En pocas palabras, para Dawkins, la historia de la vida es la historia de una guerra entre linajes de genes. Los hermosos mecanismos biológicos que vemos en tantos documentales de historia natural son los productos visibles de esa guerra. Son sus armas. Y es que las distintas alianzas de genes están enzarzadas en una perpetua carrera armamentista. En las carreras armamentistas humanas, las armas van mejorando con el paso del tiempo. Lo mismo ocurre con las armas biológicas, aunque esa mejora se ve interrumpida cada cierto tiempo por cambios impredecibles y catastróficos en el campo de batalla: episodios de extinciones en masa causantes de la desaparición de muchas especies. Estos cambios pueden estar provocados por la geología de la Tierra, a medida que los continentes se dividen, surgen las montañas, y los mares y las masas de hielo avanzan o retroceden. Y también pueden estar causados por fuerzas externas a la Tierra: por impactos o por cambios en el comportamiento del Sol. Pero en los intervalos que hay entre todos esos episodios, la selección es omnipresente y efectiva, cribando conjuntos de genes, construyendo mejoras adaptativas en los organismos que son sus vehículos, tal como señala Dawkins.
Gould ve el mundo viviente de manera muy diferente. La vida hoy en día es fabulosamente diversa. Pero muchas formas de vida que solían dominar sus ambientes ya no están presentes. Gould es un paleontólogo, y una gran parte de su vida profesional está relacionada con el concepto de extinción: desde la espectacular extinción de los dinosaurios, pterosaurios y de los grandes reptiles marinos, hasta la menos llamativa y, a pesar de eso, a los ojos de Gould mucho más fundamental, extinción de los peculiares invertebrados marinos hace algo más de 500 millones de años. Los primeros animales pluricelulares presentes en el registro fósil vivieron desde hace unos 570 millones de años hasta el inicio del periodo cámbrico (hace unos 543 millones de años), para luego desaparecer. Los fósiles de esta llamada «fauna de Ediacara» consisten en restos de organismos en forma de hoja y de disco, y las interpretaciones que se extraen de ellos varían ampliamente; hay quien cree que se parecen más a líquenes que a animales. En el registro fósil del periodo cámbrico (después de la desaparición ediacárica) aparecen por primera vez ejemplares de los principales linajes modernos. Por entonces, los artrópodos (insectos, cangrejos y sus parientes) ya habían aparecido. También los bivalvos (ostras, almejas y similares) y los gasterópodos (caracoles y sus parientes). Del mismo modo había medusas y esponjas, aunque ambas habían aparecido un poco antes que el resto y también surgió toda una horda de clases diferentes de gusanos. Lo mismo ocurrió con los primeros cordados: nuestro grupo. Pero, al mismo tiempo, aparecieron muchos otros linajes que se extinguieron rápidamente. El Cámbrico finalizó hace 490 millones de años, y por entonces muchos linajes de animales extraños desparecieron para siempre.
A Dawkins, lo que le impresiona es el poder de la selección para construir adaptaciones. A Gould le atraen de igual forma los aspectos más conservadores de la historia de la vida. En sus aspectos más fundamentales, los linajes animales no parecen cambiar durante largos periodos de tiempo. Hay cientos de miles, puede que millones, de especies de escarabajos. Cada una de ellas está construida según el mismo plan básico. Varían en tamaño, color, ornamentación sexual y en muchos otros aspectos. Pero todos son reconocibles como escarabajos. Lo mismo se puede decir respecto al resto de los grandes linajes de la vida animal. La principal división del reino animal es la separación en diferentes filos. Hay treinta y pico: el número exacto sigue siendo discutido. De algunos no tenemos fósiles. James Valentine, en su espléndido libro On the Origin of Phyla, lista doce filos (todos ellos de animales pequeños y de cuerpo blando) que no aparecen en el registro fósil. Pero todos aquellos de los que tenemos registros fósiles decentes aparecieron temprano. Además, tal como veremos en el capítulo 10, hay pruebas indirectas de que los filos sin presencia en el registro fósil también son antiguos. Eso lleva a Gould a pensar que las principales formas de construir un animal aparecieron aproximadamente al mismo tiempo y que ninguna organización corporal fundamental nueva ha aparecido desde entonces. Ciertamente, la evolución no se ha detenido a la hora de crear nuevas adaptaciones, pero, si Gould tiene razón, sí que da la impresión de haberse detenido a la hora de inventar nuevos filos de animales. Gould considera que este es el hecho más relevante que debe explicar la teoría evolutiva.
Más aún, Gould tiene una concepción diferente del mecanismo de la evolución. Difiere de la de Dawkins en tres aspectos importantes. El azar es más importante que los genes. Las fluctuaciones cambiantes de la presencia de los linajes génicos en el registro fósil muestran los éxitos y fracasos de estos, pero no son su causa. La selección es, relativamente, menos poderosa, ya que necesita un buen aporte de variación: solo puede actuar para magnificar y esculpir las variaciones que se encuentran en la población, y Gould cree que el aporte de variantes es limitado. Empecemos con el azar. Es importante porque las extinciones en masa son influyentes. En las épocas de extinciones en masa desaparecen muchas especies y el paisaje biológico se altera en aspectos fundamentales, a menudo creando oportunidades impredecibles para los afortunados supervivientes. Los supervivientes son afortunados porque sobrevivir, según la opinión de Gould, depende más de la suerte que de la eficacia biológica. Gould le da menos importancia a la selección que Dawkins. Es más, tiene una opinión diferente en lo que respecta al funcionamiento de la selección. Es muy escéptico en lo concerniente a la selección génica, ya que duda de que los genes tengan por regla general un efecto lo suficientemente consistente sobre la eficacia biológica de sus portadores como para que la teoría de Dawkins tenga sentido. El efecto de un gen en particular sobre un cuerpo depende del resto de los genes de ese cuerpo y de muchas características del ambiente en el que se desarrolla el organismo. Por lo tanto, Gould cree que cuando la selección actúa, lo hace sobre los organismos individuales.
Estas diferencias en lo que respecta a la teoría evolutiva se agravan con distintas afirmaciones sobre temas científicos en sus diversas obras. Tal como demuestran Destejiendo el arco iris y El capellán del diablo, Dawkins es un entusiasta seguidor de la Ilustración. Deberíamos aceptar la descripción que hace la ciencia tanto de nosotros mismos como de nuestro mundo, porque es cierta (o es la aproximación más cercana a la verdad que podemos ofrecer), hermosa y completa. No deja nada sin explicar. Gould, al contrario, no cree que la ciencia sea completa. Las humanidades, la historia e incluso la religión nos ofrecen su visión de los valores humanos —sobre cómo deberíamos vivir—, independientemente de cualquier posible descubrimiento científico. Gould, a pesar de que nunca ha creído que la ciencia sea solo una perspectiva válida más sobre el mundo, ha escrito a menudo sobre las influencias sociales que afectan a las opiniones científicas. La ortodoxia científica responde a las evidencias objetivas que el mundo nos ofrece, pero, a menudo, de manera muy lenta, imperfecta y en cierta forma limitada por la ideología prevaleciente en ese momento. En resumen, Dawkins, y no Gould, ve la ciencia como la única abanderada de la iluminación y la racionalidad. Al igual que Gould, Dawkins acepta la distinción entre hechos y valores: la ciencia no nos puede decir lo que queremos. Pero nos puede decir lo que somos.
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GENES Y LINAJES GéNICOS
El gen egoísta empieza con un mito sobre la creación. Dawkins nos pide que imaginemos un mundo