El día amaneció tan cálido y húmedo como el anterior. Aunque Aimi había conseguido dormir, no se sentía nada descansada; Jonas había invadido sus sueños, tentándola. Por lo visto, dormida o despierta, sus sentidos se adentraban en aguas peligrosas y la corriente era fuerte. Era un hombre demasiado atractivo y derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.
Mientras se duchaba consideró la situación con lógica. En realidad no había ocurrido nada. Se sentía atraída por un hombre y él por ella. ¡Eso no implicaba que fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz de resistirse a todos. Desde aquel horrible día no había mirado a ningún hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Jonas fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.
Reconfortada por ese pensamiento, salió de la ducha y se secó. No le costó elegir qué ponerse; sólo había llevado lo esencial. Dos faldas y algunas blusas. También un bañador, por sugerencia de Nick, pero no esperaba utilizarlo. Se puso la falda recta color crema, una camisa de seda de manga corta, azul pálido, y unos zapatos cómodos. Se recogió el pelo de la forma habitual y se examinó en el espejo. Parecía discretea, eficaz y distante, justo lo que deseaba.
Un momento después, Nick llamó a la puerta.
–Buenos días, Aimi. Tienes un aspecto de lo más refrescante –la saludó.
–Te aseguro que no siento ningún frescor –rió ella. Alzó las manos para colocarle el cuello del polo, que llevaba torcido.
–Pues yo me siento más fresco sólo con mirarte –dijo él con encanto. Aimi suspiró y movió la cabeza.
–Nick, Nick, ¡eres casi tan malo como tu hermano! Debéis haber ido a la misma escuela de seducción –declaró sonriente.
–Buenos días, Nick –saludó Jonas de repente. Aimi dio un bote de sorpresa y él se asomó por encima del hombro de Nick y la escrutó con una sonrisa provocadora–. Me gusta la falda, Aimi, pero me gustaba más lo que llevabas anoche –comentó, risueño, antes de seguir su camino.
Ella se sonrojó y dio un paso atrás. El aparentemente inocente comentario le había recordado la escena de la cocina.
–¿A qué ha venido eso? –le gritó a su hermano, con el ceño fruncido.
–Tendrás que preguntárselo a Aimi –contestó Jonas por encima del hombro, sin dejar de andar.
–¿Qué ha querido decir? –Nick la miró intrigado–. Anoche no llevabas nada especial. ¿Me he perdido algo?
–Tu hermano se refería a más tarde –dijo ella, suponiendo lo que estaba imaginando–. Se quedó afuera y yo estaba en la cocina cuando él forzaba puertas y ventanas, intentando entrar. Eso es todo –al ver su expresión escéptica, suspiró–. Estaba en camisón y bata.
–Aimi, te advertí que tuvieras cuidado –rezongó Nick con exasperación. Es mi hermano y lo quiero, pero cuando se trata de mujeres…
–Lo sé, concédeme algo de crédito –le apretó el brazo con suavidad–. No dejaré que me engatuse con su encanto. He venido a trabajar –lo tranquilizó–. Lo de anoche fue un error que no se repetirá.
–Perdona, sé que soy demasiado protector. Trabajas para mí y te considero mi responsabilidad. No quiero que Jonas practique sus juegos contigo.
–No te preocupes –le dijo Aimi enternecida–. Vamos a desayunar. Después tienes que enseñarme la biblioteca.
Bajaron juntos a la sala de desayunos, que estaba vacía. Maisie Astin, el ama de llaves, llegaba con café reciente y cruasanes calientes.
–¡Buenos días! –los saludó con una sonrisa–. Hoy todo el mundo desayuna fuera. Servios lo que queráis y avisadme si necesitáis algo.
–Gracias, Maisie. ¿Qué te apetece, Aimi? –preguntó Nick, agarrando un plato.
–Los deliciosos cruasanes de Maisie y algo de café me parecen la opción perfecta –dijo, sonriéndole a la otra mujer, que volvía a la cocina.
–Yo los sacaré. Ve a buscar un sitio a la sombra –ordenó Nick.
Aimi salió y se arrepintió de inmediato porque la única persona en la mesa era Jonas. Si él no hubiera alzado la vista, habría vuelto dentro.
–¿Estás decidiendo si es seguro unirte a mí o no? –la retó, sardónico. Aimi se sintió obligada a avanzar.
–En absoluto –negó, sonriendo como si la escena de la noche anterior no hubiera tenido lugar–. Estaba disfrutando de la vista.
–Yo también –respondió él, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada. A ella le dio un vuelco el corazón y sus nervios se tensaron.
–Pierdes el tiempo –le dijo, irritada por su reacción a él, que no podía controlar–. No morderé el anzuelo, por atractivo que sea el cebo –añadió en voz baja, por si Nick salía.
–¿Cuántas veces tuviste que repetirte eso anoche? –ironizó él, arqueando una ceja.
–Bastó con una. No eres tan irresistible –le devolvió ella. Jonas se rió.
–Se supone que hay que cruzar los dedos al decir esas mentiras –le advirtió, sin dejar de mirarla. Ella era tan consciente de sus ojos que le costaba respirar. Llegó a la mesa y se sentó frente a él.
–En contra de lo que supones, no suelo mentir –lo corrigió, simulando una serenidad que no sentía en absoluto. Estaba tensa e inquieta.
–¿En serio? Yo habría dicho que las mujeres nacen siendo mentirosas.
–Eso es una generalización ridícula. Supongo que tus prejuicios se deben a una mala experiencia –dijo Aimi con ironía.
–El mundo es una jungla –le devolvió él con una sonrisa traviesa. Aimi supo que no podría olvidar esa sonrisa en toda su vida.
–¿Y los hombres no mienten? –lo retó. Ella podía nombrar a más de doce mentirosos–. ¡Sería más fácil creer que la luna está hecha de queso!
–Eso sí que suena a la voz de la experiencia –Jonas se recostó en la silla y cruzó las piernas por los tobillos–. ¿Por eso te vistes así?
–Me visto para mí, no para un hombre –señaló Aimi. El comentario de Jonas había sido tan descarado que estuvo a punto de reírse.
–¿En serio? –la miró pensativo–. ¿Intentas decirme que nadie ve la exótica lencería que usas? ¡Eso sería un desperdicio increíble!
–Mi ropa no es asunto tuyo. No habría bajado a la cocina si hubiera sabido que estabas allí.
–Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese impresionante despliegue de seda y encaje. Sigue grabado en mi mente, aun ahora –Jonas alzó una pierna y la cruzó sobre la otra–. Me da la impresión de que sé algo de ti que los demás hombres desconocen. Bajo ese aspecto almidonado te gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?
–¡Ninguno que vaya a desvelarte a ti! –le devolvió Aimi, seca. Jonas se limitó a sonreír.
–Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿por qué?
–No duermo con el pelo recogido –explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.
–¿Sabes lo que opino, Aimi Carteret?
–¡Tu opinión no podría interesarme menos!
–Creo que practicas la decepción.
–Como he dicho, tu opinión no me interesa –replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad–. ¡Tú no