Hijo de Jacques Moreau (alienista francés discípulo de Esquirol y reconocido por sus trabajos sobre el hachís), siguió las enseñanzas de su padre sobre todo en lo relativo a la preocupación por la patología social. Su tesis doctoral, De la contagion du suicide, à propos de l’épidemie actuelle (París, 1875) y sus señeros trabajos sobre la locura en los niños, (7) y sobre la psicología morbosa, (8) marcan por una parte un pensamiento original, pero por otra la impronta paterna. En un momento donde la psiquiatría soñaba con una biología conjetural y la sífilis parecía portar el molde que transportaría el germen del sexo al cerebro, las elucubraciones psicológicas sobre los degenerados proporcionarán un nuevo horizonte a la psicopatología naciente.
¿Quiénes son los excéntricos? Son los salidos del surco, los descarriados, los desbrujulados; son los desorientados pero también los que desorientan a los otros. Desorientan tanto a la gente de a pie como a los psiquiatras. Son excéntricos en el sentido de que ex-sisten a la psicosis; impermeables al tipo clínico tanto como a su categoría. Ellos tienen, según el autor, algo “desordenado” de tal manera que si en algún momento dado, bajo determinadas circunstancias se vuelven verdaderamente locos, no nos sorprendería. No se distinguen del verdadero alienado más que por una diferencia de grado. Mientras que para todo el mundo el excéntrico es un individuo con un carácter original, para el médico se trata de un “desequilibrado”, pero con el privilegio de no dejarse encerrar. Es un alienado con consciencia, (9) encaminado a actos extravagantes sin que su razón esté por ello alterada, pero tampoco sin que su voluntad le impida actuar”. (10) Candidato perpetuo a la locura pero que logra finalmente no caer en ella, se detiene justo al borde de ese abismo.
Hay excéntricos que son víctimas del contagio y se largan a realizar viajes extraordinarios, emprenden grandes travesías sin tener noción de quiénes son ni a dónde van; tan es así que muchos de ellos protagonizaron la famosa epidemia de locos viajeros en la región de Bourdeaux de la cual Ph. Tissié elaboró su tesis “Les aliénées voyageurs” en 1887, (11) Aunque éstos no serían los verdaderos excéntricos. Los excéntricos propiamente dichos, los “excéntricos mórbidos” son aquellos que comparten los mismos caracteres patogénicos y hereditarios de la locura confirmada pero sus manifestaciones son, por así decir, subclínicas, de allí que el autor la calificará como “locura incompleta” (folie incomplète). (12)
La mayoría de ellos no tienen ninguna conciencia de su estado real; si para Trélat los locos lúcidos eran incurables, para Moreau de Tours sus excéntricos son “incorregibles”. Son sujetos con un espíritu marcadamente singular que, por la naturaleza de los actos razonables y lógicos, se clasifican fuera del orden establecido. Vale decir, que su singularidad hace imposible la inclusión en una clase o en un tipo clínico específico: son ellos quienes más bien empujan con la “marca de su espíritu” a inventar una clase. Es un buen ejemplo de lo que Jacques Lacan llamaría sinthome.
Una forma de manía argentina (Diego Alcorta con Groussac)
Muy tempranamente, nuestros alienistas locales supieron enfrentarse al eterno problema de los límites entre locura y razón. Atentos a las producciones de sus colegas europeos, pero con un modo siempre singular de refracción de las ideas extranjeras, intentaron hacerse cargo de las dificultades intrínsecas al tema en cuestión.
