Es fundamental que quede claro que, en principio, toda la información será publicada y atribuida al entrevistado. En caso de que éste tenga alguna razón para que no sea así se tendrá que pactar qué información no es para publicar (off the record) o cuál no se le puede atribuir directamente a la fuente.
Documentarse
Conocer, en la medida de lo posible, con quién vamos a hablar es básico. Hacerlo es una muestra de consideración por la persona, por el lector y por nosotros mismos. Es, a fin de cuentas, el respeto por nuestro oficio. Pero además es una protección al propio reportero. El trabajo de documentación e indagación previa sobre el personaje permite conocer aspectos importantes de su persona. Con ello se ahorra la formulación de preguntas básicas, puesto que ya las conoce, lo que le da la oportunidad de aprovechar el tiempo para indagar sobre aspectos desconocidos de la persona y a plantear ángulos distintos y más originales.
Por otro lado, la documentación le da la oportunidad al reportero de encontrar aspectos que él desconocía hasta entonces y que se pueden volver temas interesantes para incluir en la entrevista. Lo previene también de preguntar lo que otros colegas ya le han planteado antes. Ayuda además a prever, aunque sea vagamente, cómo puede reaccionar el entrevistado, “de qué pie cojea”, qué tan dispuesto puede estar para encarar preguntas complicadas. La preparación hace más difícil que el entrevistado pueda engañar al reportero. Se trata a fin de cuentas de averiguar con quién se va a encontrar uno y de hacerse una idea del terreno sobre el que se moverá.
Para obtener esta información podemos indagar a través de la internet además de buscar en otros archivos. Las personas que conocen al entrevistado nos pueden proporcionar valiosa información sobre él. Si tiene cuentas en las redes sociales, entonces habrá que revisarlas. ¿Qué información “subió”? ¿Con quién se comunica?, ¿Con quién aparece en las fotos?
De algunas personas sobra información, hay cientos de páginas web y notas de prensa referentes a ellas e incluso libros y biografías completas. En cambio, sobre otras no hay nada escrito. Cada caso es especial.
Si la entrevista no tendrá como eje la persona misma sino otro tema, es obvio que el reportero se debe documentar sobre la materia, conocer los aspectos básicos, los términos más comunes y la situación actual de la cuestión.
Indagar sobre el personaje y sobre el tema es fundamental para definir el asunto central de la entrevista y para plantear adecuadamente las preguntas que guiarán la conversación.
El cuestionario
Es conveniente elaborar un cuestionario escrito. Esto ayuda a tener claridad no sólo sobre el tema del que queremos saber sino sobre cómo vamos a formular las preguntas. Por ejemplo, a un torero podríamos preguntarle: “¿Qué es para usted estar en el ruedo?” o “¿qué se siente estar frente a un toro?” o “¿el toro es su enemigo?” Las tres preguntas están “emparentadas” y se refieren a un mismo tema. Sin embargo, el alcance y el tono de cada una es diferente por lo que la respuesta será distinta. ¿Cuál nos interesa? ¿Qué queremos escuchar? De ahí la importancia de precisar cada pregunta y de no acudir a la entrevista sólo con una idea general.
En algunos casos, sobre todo cuando se trata de entrevistas complicadas, conviene incluso probar las preguntas con algún colega para ver si están bien planteadas.
El cuestionario posee varias ventajas aunque si no se utiliza adecuadamente tiene también sus riesgos. Como decíamos, sirve para “afinar la puntería antes de disparar”. Además nos protege de la posibilidad de que olvidemos preguntar algo importante. En ocasiones la intensidad del diálogo, las circunstancias o el simple descuido hacen que se nos pase hacer una pregunta relevante. Llevarlas por escrito nos permite antes de dar por concluido el encuentro revisar que no nos haya hecho falta algo. También resulta un apoyo en caso de que las respuestas del entrevistado nos desconcierten. En alguna ocasión lo que nos dice la persona es tan distinto a lo que habíamos previsto que nos deja “mudos” por un momento porque corta abruptamente la ruta prevista. Tener a la mano un respaldo inmediato con otras preguntas sobre otros temas nos da un respiro mientras nos recomponemos.
El riesgo del cuestionario es que a algunos reporteros les puede “tapar los oídos”. Por estar atentos a seguir el guión no escuchan lo que está respondiendo el entrevistado y clausuran cualquier posibilidad de explorar otros rumbos que se abren a partir de lo que les están contando. En lugar de establecer un diálogo aplican una encuesta o hacen un interrogatorio. Hay reporteros que piensan que su trabajo consiste en conseguir las respuestas a todas y cada una de las preguntas que llevan. Ni una más, ni una menos. En casos extremos, el entrevistador, siguiendo su cuestionario, pregunta algo que el entrevistado acaba de responder en una pregunta anterior.
El cuestionario no es una camisa de fuerza ni un contrato que deba cumplirse, es un simple apoyo que nos permite trazar rutas y tener cierta claridad sobre por dónde queremos ir, pero con frecuencia las propias respuestas de los entrevistados dan pie para entrar a rumbos imprevistos. Por ellos hay que transitar, aunque no estén en la guía.
Es recomendable llevar el cuestionario por escrito en una pequeña tarjeta, no en la libreta. De esta manera no tendremos que interrumpir la entrevista para buscar la página donde llevamos escritas las preguntas. El cuestionario debe quedar a la vista del periodista, pero no del entrevistado. Durante la entrevista se consulta de “reojo”, no se detiene el diálogo para revisar qué sigue.
Algunos colegas consideran que si no se prepara un cuestionario detallado al menos habrá que llevar un “temario” que simplemente nos recuerde los asuntos que no debemos olvidar. A partir de ahí el periodista formula las preguntas “sobre la marcha”.
Las preguntas
Como casi todo en periodismo, las preguntas deben ser “precisas, concisas y macizas”, y no “confusas, profusas y difusas”. Claras y de preferencia, cortas. Hay que formular una a la vez. De otra forma, el entrevistado responderá la que le resulte más cómoda. Hay que evitar inducir la respuesta y formular las preguntas cerradas que se responden con un “sí” o con un “no”. Pero no es regla, a veces incluso lo que debemos buscar es el “sí” o el “no”. Por ejemplo, cuando es importante conocer si un funcionario público sabía, o no, algo. Si participó en un hecho o realizó una acción. “¿Firmó usted la autorización de tal cosa?”. Otro caso en el que el monosílabo es importante tiene que ver con los políticos. Especialmente cuando están en campaña no quieren comprometerse claramente con alguna postura y entonces suelen responder con evasivas. En esas situaciones las preguntas cerradas los obligan a expresar su postura sobre algo. Si preguntamos qué piensa sobre la despenalización del aborto, probablemente responda con una larga disertación en la que no queda clara cuál es, a fin de cuentas, su posición. Podemos entonces preguntar: “¿Votaría a favor de tal propuesta ley?, ¿sí o no?”.
Las preguntas formuladas inadecuadamente nos llevan a respuestas igualmente inadecuadas, muy especializadas o muy ambiguas, intrascendentes, impertinentes, obvias o repetidas.
¿Cuántas preguntas hay que hacer? Las que sean necesarias, según el alcance de la entrevista. En ocasiones unas pocas preguntas bastan para elaborar una noticia breve. Si vamos a trabajar una entrevista que se llevará cuatro páginas en una revista, obviamente necesitaremos más. En cualquier caso, siempre más de las que necesitemos para cubrir el espacio asignado