Este método analítico puritano es la razón por la cual las exposiciones puritanas eran tan extensas: 6 000 páginas (en formato de cuarto) de Joseph Caryl acerca del libro de Job; más de 2 000 de John Owen (tamaño folio) acerca de la carta a los Hebreos; 152 sermones de Hildersam sobre el Salmo 51:1–7; más de 800 páginas (con letra pequeña en todas las ediciones modernas) de William Gurnall en su Tratado de Efesios 6:10–20, titulado: El cristiano con toda la armadura de Dios; ¡etcétera! Lo que llevó a los puritanos escribir de una manera tan extensa, fue su pasión por la minuciosidad al extraer todas las doctrinas y desarrollar todas las aplicaciones. Claramente, una vez que comenzaron a extraer implicaciones y aplicaciones, les resultó difícil detenerse. Sin embargo, su variedad de temas es excelente, y muy pocas veces repiten las mismas ideas, por otra parte, la sensación de que comienzan en el medio en lugar de al principio es algo que se olvida fácilmente a medida que continúas leyendo, y finalmente, una vez que atrapan tu interés es muy difícil que éste se desvanezca. Y si hubiera quienes me dijeran que no creen eso, yo les respondería: ¡Gustad y ved!
En cuarto lugar, los puritanos eran encargados de hacer cumplir la verdad. Este punto tiene que ver con la forma de sus palabras. Ellos le dieron la espalda a los aires de grandeza que se ganaban los predicadores «ingeniosos» de gran reputación en la corte o en Oxford y Cambridge. Por lo que, ellos en lugar de eso, escogían un estilo sencillo, directo, y solemne, que a su vez era vivaz y sin pretensiones, y ese era el estilo que tenían sus mensajes; pero esa sencillez estaba acompañada con poder. Perkins dio de qué hablar en Cambridge al predicar resueltamente de esta manera simple y lúcida; algunos que lo escucharon lo describieron como «un hombre vacío y estéril, y un académico insignificante y mezquino»114, pero cuando Thomas Goodwin fue a Cambridge en 1613, encontró el recuerdo del ministerio de Perkins todavía vivo, a pesar de que su muerte había ocurrido 11 años atrás. Al principio, Goodwin había propuesto en su corazón convertirse en un predicador «ingenioso» como el Dr. Senhouse de Saint John’s, cuyos sermones eran «el más eminente y variado fárrago de flores de ingenio en comparación con cualquiera de los padres, los poetas, las historias, o cualquier clase de texto que pudiera tener plasmada la elegancia del ingenio». Sin embargo, después de su conversión, renunció a tal presunción.
Llegué a tomar esta resolución como un principio de vida, que predicaría palabras íntegras y sanas, sin recurrir a los artificios y la vanidad de la elocuencia (…) Yo (…) me he mantenido en ese propósito y práctica durante estos 60 años [Goodwin estaba escribiendo esto al final de su vida]. He predicado lo que considero que ha sido verdaderamente edificante, tanto para la conversión de las almas como para prepararlos en el camino a la vida eterna.115
Eso era algo típico en esa época. Los puritanos como cuerpo tenían claro que el trabajo del predicador no era presumir su propio conocimiento, sino mostrar la gracia de Cristo, diseñando sus sermones con la intención de buscar el beneficio de otros, en lugar de buscar aplausos para sí mismo. Por lo tanto, la predicación puritana giraba en torno a las tres erres de la religión bíblica: ruina, redención, regeneración, y vestía a estas verdades del evangelio con el vestido formal de la simplicidad instruida.
En el prefacio de su Treatise on Conversion [Tratado sobre la conversión], Richard Baxter busca desarmar a los escarnecedores del «estilo sencillo» al explicar que en los sermones que constituyen su tratado «tenía el deber de predicar no solo a una audiencia popular, sino también a la parte más ignorante y torpe de la audiencia». Y después continúa:
Las palabras más sencillas son la oratoria más provechosa que se puede utilizar para tratar los asuntos de mayor importancia. Las palabras finas sirven para adornar, y las palabras delicadas, para deleitar a la gente; (…) y cuando estas dos clases de palabras se unen, para el oyente (…) o para el lector se vuelve muy difícil observar el asunto principal en medio de todos los adornos y las delicadezas, y es casi imposible hacer que la audiencia no se desvíe del tema (…) también es imposible escuchar o leer un discurso meticuloso, breve, y sentencioso, sin ser lastimado por él; porque eso a veces estorba la función del tema, y mantiene al corazón lejos de lo que es importante, y lo detiene por causa de tanta sofisticación, y hace que el corazón se vuelva tan ligero como ese estilo. Ninguna persona se porta con galantería y delicadeza cuando tiene que correr a apagar un incendio, y cuando vemos a una persona en riesgo no le pedimos que salga de ahí con palabras elocuentes. Cuando vemos que una persona cae en el fuego o en el agua, ninguno de nosotros levanta gentil y delicadamente a esa persona (…) Nunca olvidaré el placer que sintió mi alma, cuando Dios avivó mi corazón por primera vez con estos asuntos, y cuando recién ingresé a la seriedad en la religión: cuando leí un libro como el de los sermones del obispo [Lancelot] Andrewes , o cuando escuché ese tipo de predicación, no sentí vida en ella; pensé que estaban jugando con las cosas santas (…) Pero fue ese predicador sencillo y apremiante el único que parecía producir en mí una tristeza buena (…) y el hablar con vida, con luz, y con peso: y fueron ese tipo de escritos los que resultaron extremadamente placenteros y agradables para mi alma. Y sin embargo, debo confesar que, aunque en ese tiempo no podía digerir la exactitud y la sobriedad de esos mensajes como lo hago ahora, aun así, valoro la seriedad y la sencillez: y cuando estoy escuchando o leyendo, siento en mí mismo un desprecio por ese ingenio en la predicación, pues lo veo como una tontería orgullosa, que tiene un sabor a liviandad, y que tiende a evaporar verdades que tienen un peso importante, convirtiéndolas en fantasías y manteniéndolas alejadas del corazón. Así como un actor de teatro, o un bailarín de las danzas Morris, son diferentes a un soldado o a un rey, también existe una gran diferencia entre esos predicadores y los verdaderos ministros fieles de Cristo; pues debido a que estos hombres parecen más jugadores que predicadores en el púlpito, por lo general sus oyentes más bien van a jugar con un sermón en lugar de ir a escuchar un mensaje del Dios del cielo acerca de la vida o la muerte de sus almas.116
La «noble negligencia» del estilo de Baxter, que se puede ver reflejada en parte a lo largo de la cita anterior, no debe tomarse como un ejemplo determinante para indicar que la prosa puritana era de alguna manera una prosa negligente. El estilo latinizado de Owen es tortuosamente exacto, al igual que el enmarañado estilo «familiar» de Goodwin; por su parte, Baxter y Bunyan escribieron con una prosa religiosa llena de fuerza y sagacidad, de una manera tal que, desde sus días hasta la actualidad, nunca ha sido igualada, ni mucho menos superada; mientras que William Perkins, Richard Sibbes, Thomas Watson, Thomas Brooks, Thomas Manton y William Gurnall