En pos de los puritanos y su piedad. J. I. Packer. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: J. I. Packer
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9781629462639
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conocemos como «avivamiento», lo cual implica ser verdadera y meticulosamente convertido, teológicamente ortodoxo y saludable, estar espiritualmente alerta y expectante, tener un carácter sabio y consistente, ser éticamente emprendedor y obediente, y tener una seguridad de salvación con humildad pero lleno de gozo. Este era el objetivo que se buscaba alcanzar a través del ministerio pastoral puritano, tanto en las parroquias inglesas como en las iglesias «reunidas» de tipo congregacionalista, las cuales se multiplicaron a mediados del siglo XVII.

      En cierto sentido, esa preocupación puritana por el avivamiento espiritual en comunidad ha sido ocultada de nuestra vista por causa de su institucionalismo; ya que, si traemos a la memoria los altibajos del Metodismo inglés y del Gran Despertar, podemos pensar que el fervor del avivamiento se volvía una carga pesada para el orden establecido, mientras que los puritanos concebían la «reforma» en un nivel congregacional, y creían que ésta tenía que llegar en un estilo disciplinado a través de la predicación fiel, la catequización, y el servicio espiritual de parte del pastor. El clericalismo, con su represión en contra de la iniciativa laica, sin duda fue una limitación puritana, y una que tuvo malas consecuencias cuando el celo laico se desbordó en el ejército de Cromwell, en el movimiento cuáquero, y en el vasto submundo sectario de la época del Commonwealth; pero la otra cara de esa moneda era la nobleza del perfil de un pastor que desarrollaron los puritanos —predicador del evangelio y maestro de la Biblia, pastor y médico de las almas, catequista y consejero, entrenador y modelo de disciplina, todo en uno. De manera que, una vez más tenemos que afirmar que tenemos mucho que aprender de los ideales y las metas puritanas con respecto a la vida eclesiástica, los cuales son indudable y permanentemente correctos, y también necesitamos aprender de los estándares requeridos para el clero, los cuales son desafiantes y muy demandantes, y el cristiano moderno puede y debe considerarlos seriamente.

      Existen algunas otras áreas en las que obviamente los puritanos pueden ayudarnos en la actualidad.

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      Es posible que la anterior celebración de la grandeza de los puritanos haya despertado el escepticismo de algunos. Sin embargo, como ya se había insinuado anteriormente, esta celebración concuerda totalmente con la importante reevaluación histórica del puritanismo que ha sido hecha por los círculos académicos. Hace 50 años, el estudio académico del puritanismo tuvo un momento crucial, cuando se descubrió la existencia de toda una cultura puritana, y cuando se hizo evidente que tal cultura era muy rica, que consistía en algo más que una mera serie de reacciones puritanas en contra de las facetas medievales y la cultura renacentista. En ese momento se desmintió la antigua presuposición común de que, en ambos lados del Atlántico, los puritanos se habían caracterizado por ser mórbidos, obsesivos, groseros e ignorantes. La indiferencia satírica en contra de la vida de pensamiento puritana se tornó en una impresionante y vigorosa industria académica y artesanal caracterizada por una atención comprensiva hacia los puritanos, y por una exploración de las creencias e ideales del puritanismo, y eso continúa en nuestros días. En ese sentido, Norte América marcó una pauta importante, con la publicación de cuatro libros en un periodo de dos años, los cuales fueron determinantes para asegurar que los estudios acerca de los puritanos no volverían a ser como antes. Estos libros fueron: The Rise of puritanism [El surgimiento del puritanismo] de William Haller, (Columbia University Press: Nueva York, 1938); Puritanism and Liberty[Puritanismo y libertad] de A.S.P. Woodhouse (Macmillan: Londres, 1938; Woodhouse era maestro en la universidad de Toronto); Tudor puritanism [El puritanismo de la dinastía Tudor] de M. M. Knappen (Chicago University Press: Chicago, 1939); y, The New England Mind Vol I; The Seventeenth Century [La mente de la Nueva Inglaterra. Vol. I; El siglo XVII] de Perry Miller (Harvard University Press: Cambridge, MA, 1939). Muchos libros de los años treinta y posteriores han confirmado la visión del puritanismo que se plasmó en estos cuatro volúmenes, y la imagen general que ha surgido es la siguiente.

