Finalmente, me dirijo a aquellos a quienes llamo desviacionistas inconformes, es decir, los que en cierto sentido se han dado de baja y han abandonado el movimiento evangélico moderno, muchos de los cuales ahora se han vuelto en contra de él para denunciarlo como una perversión neurótica del cristianismo. Ésta también es otra especie que todos conocemos bien. Es angustiante pensar en este tipo de personas, en primer lugar, porque hasta la fecha, su experiencia desacredita profundamente nuestro evangelicalismo, y en segundo lugar, porque el número de personas de ese tipo es muy grande. ¿Quiénes son ellos? Son personas que en algún momento de sus vidas se identificaban como evangélicos, ya sea porque fueron criados de manera evangélica o porque profesaron una conversión bajo la influencia de alguna esfera evangélica, sin embargo, ahora están desilusionados de la cosmovisión evangélica y le han dado la espalda, porque sienten que el evangelicalismo les falló. En algunos casos, es por razones intelectuales, debido a que, según el juicio de estas personas, lo que se les enseñó fue algo tan simplista que lo único que logró fue aturdir su mente, y, por otra parte, piensan que fue algo tan poco realista y desconectado de los hechos que realmente lo consideran como algo involuntariamente deshonesto. Otros lo abandonan porque fueron llevados a esperar una vida cristiana en la que gozarían de buena salud, riquezas, circunstancias libres de problemas, creyendo que serían inmunes al dolor de las heridas relacionales y las traiciones, libres de fracasos, y exentos de cometer errores o tomar malas decisiones; en pocas palabras, esperaban un lecho de rosas sobre el cual serían transportados felizmente hacia el cielo —pero todas esas grandes expectativas terminan siendo refutadas a su debido tiempo por diferentes acontecimientos. Y debido a que se encuentran heridos y molestos, sintiéndose como si hubieran sido víctimas de una especie de abuso de confianza, ahora acusan al evangelicalismo que ellos conocieron de haberles fallado y engañado, y lo abandonan con resentimiento en sus corazones; y es por pura misericordia que ellos no terminen acusando y abandonando de igual manera al mismo Dios. El evangelicalismo moderno tiene mucho que responder con respecto al número de bajas de este tipo que ha causado en los últimos años por su ingenuidad mental y sus expectativas irreales. Pero, en este punto, una vez más el evangelicalismo de los gigantes puritanos, que en este sentido es más sobrio, más profundo, y más prudente que el moderno, puede cumplir una función correctiva y terapéutica entre nosotros, si tan solo aprendemos a escuchar su mensaje.
¿Cuál es el mensaje puritano que podría servir para sanar las bajas producidas por la ingenuidad evangélica moderna? Cualquiera que esté familiarizado con los escritos de los puritanos podrá darse cuenta de que ahí podemos encontrar mucha ayuda para resolver este problema. Ya que, en primer lugar, los autores puritanos nos hablan acerca del misterio de Dios: que nuestro dios es demasiado pequeño, pero que el Dios verdadero no puede ser encerrado en una caja conceptual hecha por el hombre para ser entendido por completo; y que él fue, es y siempre será absolutamente inescrutable en Su trato con aquellos que confían en Él y lo aman, de modo que las «pérdidas y cruces», es decir, el desconcierto y la decepción en relación con las esperanzas particulares que uno ha albergado, deben ser aceptadas como un elemento recurrente de la vida de comunión con Él. En segundo lugar, ellos nos hablan acerca del amor de Dios: que éste es un amor que redime, convierte, santifica, y en última instancia glorifica a los pecadores, y que el Calvario fue el único lugar de la historia humana en el que este amor fue revelado plenamente y sin ambigüedad, y que en lo que respecta a nuestra situación propia, podemos saber con toda certeza que nada nos puede separar de ese amor (Romanos 8:38), aunque también es cierto que ninguna situación de este mundo estará completamente libre de espinos y cardos. En tercer lugar, desarrollando el tema del amor divino, los puritanos nos hablan acerca de la salvación de Dios: que el Cristo, Quien quitó nuestros pecados y nos trajo el perdón de Dios, nos está llevando a través de este mundo hacia una gloria, para la cual aún estamos siendo preparados, ya que en esta vida se nos inculca un deseo por esa gloria y se nos capacita para disfrutar de ella, y por otra parte, la santidad en esta tierra, que se manifiesta en forma de un servicio consagrado y una obediencia amorosa en las buenas y en las malas, es el camino a la felicidad en el más allá. Después de esto, en cuarto lugar ellos nos hablan del conflicto espiritual: es decir, las muchas formas en las que el mundo, la carne y el diablo buscan humillarnos; en quinto lugar, nos hablan de la protección de Dios: a través de la cual Él anula y santifica el conflicto, permitiendo que a menudo el mal toque nuestras vidas para protegernos de males mayores; y, en sexto lugar, nos hablan de la gloria de Dios: la cual es nuestro privilegio buscar, por medio de celebrar Su gracia, demostrando Su poder en medio de la confusión y la presión, resignándonos totalmente a Su buena voluntad, y haciéndole nuestro gozo y deleite en todo momento.
Al ministrarnos estas preciosas verdades bíblicas, los puritanos nos brindan los recursos que necesitamos para «sufrir las flechas y las hondas de la insultante fortuna», y también nos dan los recursos para ofrecerle a aquellos que han abandonado el evangelicalismo una visión más clara de lo que les ha sucedido, la cual puede sacarlos de su autocompasión y su resentimiento, restaurando por completo su salud espiritual. Los sermones puritanos demuestran que ese problema no es nuevo en ningún sentido; el siglo diecisiete tuvo su propia cuota de bajas espirituales, santos que habían pensado de manera simplista y que tenían expectativas poco realistas, los cuales estaban decepcionados, descontentos, abatidos y desesperados, y el ministerio de los puritanos hacia nosotros en este punto es simplemente el punto de partida para continuar con lo que ellos constantemente enfatizaban, es decir, la importancia de levantar y alentar a los espíritus heridos entre su propia gente.
Creo que, hasta este punto, la respuesta a la pregunta: ¿por qué necesitamos a los puritanos?, es bastante clara, y concluyo mi argumento en este punto. Yo, siendo una persona que está en deuda con los puritanos más que con cualquier otro teólogo que he leído, y estando consciente de que todavía los necesito, he estado tratando de persuadirte de que quizás tú también los necesitas. Y confieso que, si logro convencerte de esto, eso me llenará de alegría, principalmente porque eso obrará para tu propio bien, y para el bien de la gloria del Señor. Pero eso es algo que debo dejar en las manos de Dios. Mientras tanto, sigamos explorando la herencia puritana juntos. Pues en esta herencia todavía hay más oro por extraer del que hasta ahora he mencionado.
Capítulo tres
•
EL PURITANISMO