–¿Andas a la busca de cumplidos, Jonas? –lo pinchó, burlona. Se oyeron risas a su alrededor.
–Yo diría que sí –intervino James Carmichael–. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!
Todo el mundo empezó a burlarse de él, que se lo tomó con filosofía, una actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no estaba interesada en sus juegos. Se recostó en el asiento, distanciándose de las bromas, que siguieron hasta que Jonas cambió de tema.
–¿Cuánta gente vendrá a la barbacoa? –le preguntó a su madre. No oyó la respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos.
Aimi se daba cuenta de que estaba peligrosamente cerca de enredarse en el maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de vida ningún hombre había hecho mella en su radar. Al principio había estado demasiado afectada por lo ocurrido para sentir, pero después había apagado ese radar a propósito. No quería sentirse atraída por nadie ni encontrar la felicidad en una relación amorosa, porque eso incrementaría su culpabilidad por estar viva. Lo había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Jonas. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado.
No quería sentir eso, ser tan consciente de él, pero su cuerpo estaba desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría.
Volvió a concentrarse en la conversación a tiempo de oír a Paula anunciar que su marido y ella iban a dar una vuelta alrededor del lago y preguntar si alguien quería acompañarlos.
–Me vendría bien un paseo –dijo ella, aprovechando la oportunidad–. ¿Vienes? –le preguntó a Nick.
–Paula me dará la lata si no voy –gruñó él, poniéndose en pie. Su hermana le sacó la lengua.
Aimi se preparó para oír a Jonas declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban.
Hacía más fresco junto al agua. Nick y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Paula y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.
–Aquí se está mucho mejor –afirmó Aimi, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Jonas.
–Jonas y yo solíamos jugar en el lago de niños. Construimos una balsa y simulábamos ser náufragos. Por supuesto no nos permitieron botarla hasta que supimos nadar, y para entonces Jonas tenía otros intereses –concluyó con retintín.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Aimi. Nick puso los ojos en blanco.
–Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas guapas y locas por ese guapo diablo. No ha tenido que luchar por una mujer en toda su vida. ¡Lo miran y caen en sus brazos! Es demasiado fácil. Nunca se asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?
Aimi no dudaba que Jonas debía de tener mucho éxito con las mujeres. Se estremeció.
–¡No me extraña que lo llames donjuán!
–No trata mal a las mujeres –rió Nick–. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca se entrega personalmente. Es mi hermano y no le deseo ningún mal, pero le vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.
–No todo el mundo desea asentarse –aventuró ella, sabiendo que era su caso. Una vez se había imaginado casada y con hijos, pero ese sueño se había esfumado hacía mucho.
Nick se detuvo y se volvió hacia ella.
–Ya lo sé –dijo con frustración–. No se trata de eso. Jonas nació con buena estrella. Todo ha sido fácil para él. Necesita un golpe de realidad; saber que es humano, como el resto de nosotros.
–Quieres decir que necesita sufrir –propuso ella con una leve sonrisa. Nick hizo una mueca que acentuó su parecido con Jonas.
–Suena horrible, ¿verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.
–Creo que no deberías estar contándome esto –suspiró Aimi, incómoda. Nick movió la cabeza.
–Al contrario, tú eres quien más necesita saberlo –declaró. Ella lo miró atónita.
–No entiendo por qué –protestó.
–Claro que lo entiendes –Nick chasqueó la lengua, paternal–. Recuerda lo que te he dicho cuando él empiece a presionarte.
–¿Qué quieres decir? –preguntó, curiosa.
–Aimi, eres una belleza rubia de ojos verdes y Jonas no es ciego. Ten cuidado.
Aimi se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.
–Tu hermano perderá el tiempo. No tengo intención de ser su entretenimiento de fin de semana. Pero gracias por avisarme.
–No me gustaría que resultaras herida.
–Tranquilo, no pienso relacionarme con él.
–Estoy seguro de que eso mismo dijeron la mayoría de sus conquistas –contrapuso él con una mueca. Aimi se detuvo y lo miró.
–Por favor, no te preocupes por mí; estaré bien. He conocido a hombres como tu hermano y soy inmune a ellos –dijo. Era casi verdad. Jonas sin embargo, era harina de otro costal y la había tomado por sorpresa. Pero no volvería a ocurrir.
Nick escrutó su rostro; lo que vio en él lo convenció de que podía relajarse. Tal vez sí fuera inmune. Tenía unas defensas muy sólidas.
–Entonces, no diré más –aceptó.
Capítulo 2
Más tarde, en su dormitorio, Aimi abrió las ventanas de par en par, pero el calor atrapado en la habitación era casi insoportable. Se quitó los zapatos, retiró las horquillas que sujetaban su moño y una cascada de cabello rubio cayó hasta sus hombros. Le gustaba sentirlo suelto, pero al día siguiente volvería a recogerlo para mantener la imagen que llevaba años cultivando.
En el espejo vio que el cabello ondulado suavizaba sus rasgos y le daba un aspecto joven y atractivo, casi despreocupado. Pero ella ya no era así y no se permitiría volver a serlo. Era parte de la penitencia que se había impuesto.
Fue al cuarto de baño a darse una ducha fresca. Sintiéndose algo mejor, se secó y se puso un camisón de seda que le llegaba hasta el muslo. Apagó la luz y se tumbó sobre la cama. Sin embargo, le resultó imposible dormirse, y no sólo por el calor. A solas en la húmeda oscuridad, rememoró el momento en el que había visto a Jonas por primera vez. Podía visualizar su poder y magnetismo. Sólo pensarlo le provocaba un cosquilleo.
–¡Maldición! –exclamó exasperada, sentándose–. ¡Para, Aimi! –ordenó. Sin embargo, su cerebro se negó a obedecer. Recordó sus miradas y sintió una intensa e incontrolable oleada de calor.
Bajó de la cama y fue a la ventana a respirar aire fresco. Pero los recuerdos eran demasiado poderosos e impactantes. Bajó los párpados y casi sintió la caricia de los ojos azules en sus labios mientras ella se los mojaba con la lengua.
–¡Por Dios santo, Aimi, contrólate! –masculló–. Da igual que el hombre