuestas, o paquete de respuestas, que exigen solución. Pero no se trata de la respuesta teórica, ni siquiera de la respuesta deseada; debe ser la respuesta en realización.
El grado de concreción de un proyecto es su grado de consecuencia y efectividad sobre la realidad. La realidad se modifica del presente al futuro si hay proyecto realizable, se trate del proyecto que sea. Pero en las sociedades no hay ley natural. Hay praxis obligada a situaciones dadas, que pueden ser reproducidas o modificadas.
En realidad, si hay sistemas, estos son básicamente inestables aunque pueden tener períodos de estabilidad. Y, fundamentalmente, esos equilibrios inestables o estabilidades inestables solo pueden ser alcanzados por fuertes, intensos y permanentes movimientos estratégicos, que sostienen o hacen caer los sistemas.
El proyecto estratégico trata de hacer lo posible y real, lo que se quiere, lo que se pretende y lo que se puede, especialmente. Muchos proyectos no dejan de ser sueños imaginarios o ilusorios. Una estrategia ilusoria es un movimiento hacia el ocaso o hacia la nada. Y este es uno de los problemas fundamentales de la estrategia: no alcanzar la cuota de realismo indispensable que puede evitar el fracaso o la caída.
Nos remitimos al juicio estratégico del mariscal prusiano Helmuth Karl Bernhard von Moltke cuando dijo: “Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo”; por eso es que la estrategia trata de hacer lo que se puede para aplicar lo que se sabe, con planes de contingencias, alternativas, derivaciones, etcétera.
Labourdette (1999a: 82) destaca los siguientes puntos clave de un proyecto estratégico: el objetivo, la situación, el plan, el proceso de realizaciones y el tiempo o proyección de escenarios futuros.
El objetivo es el punto de llegada del proceso de liderazgo puesto en marcha. Es la meta, el fin o el propósito diseñado desde la elaboración, es un salto al futuro.
El proyecto siempre se dirige hacia un objetivo desde un lugar determinado:
El objetivo es bifronte: mítico y real. Pocas veces no reúne ambas caras. De un lado, es mítico, en cuanto alimenta el deseo, el entusiasmo, la emoción. Es el que comanda la utopía, es el que “energiza” la acción. Es el que “carga” la esforzada praxis y el sentido del plan. Además, es el que se encarga de hacer aceptable y, a veces, admirable el sacrificio, el desvelo, el martirio y la muerte.
El aspecto realista devela múltiples mediaciones, encubrimientos, opacidades y caminos equivocados. Reconoce, incluso, el acierto y el mérito de adversarios y enemigos […] El objetivo mítico-realista utiliza, en la medida que sabe y puede, lo mejor de cada cual y ambos campos deben tener una combinación armónica.
Cuando el mito domina y aplasta al aspecto técnico-realista de los proyectos, estos carecen de base empírica y las estrategias naufragan por irreales. Asimismo, cuando el aspecto realista opera sin el sustento mítico, puede suceder que el proyecto pierda interés y desilusionar a sus adherentes. (Labourdette, 1999b: 13-20)
La situación está determinada en parte por el objetivo. Es una situación respecto del propósito perseguido. No hay una situación general y para todos; siempre está construida sobre la base que se quiera averiguar. A partir de ello se extraen los datos de la realidad que interesan y se desecha lo que no incumbe. La situación es una construcción seleccionada porque el objetivo establece un mecanismo selectivo de datos.
Hay elementos básicos del análisis de situación que merecen tenerse en cuenta: actores sociales que intervienen, posibilidades de alianzas propias (arco adversario/enemigo), comunicación, estrategias que intervienen, características y poder de cada una, posibles resultados; elaboración del mapa de situación, instancias favorecedoras, instancias obstaculizadoras.
El plan es lo que hay que hacer para alcanzar el objetivo. “Un plan estratégico” consta de una parte conocida y una desconocida. Una parte con la que cuenta y otra con la que no. Sabe que debe realizar un recorrido y marca los puntos críticos que debe tocar. El plan estratégico, a diferencia de otro tipo de plan, es extremadamente flexible, provisorio y operativo. Solo conserva invariablemente el objetivo pues la guía es flexible al operar siempre en la incertidumbre.
El plan trata permanentemente con la incertidumbre y el azar. Hay que estar preparado para enfrentar lo incierto. La concepción estratégica vive entre la inseguridad y la sorpresa. El plan estratégico no parece un plan. Tiene demasiados huecos y mapas cambiantes. Sin embargo es un plan: posee un arco deliberado hacia el futuro. El plan estratégico señala los puntos críticos y los pasos y etapas que deben cumplirse y siempre es no obstante un plan que se reelabora todos los días. Pues así es la exigencia de la realidad social.
Ahora vamos a enlazar lo que permaneció separado desde Maquiavelo, o sea, la política y la estrategia. La política es el descubrimiento y el ejercicio del poder. En realidad, la política es el arte, la ciencia y la técnica de la creación y el uso del poder sobre distintos conjuntos de relaciones sociales.
En un sentido restringido, la política se ocupa de las luchas de los modos de organización de la esfera estatal (desde lo global a lo local). En un sentido más general, interviene en todos los órdenes de la vida social en cuanto origina relaciones de poder en las unidades estatales, militares, económicas, sindicales, eclesiásticas, educacionales, familiares, etcétera.
El poder es “una entidad social” altamente compleja, enigmática y paradójica. El poder es complejo; puede estar compuesto por diferentes elementos que abarcan todas las posibles actividades de la sociedad: población, espacio, recursos y tecnologías, estructuras simbólicas y organizaciones, siempre y cuando alcancen un punto de configuración determinado. Punto de configuración que implica una capacidad para realizar cosas y lograr resultados, tanto en lo buscado como en lo inesperado. (Labourdette, 1984: 9)
Como podemos