De un modo muy significativo, esta incómoda presencia de razón en los alienados irrumpe desde un lugar central, en lo que será la primera tesis doctoral sobre la locura en el Río de la Plata. Así, de manera inaugural el trabajo Disertación sobre la manía aguda de Diego Alcorta, publicado en 1827, inicia sus elaboraciones con el siguiente señalamiento:
“Es mui comun ver en los Hospitales ciertas manías que se han llamado razonadas; en las que no se presenta ninguna alteracion del raciocinio: pero en las que los movimientos intempestivos, las pasiones vivas sin relación con su estado actual, ciertos desreglos físicos y morales hacen conocer la enfermedad”. (13)
Trabajo olvidado, o muy poco tenido en cuenta, será recuperado en 1901, cuando el entonces director de la Biblioteca Nacional, el intelectual franco-argentino Paul Groussac, al publicar los trabajos de Diego Alcorta aclara con astucia en una nota al pie que la manía razonada o sin delirio de Pinel,
...es una de las cuestiones más discutidas de la patología mental. Llega a confundirse con la locura lúcida (Trélat) ó la moral insanity de Prichard. (14)
En la misma línea, en una reciente investigación, elaborada en el seno del Capítulo de Historia y Epistemología de la Psiquiatría (APsA), (15) encontramos una interesante serie de autores locales que siguieron la estela pineleana.
Marcelino Brion, por ejemplo, publica en la Revista Médico quirúrgica (1870) el artículo “De la locura consciente”, donde comenta un caso observado en la Sociedad de medicina práctica de París, en el cual un hombre que se hacía llamar Violette lograba con gran destreza demostrar su integridad intelectual, mientras que sus impulsos resultaban ser más bien morbosos:
...se han observado en Violette las respuestas más ingeniosas, los dichos más agudos, y los pensamientos más discretos, coincidiendo con actos de furor desordenado. (16)
De manera que, lejos de concebir a la locura como lo “otro” de la razón -según el decir foucaultiano- muchos de nuestros alienistas supieron valorar la doctrina de Pinel, al romper con la idea heredada de una locura completa y absoluta, y observar que los alienados “más o menos, razonan todos”. (17)
Pero, a pesar de los constantes intentos de tapar las razones de los alienados, o quizás por esto mismo, van a empezar a acumularse toda una larga serie de barrocas nosografías que intentarán, de las formas más variadas, introducir de modo marginal cuadros mixtos de locura y lucidez, hecho que en nuestro país supo encontrar un escenario muy prolífico.
Estados intermedios (Alejandro Korn en la penitenciaría)
En este sentido, Alejandro Korn, destaca la prevalencia de las formas intermedias de la locura. Siendo practicante de la penitenciaría, va a desarrollar su trabajo de investigación en las antípodas de lo que configuraría su posterior pensamiento filosófico. Digamos que para ese entonces (1883) la locura estaba absolutamente tiranizada por un organismo enfermo, que no necesariamente debía ser el cerebro sino que podía estar determinada por una lesión radicada en un órgano a distancia (un “delirio neumótico”, tifoideo, etc.). El otro papel lo constituían la herencia, las taras psíquicas, tanto como las enfermedades crónicas en general (no sólo nerviosas) que predisponen a una descendencia morbosa. En el corazón de su investigación señalará que cada locura reviste “un carácter completamente individual” y añadirá que para toda clasificación posee un costado siempre artificial y arbitrario:
“No se presentan al análisis divisiones naturales y la clasificación siempre artificial puede establecer algunos tipos predominantes, pero no podrá tener en cuenta los estados intermedios, precisamente los más frecuentes, los más importante y los más dificultosos. Salvando la diferencia fundamental de naturaleza, casi me atrevería a decir que la locura es como la sífilis, cuyas manifestaciones pueden variar al infinito sin dejar de ser la misma enfermedad”. (18)
Es menester ubicar que mientras aquí comienza a esbozar la idea de psicosis única (Einheitspsychose) propia de los alienistas alemanes, al mismo tiempo menciona la posibilidad de “estados intermedios”. Desnudando una concepción psicológica, dirá que el juego entre la constitución, lo hereditariamente transmitido y la lucha por la existencia, dará la conformación del yo “con sus sentimientos egoístas y altruistas, sujeto al perpetuo conflicto entre el organismo propio y el medio externo”. (19) Para el filósofo de la libertad, entre la sana razón y la locura no hay una “valla brusca” sino un gran “abismo” cuyo puente lo constituye “un