Las calamidades que engendra el demonio | 95
El soñador ocioso | 97
Tener por lema la parcialidad | 98
XIV. Entre el paraíso y el infierno | 101
El origen del peligro | 104
¿De dónde proviene el dolor? | 107
El círculo que llena mi actividad | 109
XV. El camino de los sueños | 112
Vivir es dedicar la vida | 112
La vida interesada se vuelve interesante | 113
¿Para qué, y para quién, vivimos? | 115
Acerca del vivir desubicado | 119
Una contribución al método patobiográfico | 121
Es necesario distinguir entre los sueños. | 123
XVI. Devolver a la vida su alegría | 127
El qué hacer con el dolor | 127
Bendecir el duelo y el trabajo | 129
¿Qué significa vivir hacia adelante? | 132
Los tres mundos humanos | 137
La inmunidad frente al contagio | 139
Un perdurable rescoldo | 140
La sustancia de los sueños | 142
A quienes, entre gustos y disgustos,
le otorgan a mi vida un sentido.
Prólogo
En el cúmulo de logros y fracasos, grandes y pequeños, que constituyen nuestra vida, nos encontramos siempre en algún punto en que necesitamos viajar desde el dolor de una renuncia hacia la búsqueda de un entusiasmo nuevo que le devuelva su sentido a nuestra marcha hacia adelante. ¿Cómo orientar, entonces, las inquietudes que surgen en el desasosiego de esa encrucijada, típica de la primera adolescencia y de la segunda (que suele denominarse climaterio)? ¿Dónde encontrar los parámetros que nos ayudan para trazar el rumbo?
Uno se da cuenta de que, para obtener un resultado ojeando “el catálogo” de lo que puede ser un atractivo, necesita saber “lo que le pide el cuerpo”. También se da cuenta de que el cuerpo reclama movido por apetitos del alma; y de que el alma, por extraña paradoja, mientras pretende revindicar su derecho de hacer lo que le plazca, necesita “consultar al ambiente” afectivo en el que se halla inmersa, para sacar de allí su convicción acerca de “lo que está bueno”.
Se trata, entonces, de mirar para adentro, y procurar divisar cómo son los lazos que nos anudan con esas otras almas que tanto nos importan. Y así, mirando para adentro, fue que nació este libro en el cual imagino tres “mapas” que me parecen fundamentales. Uno consigna “lugares”, “distancias” y magnitudes de significancia, en nuestra relación con distintas personas de un entorno que, con el tiempo, varía; algunas veces de forma brusca y sorpresiva, en otras de manera paulatina e insensible. Otro surge de nuestras obras en marcha, resultado de actividades que culminan en un producto que por su propio valor, y más allá del reconocimiento que con él se obtenga, logra conmovernos. En un tercero, por fin, podría intentarse reflejar el núcleo “duro” de un perdurable rescoldo, entrañable e irrenunciable remanente de nuestros apegos infantiles, que en la ancianidad suele acercarse a la consciencia.
Allí, en ese pequeño “motorcito” que mantiene encendida la esperanza que alimenta la vida, reside una ilusión de la cual –como dice el proverbio– “también se vive”. Ese rescoldo funciona como una llama piloto que se reaviva en el contacto con nuestros seres significativos y con nuestras obras. Sin embargo, la esperanza que en ese rescoldo se conserva ha de ser el producto de una ilusión mesurada. Recordemos a Trilussa: “L’ideale di Broccolo consiste en una donna bionna, tanto bella, que cià un difetto solo: nun existe” (“el ideal de Broccolo consiste en una mujer rubia, tan hermosa, que tiene un solo defecto: no existe”).
Nuestra relación con nuestros ideales funciona de un modo semejante a como, de acuerdo con un dicho popular, funciona el burro. Es necesario, para que camine, mostrarle una zanahoria. Pero debemos reconocer que hay que hacerlo a la distancia justa, porque si la acercamos mucho se la come sin moverse, y si la ponemos muy lejos tampoco se mueve, porque se descorazona. Así nació este libro, como una especie de zanahoria que me parece jugosa y que deseo compartir, especialmente con quienes, entre gustos y disgustos, otorgan a mi vida un sentido. Escribiéndolo he procurado pensar con claridad y acercarme, fraternalmente, al corazón del lector. Mi más ferviente deseo es lograrlo, aunque más no sea que a “un paso por vez”.
Agosto de 2014
I.
La sustancia de los sueños
La historia que se oculta en el cuerpo
Las cosas que nos importan, aquellas que “fácilmente” se nos vuelven difíciles, las dificultades, las alegrías, los sinsabores y las penurias que tenemos con ellas, constituyen las “cosas de la vida” que, con frecuencia, nos colocan en los umbrales de la enfermedad. Dado que la enfermedad, más allá de que se la comprenda, o no se la comprenda, como la descompostura de un mecanismo fisiológico, forma parte de la trama que constituye la historia de una vida, me encontré, hace ya muchos años, mientras procuraba comprender el significado inconsciente de las enfermedades hepáticas, con el inmenso tema de nuestra relación con nuestros ideales. Si bien es cierto que lo que ocurre en nuestra vida puede ser contemplado como la consecuencia de una causa, también es cierto que cada instante que vivimos forma parte de un impulso motivado por algo que procuramos alcanzar.
En el camino que emprendemos hacia lo que intentamos realizar cometemos, inevitablemente, errores, en su inmensa mayoría pequeños, que nos permiten aprender, ya que lo que repetimos exitosamente nada nos enseña. No cabe duda, sin embargo, de que algunas de nuestras equivocaciones nos importan mucho, porque nos conducen hacia un punto imprevisto que no deseamos y desde el cual sentimos, una vez que ingresamos, que no se puede volver. Nuestros grandes errores surgen muy frecuentemente de motivos que se apoyan en creencias que el consenso avala, y que nos parecen naturales. Vivimos inmersos en prejuicios, en pensamientos prepensados que se conservan y se repiten porque satisfacen tendencias emocionales que muy pocas veces se asumen de manera consciente. Es claro que no podríamos vivir si tuviéramos, continuamente, que repensarlo todo. Pero es claro también que hay prejuicios negativos que el entorno nos contagia, que también retransmitimos, y que más nos valdría repensar. Nuestras grandes equivocaciones fueron casi siempre el producto de una decisión que eligió un camino que se conforma, con demasiada naturalidad, con la influencia insospechada que, en sus múltiples combinaciones, ejercen sobre nuestro ánimo y sobre nuestra conducta