      El puritanismo era en esencia un movimiento espiritual, que se preocupaba apasionadamente por Dios y por la piedad. Comenzó en Inglaterra con William Tyndale, el traductor de la Biblia (contemporáneo de Lutero), una generación antes de que se acuñara la palabra «puritano», y continuó hasta los últimos años del siglo XVII, algunas décadas después de que la palabra «puritano» entrara en desuso. La creación del puritanismo tuvo como base el biblicismo reformador de Tyndale; la piedad del corazón y la conciencia de John Bradford ; el celo de John Knox por el honor de Dios en las iglesias nacionales; la pasión por la competencia pastoral evangélica que se ve en John Hooper, Edward Dering y Richard Greenham; la visión de la Santa Escritura como el «principio regulador» de la adoración y el orden de la iglesia que causó la expulsión de Thomas Cartwright; el calvinismo anti–romano, anti–arminiano, anti–sociniano y anti–antinomiano expuesto por John Owen y por los estándares de Westminster; el interés ético integral que alcanzó su apogeo en el monumental Christian Directory [Directorio cristiano] de Richard Baxter; y el propósito de popularizar y hacer práctica la enseñanza de la Biblia que se apoderó de Perkins, Bunyan, y muchos más. El puritanismo fue esencialmente un movimiento que buscaba la reforma de la Iglesia, la renovación pastoral, la evangelización, y el avivamiento espiritual; y, además, como una expresión directa del celo por el honor de Dios, era una cosmovisión, una filosofía cristiana total. En términos intelectuales, era un medievalismo protestante actualizado, y en términos espirituales, era un monasticismo reformado que se practicaba fuera de un convento y que no tenía votos monásticos.

      El objetivo puritano era completar lo que comenzó la Reforma de Inglaterra, es decir, terminar la remodelación del culto de adoración anglicano, introducir una disciplina eclesiástica efectiva en las parroquias anglicanas, establecer la justicia en los campos políticos, domésticos y socioeconómicos, y convertir a todos los ingleses a una fe evangélica vigorosa. A través de la predicación y la enseñanza del evangelio, junto con la santificación de todas las artes, ciencias y habilidades, Inglaterra se convertiría en una tierra de santos, en un modelo y un ejemplo de la piedad corporativa, y como tal, en un medio de bendición para el mundo.

      Ese fue el sueño puritano que brotó durante los reinados de Isabel, Jacobo y Carlos, floreció en el periodo del Interregno, y se marchitó en el oscuro túnel de persecución que ocurrió entre 1660 (en el periodo de la Restauración Inglesa) y 1689 (bajo la Ley de Tolerancia). Ese sueño fue el que engendró a los gigantes de los que estamos hablando en este libro.

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      Confieso que este capítulo es una defensa descarada y sin vergüenza. Pues mi propósito es comprobar que los puritanos pueden enseñarnos lecciones que nosotros urgentemente necesitamos aprender. Por eso les pido que me dejen extender un poco más el argumento que ya les he presentado.

      A estas alturas ya debe ser evidente que los grandes pastores–teólogos puritanos —Owen, Baxter, Goodwin, Howe, Perkins, Sibbes, Brooks, Watson, Gurnall, Flavel, Bunyan, Manton y otros como ellos— eran hombres destacados por su poder intelectual y por su visión espiritual. En ellos, los hábitos mentales que eran fomentados por una erudición sobria estaban acompañados de un celo ardiente por Dios y un conocimiento minucioso del corazón humano. Todo el trabajo que ellos hicieron demuestra una fusión única de dones y talentos. Tanto su pensamiento como su manera de ver las cosas eran radicalmente Dios–céntricos. Su apreciación de la majestad soberana de Dios era profunda, y su reverencia al momento de utilizar la palabra escrita era profunda y constante. Eran pacientes, meticulosos, y metódicos para escudriñar las Escrituras, y su comprensión de los diversos hilos y conexiones dentro de la red de la verdad revelada era firme y clara. Ellos entendieron más ricamente los caminos de Dios con los hombres, la gloria de Cristo el Mediador, y la obra del Espíritu en el creyente y en la iglesia.

      Y su conocimiento no era una mera ortodoxia teórica. Ellos buscaban «reducir a la práctica» (frase que ellos usaban) todo lo que Dios les enseñaba. Ellos ataron sus conciencias a la Palabra, disciplinándose para poner todas sus actividades bajo el escrutinio de las Escrituras, exigiendo una justificación teológica (no una mera justificación pragmática) para todo lo que hacían. Aplicaron su entendimiento de la mente de Dios a cada rama de la vida, viendo la iglesia, la familia, el estado, las artes, las ciencias, el mundo del comercio y la industria, como nada menos que las devociones del individuo, ya que las consideraban como las esferas